Siempre hablamos del caudillismo e imaginamos, ipso facto, a un individuo, poderoso, lanzando órdenes que deben cumplirse rigurosamente. Ese es el caudillo. Esa es la imagen que tenemos. La imagen de un jefazo que no admite réplica. ¿Podemos sintetizar este fenómeno –el caudillismo- bajo ese tenor? Sí y no. No hay dudas que es un jefe que tararea las órdenes a su regalada gana.
Sin embargo, esa síntesis impide comprender su verdadero alcance. El alcance, en nuestro caso, de un Evo Morales. Debemos entender que el líder nunca estuvo sólo. Hubo gente a su alrededor. ¿Por qué hubo tanta gente a su alrededor? El relato construido alrededor de “su Majestad” ha sido inapelable: seguimos a este sujeto porque tiene un proyecto. Él sabe lo que Bolivia necesita. Evo tiene una luminosidad que nos guía. Tiene ese tinte de divinidad que lo sitúa en un espacio ajeno al que habitamos los simples mortales. ¿Dónde queda ese recinto de gloria? En el cielo de la política. Es nuestro liberador, creador, padre. Ese es Evo Morales. O, mejor dicho, ese fue Evo Morales.
Pero, permítanme aterrizar. ¿Hay algo más? Claro, lo principal: crees en mí, pero no porque haya alguna biblia que establezca un vínculo de unión. No, quizás la Biblia esté presente: el “proceso de cambio” como el camino que debemos recorrer. Sin embargo, no es lo central. El caudillismo es algo más. ¿Qué puede ser? La posibilidad de no pensar. La enorme dicha de no tener que pensar. Ese es el regalo más preciado del caudillismo: rodearse de in-pensantes. ¿Por qué declinarían de esta fantástica capacidad humana? He aquí el secreto del caudillismo: porque reciben empleos, fama, prestigio, viajes, seducción. El caudillismo establece un acuerdo: te compro la moral a cambio de riqueza, algarabía, turismo político, niñas. Sólo debes aplaudirme. Te voy a dar un guion, o, mejor dicho, una hoja con las palabras que debes repetir día a día, minuto a minuto. Tú sólo debes repetir esas líneas. Es la Verdad.
Por tanto, ¿qué es lo que vemos? El neoliberalismo más pujante: has vendido tu alma y masa gris, a cambio de los suculentos platos que te ofrece el caudillo. Ese es el caudillismo. La conjunción de un sujeto endiosado con una turba endiosante que recibe un salario por la entrega del pensamiento. Ese ha sido el “modelo” del MAS: un mercado pujante de venta de conciencias. El intercambio más atroz en juego: aquel de la dignidad, ofertada sin tapujos, siempre en nombre de la “izquierda, el avance de los pobres, el liderazgo indígena”. ¿Cómo? Simple: te hago rico y tú no lees. No te enteras de lo que sucede y, más bien, adornas de mística revolucionaria el fardo de inconsciencia premeditada que recibes. ¿Cuál es tu deber? Ser mediocre. No pensar. Y, sobre todo, acusar a gil y a mil. El caudillo te recompensa con impunidad, prestigio y posición social, pero no a cambio de tu silencio. No señor. A cambio de tu bulla, fluyendo en un manantial, río, mar y océano de estupidez. Una estupidez sonora, grandilocuente y ¡revolucionaria!
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Ese es el caudillismo: no es la verdad que viene de la lectura, el intercambio de criterios, el diálogo, el disenso. No, es la verdad que viene del jefe, el jefazo. ¿Cuál es su máxima? Si la realidad no coincide con lo que digo, pena por la realidad. Ahí aparecen los más rabiosos amplificadores de la verdad proferida por el jefe. ¿Recuerdan a Trump negando el cambio climático o a Evo dando vuelcos en el aíre hablando de la Pachamama para después acogotarla? Claro. Aquello devela la aparición de la Verdad: no es el resultado de la búsqueda de la verdad investigando lo que sucede. No, claro que no: es el resultado de la violencia acuciosa contra el saber. Un rabioso insulto a la disidencia, súbitamente tachada de neoliberal, racista o falsa. ¿Qué se colige de este comportamiento? La frase más elocuente auspiciada por Morales: “yo soy el conocimiento”.
Hago toda esta introducción para arribar al punto neurálgico que vive Bolivia: en el Chapare ese modelo del no-pensamiento se quiebra. Recordemos: el caudillo es quien generó el “conocimiento del desconocimiento”. Sus súbditos reprodujeron ese extraño conocimiento, lo magnificaron, lo adornaron, sin salirse jamás del guion personalista que incrementaba sus propias arcas. Jamás se retiraron de ese libreto de ignorancia premeditada, aunque, cabe advertirlo, siempre tuvieron el impulso internacional de líderes, académicos (¿?) y grupos revolucionarios diseminados por el continente y más allá. Repito: los valientes revolucionarios se subieron a este coche por ambición y comodidad, no por convicción. Y si existía alguna convicción, esta empieza a desaparecer ante un líder agazapado en el Chapare. Hoy los desertores de esta fe se van marchando. El Chapare y el desemboque del anti(líder) en este territorio ponen en evidencia la “liberación” de los fieles. Su milagrero había sido estuprador y en vez de María Magdalena había un crío en el cuadro.
A pesar del momento fatídico que vivimos, debemos ser optimistas: volvemos a pensar. La Verdad miserable que siguieron sus fieles no existe ya. Fue sólo ideología altisonante gozosamente aupada a cambio de dinero. Un dinero ganado por aplastar a los que piensan. Aquellos que pueden dar su opinión sin ser opacados por el estribillo pomposo de los estúpidos.
Diego Ayo es PhD en ciencias políticas.