La líder opositora calificó la vida en la clandestinidad como “una prueba difícil” y afirmó que el presidente electo de Estados Unidos podría obtener una pronta “victoria en política exterior” expulsando a Nicolás Maduro de su cargo.
Fuente: Infobae
En un rincón secreto de Venezuela, lejos de las multitudes que una vez corearon su nombre, María Corina Machado, apodada la “Dama de Hierro” por su férrea determinación, enfrenta la prueba más dura de su vida política. Tras galvanizar a una nación para desafiar al régimen de Nicolás Maduro en las urnas, la líder opositora se encuentra ahora en la clandestinidad, aislada del mundo, sin más compañía que su convicción.
El aire de su refugio es denso, impregnado de la tensión de una vigilancia constante. “Extraño un abrazo”, confesó Machado en una rara entrevista virtual con Julie Turkewitz para The New York Times, una vulnerabilidad que contrasta con la imagen de fortaleza que proyecta. El precio de su lucha no es solo el exilio forzado de su candidato, Edmundo González, quien huyó a España tras declararse vencedor en unas elecciones cuyos resultados, según pruebas documentadas, lo colocaron como el claro triunfador con un 70% de los votos. Es también la separación de su familia y la renuncia, al menos temporal, a una vida en libertad.
Apenas horas después de los comicios de julio, el gobierno de Maduro se adjudicó la victoria sin presentar evidencia. Machado y su equipo, en respuesta, publicaron actas de más del 80% de los centros de votación que corroboraban su triunfo. Pero la maquinaria represiva del régimen no tardó en actuar: cerca de 2.000 personas han sido detenidas desde entonces, incluidos colaboradores cercanos de la líder opositora. Al menos cuatro han perdido la vida, entre ellos Isaías Fuenmayor, un joven de solo 15 años.
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—¿Cuántas muertes más? —pregunta Machado con un tono que mezcla rabia y desolación—. ¿Cuántas desapariciones más?
La represión no ha quebrado su espíritu. Desde la clandestinidad, Machado ha intensificado su agenda internacional, apelando a figuras clave de la política estadounidense como Donald Trump, recientemente electo para un segundo mandato presidencial, y sus aliados Marco Rubio y Mike Waltz, cuyas posturas frente a los regímenes autoritarios de América Latina han sido inflexibles. Machado ve en esta coyuntura una oportunidad única: Maduro, dice, está más débil que nunca, aislado por líderes de la región como Luiz Inácio Lula da Silva y enfrentando fracturas internas en su partido.
—Esta es una oportunidad para que el presidente Trump demuestre que su política exterior puede lograr resultados rápidos y contundentes —aseguró.
Sin embargo, su optimismo no es compartido por todos. Analistas como Phil Gunson, de International Crisis Group, consideran que Maduro aún tiene opciones. “Él elige permanecer en el poder”, afirmó.
Machado no se deja intimidar por estos diagnósticos. A pesar del aislamiento, dedica jornadas interminables a coordinar con ministros y organismos internacionales, recordándoles que, según un consenso amplio, González debería asumir el cargo presidencial en enero. Pero mientras González busca apoyo desde Europa, la soledad de Machado se agudiza. En los videos que publica, siempre aparece frente a un fondo blanco, un gesto que intenta —quizá en vano— proteger su paradero.
—Es una prueba difícil —admite, refiriéndose a los días que transcurren en la clandestinidad.
Hace más de dos décadas, esta hija mayor de una prominente familia industrial fundó Súmate, una organización que abogó por la transparencia electoral y recibió financiamiento estadounidense. Aunque sus primeros esfuerzos no lograron destituir al entonces presidente Hugo Chávez, sentaron las bases de su papel como figura clave de la oposición. Su irrupción como líder indiscutida llegó en 2023, cuando arrasó en las primarias, desbordando calles con seguidores que vieron en ella la promesa de un futuro democrático.
—¡María! —clamaban, mientras buscaban refugio en sus brazos.
El eco de esas voces contrasta con su presente. Sin visitas, sin contacto físico, vive con la angustia de que quienes la ayuden puedan ser arrestados. Su madre le recomienda meditar, pero ella apenas encuentra tiempo para cocinar. A pesar del desgaste, su fe en un cambio es inquebrantable.
Machado sabe que la batalla contra Maduro no es solo por Venezuela; es un conflicto con implicaciones hemisféricas. Maduro, aliado de potencias como Rusia, China e Irán, representa una amenaza que, según la líder opositora, Estados Unidos no puede ignorar.
—Hemos hecho todo lo que la comunidad internacional nos pidió —recalcó, con la voz cargada de frustración—. Ahora es el turno de ellos.
El régimen parece consciente del costo político de encarcelarla, optando en su lugar por desgastarla emocionalmente. Pero Machado, a sus 56 años, resiste. Su visión trasciende su propio destino. “Estoy dispuesta a hacer lo necesario, por el tiempo que haga falta, para que prevalezca la verdad y la soberanía popular”, afirmó.
En este duelo entre la líder solitaria y el aparato opresor, se juega el futuro de un país que clama libertad desde las sombras.