La sentencia del Tribunal Constitucional prohibiendo la participación electoral de Evo Morales es un verdadero estallido en la historia política inmediata del país. No es un asuntito jurídico de menor importancia. Después del fallo, Evo ya no es el mismo. Arce tampoco lo es y, de yapa, la oposición. Lo que viene a la mente parece claro: Evo está fuera, Arce no saca más del 5% de los votos y ¡es el tiempo de la oposición! Lamento creer que no podemos ir tan rápido. Debemos sortear algunos escollos de este “nuevo mundo” que surge tras el fallo.
El primer escollo lo detenta Evo Morales. El Evo que se viene es un Evo ya solo ilegal. Sabe que está vetado. Y ese hombre vetado puede ser violento o, mejor dicho, más violento. No estamos cerrando el problema sacándolo de la competencia electoral. ¡Lo estamos iniciando! No sabemos de lo que es capaz este candidato afuereado legalmente (insisto: legalmente si consideramos a ese trucho Tribunal Constitucional como un órgano legal), pero sí sabemos que el actor ilegalizado puede tornarse más irracional que de costumbre.
Quizás me equivoque y se limite a designar a Andrónico como su sucesor, en cuyo caso el caudillo va quedando relegado. Evo, aun con ese candidato apañado, puede quedar solo. A lo sumo, con alguna carta de amor semanal de Juan Ramón Quintana desde algún recóndito escondite, recitando sus usuales pendejadas. Sin embargo, asusta. Narciso Morales es capaz de quemar La Paz tocando su trompeta neronianamente, si no se lo frena. Quizás no lo logre y quede relegado, pero no podemos subestimar su alcance criminal ya plenamente demostrado en 2019: “cercen los cerros, los vamos a hacer hambrear”. Por ende, podríamos vivir el agudizamiento de su “autoritarismo de los bloqueos”.
El segundo escollo viene de la mano de Luis Arce, quien ha logrado lo que venía planeando astutamente desde hace unos años: apresar a su jefe. Sólo que su intención se ha visto alterada por los hechos. El actual presidente de Bolivia planificó estas acciones cuando su apoyo electoral rondaba el 50% y la crisis no llegaba. Sin embargo, las cosas se le fueron de las manos. El país le quedó grande y su objetivo se logra cuando menos apoyo electoral tiene. Si su aprobación alcanza el 5%, es mucho.
Sin embargo, la prohibición de Morales lo coloca, simultáneamente, en otro momento: aquel en el que él cree ser predestinado a ser el líder de Bolivia. Los humos, con seguridad, se le han subido (bueno, con seguridad, no tardan tanto en subírsele) y, al margen de los datos sobre la desaprobación que caracterizan su gestión, se cree divino. Arce se reenamora de Arce y cree que debe gobernar Bolivia aplicando a rajatabla su “exitoso” modelo.
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Lo he escuchado con angustia: “seguimos creciendo”, suelta el capo sin ruborizarse. Resultado: busca quedarse a como dé lugar y, junto a sus compinches del Tribunal Constitucional, “dificultar” la realización de las elecciones (o amañar su realización). ¿Es posible? Hmm, sí. Quiero creer que no es el escenario dominante, pero no podemos ignorarlo. Se podría consolidar un autoritarismo frontal. Insisto: lo dudo, pero nuestro silencio ante la falta de dólares, gasolina y variedad de productos, que podría ampliarse a otros temas, me restringe a batir palmas anticipadamente.
El tercer actor es la oposición. Es una oposición que ya da cátedra sobre lo que se hará desde finales de 2025 hasta 2030, pero no nos dice que pasará desde ahorita hasta el día de las elecciones en agosto del próximo año. Eso ya es grave. Sin embargo, no lo es tanto como lo que puede ser hoy en día desde el fallo del Tribunal Constitucional. Ese fallo los embriaga o podría hacerlo.
El razonamiento de Arce es simple: ya sin Evo y con Arce por los suelos, ¡me toca a mí! ¿Quién dijo que los pactos son necesarios? Ya no lo son. Me basto y sobro yo solito, pueden acabar creyendo nuestros potenciales candidatos. Fíjense la paradoja: nuestra posibilidad de tener un gobierno estable de 2025 a 2030 tiene que ver con que Morales siga estando ahí. Su sola presencia ayuda a no quebrarnos. A estas alturas puedo afirmar que es lo único ponderable de Morales: que nos une. Ya sin él y con Arce hundido, podemos emborracharnos y terminar poderosamente fragmentados.
Por ende, Evo no se rendirá tan fácilmente, Arce podría emocionarse y auparse autoritariamente para continuar con su modelo de ensueño y, los opositores, felices ante el derrumbe del MAS, sentirse príncipes consortes en potencia.
Diego Ayo es PhD en ciencias políticas.