En medio de tantas preocupaciones, una luz de esperanza…


 

 



 

Se había dicho que el 2024 iba a ser complicado para el país en lo económico, político y social, pero ¿alguien se imaginó por todo lo que íbamos a pasar? Como dije alguna vez, “el largo plazo en Bolivia no existe”, ya que vivimos casi con el Jesús en la boca, sin saber lo que pasará mañana. ¿Es o no es así?

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La economía del país crece menos de lo esperado, la estabilidad de precios parece cosa del pasado, aumenta la conflictividad y el ambiente político se caldea cada vez más, desmejorando el entorno, aumentando la incertidumbre e incidiendo negativamente en quienes toman decisiones, derivando ello en una lamentable baja de la inversión, la producción y el empleo formal.

En efecto, el Producto Interno Bruto (PIB) que cayó 8,7% por la pandemia, el año 2020; para recuperar recién en 2022 su tamaño del 2019 y crecer al 3,1% en 2023; si bien al primer semestre del 2024 logró un 2,58% de expansión, es imposible que logre la meta oficial del 3,71% hasta fin de año. De hecho, los organismos internacionales no son optimistas: el Banco Mundial dice que crecerá 1,4%; el FMI pronostica 1,6% y, la CEPAL, un 1,7%.

Varios factores externos inmanejables para el país, entre ellos, un contexto internacional complicado por la menor dinámica económica y comercial derivada de conflagraciones bélicas, procesos inflacionarios y recesivos, y la caída de precios de las materias primas, sumándose a ello el negativo impacto del cambio climático en la producción agrícola nacional, son parte de la explicación del bajo desempeño, aunque, ciertamente, meritorio en medio de tanta turbulencia.

Sin embargo, han sido factores internos los que impidieron un mayor crecimiento, como los insufribles bloqueos de caminos y carreteras; los avasallamientos a predios productivos, incluso con armas de fuego; la escasez del dólar y la subida de su precio hasta llegar a Bs15.- en su momento; el anormal abastecimiento de combustibles, entre otros más, provocando todo ello una declinación de la actividad económica, en general, sumándose a esto la caída de la producción de hidrocarburos, como reportara recién el Instituto Nacional de Estadística (INE).

La inflación que en 2023 fue del 2,1%, hasta octubre pasado llegó al 7,26%, el doble de la meta oficial del 3,6% esperada para la gestión en curso, algo que de profundizarse, podría resultar un detonante del descontento social en curso, ya que, como tantas veces se ha dicho, la inflación es un impuesto ciego que castiga a todos, pero mucho más, a quienes ganan poco y tienen ingresos fijos, al deteriorarse su poder adquisitivo frente a la subida generalizada de precios.

Según el INE, el PIB al primer semestre del 2024 creció gracias a un mayor consumo en el mercado interno (2,52%) y al aporte del gasto público (1,54%), mientras que las caídas en la exportación (3,85%), inversión (8,12%) e importación (21,25%), más bien, le restaron dinamismo.

Siendo esto así, dado que el mercado interno es limitado en tamaño y poder de compra, la salida a esta situación debería ser la drástica mejora del entorno en cuanto a seguridad jurídica e incentivos para reanimar la inversión privada hacia una mayor producción para la exportación, ya que con ello llegarían más divisas al país para financiar la importación de insumos, bienes de capital y equipos de transporte que tanto necesitamos para producir más ¿no le parece?

El comercio exterior boliviano, producto de los bajos precios de los principales bienes de exportación, la escasez y consecuente subida del precio del dólar en el país, va camino a una severa contracción en esta gestión, comparativamente a un mal año, como fue el 2023, cuando nuestras ventas externas cayeron 2.800 millones de dólares y las importaciones más de 370 millones.

Efectivamente, según un último reporte del INE, el valor de las exportaciones bolivianas hasta septiembre cayó 20%, lo que en términos absolutos implica un menor ingreso de divisas por poco más de 1.600 millones de dólares, comparadas a igual período del año 2023. Si a ello sumamos la baja de la importación por más de 1.300 millones, se observa que el comercio exterior global cayó casi 3.000 millones de dólares en los primeros nueve meses del 2024.

En medio de tantas preocupaciones, surge una luz de esperanza a raíz del reciente anuncio del Ministro de Economía y Finanzas Públicas, Marcelo Montenegro, sobre la posible captación de 5.000 millones de dólares en 2025, gracias a la monetización de reservas de carbono presentes y futuras de Bolivia, al comprometerse nuestro país con mecanismos de certificación vinculados a la reducción de gases de efecto invernadero, monetizando la baja de sus emisiones de carbono, sin que ello implique un endeudamiento para el Estado boliviano.

De tener éxito tal operación, se daría “un antes y un después” en el país, pues el ingreso de semejante cantidad de divisas, más que duplicaría la exportación de hidrocarburos, ayudando, sobremanera, a apuntalar las Reservas Internacionales Netas de Bolivia. ¡Dios quiera que sea así!

 

Gary Antonio Rodríguez Álvarez

Economista y Magíster en Comercio Internacional


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