Así como Harris es una candidata que exhibe notable disciplina comunicacional, Trump no ha podido evitar expresiones descalificatorias acerca de su rival y de distintos grupos de la ciudadanía que son impropias de la investidura presidencial
Donald Trump Kamala Harris en el único debate presidencial (AP Foto/Alex Brandon)
Fuente: infobae.com
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El cierre de los comicios en Estados Unidos en pocas horas es una buena oportunidad para hacer un balance comunicacional de las campañas de Kamala Harris y Donald Trump.
El mismo muestra una elección entre una candidata que habló mucho pero dijo poco acerca de qué haría en caso de ser electa, y un candidato que fue mucho más claro con respecto a sus intenciones pero que habló de más —en el sentido de hacer declaraciones que pueden haber perjudicado sus posibilidades.
La campaña de Kamala Harris se divide en dos etapas, con la Convención del Partido Demócrata como bisagra entre ambas. La primera etapa estuvo dedicada a establecer la candidatura de la vicepresidenta y sentar las bases de su discurso: alegría, libertad y unidad en defensa de la democracia, el aborto y los derechos de la ciudadanía.
El discurso de aceptación de la nominación a presidenta en el cierre de la Convención marcó el cierre de esta primera etapa en su punto tal vez más alto y liderando en las encuestas por una diferencia pequeña en términos porcentuales pero importante simbólicamente —sobre todo teniendo en cuenta que para ese momento llevaba menos de dos meses de campaña.
Al cabo de la Convención, la campaña de Harris pareció detenerse en el tiempo en su aspecto comunicacional. En lugar de usar el envión de la misma para articular concretamente en qué consistiría su mandato en caso de ser electa, su discurso tanto en eventos de campaña como en las entrevistas en medios de noticias y redes sociales estuvo mayormente centrado en alertar sobre los peligros de un eventual segundo mandato del ex presidente Donald Trump y en afirmar su defensa la democracia y al derecho al aborto. Tal es así que si bien Harris enfatizó ser distinta del actual presidente Joe Biden, tuvo dificultades para elaborar en qué consiste esa diferencia en términos de políticas públicas.
El debate con Trump fue un claro ejemplo de esta tendencia comunicacional. Por una parte, Harris tuvo un desempeño astuto en cuanto al contenido y disciplinado en las formas que estuvo destinado a socavar el discurso de Trump y por ende mostrarse como una opción (más) presidencial por su respeto a las libertades individuales y las instituciones de la democracia. Por otra parte, Harris dejó pasar la oportunidad de utilizar el debate para comunicarle a la ciudadanía qué es lo que haría en caso de ser electa. Y si bien el consenso entre analistas y políticos fue que ganó el debate, este triunfo no se vio reflejado en las encuestas realizadas durante las semanas inmediatamente posteriores al mismo —al contrario, la distancia con Trump se acortó.
La campaña de Donald Trump también puede dividirse en dos etapas desde el punto de vista comunicacional, pero en este caso la bisagra fue la renuncia a la reelección del presidente Joe Biden. La primera etapa estuvo marcada por un discurso más componedor y una mayor disciplina discursiva de los que habitualmente caracterizan al ex presidente.
El momento cumbre de esta primera etapa fue la Convención del Partido Republicano, que incluyó la primera aparición de Trump en público luego del atentado contra su vida el sábado previo al inicio del evento. El equipo de campaña se ocupó de mostrarlo rodeado de su familia y los discursos sobre su persona intentaron hacer hincapié en su costado más benevolente.
Esta estrategia cambió drásticamente con la renuncia de Biden y su reemplazo por Harris al frente de la fórmula rival. Trump volvió a la modalidad comunicacional que marcó sus campañas de 2016 y 2020, y hubo momentos en los que pareció redoblar la apuesta en cuanto a niveles de asertividad y agresividad.
A diferencia de Harris —quien no ha ahondado en el legado de la administración de la que es vicepresidenta ni ha articulado una visión propia en caso ser electa presidenta—Trump ha basado su discurso en recordar lo que él considera logros fundamentales de su administración presidencial, especialmente en temas vinculados a la economía y la inmigración, y enfatizar cómo haría para hacer más de lo mismo en una eventual segunda administración.
Con el 13,5% de los hogares norteamericanos en situación de inseguridad alimentaria —según la medición más reciente del Departamento de Comercio de los Estados Unidos— y un 55% de la población que quiere una reducción en los niveles actuales de inmigración —según una encuesta de Gallup de junio de 2024— el discurso del ex presidente ha encontrado una franja del electorado receptiva al mismo.
Pero así como Harris es una candidata que exhibe notable disciplina comunicacional, Trump no ha podido evitar hablar de más, sobre todo en los últimos meses, en los que ha compartido expresiones descalificatorias acerca de su rival y de distintos grupos de la ciudadanía que son impropias de la investidura presidencial, y no ha condenado expresiones de este tipo cuando fueron dichas por miembros de su entorno.
El ejemplo más reciente de esta tendencia a hablar de más fue lo que aconteció en el evento que tuvo lugar en el Madison Square Garden el 27 de octubre. Las encuestas realizadas en los días siguientes al mismo muestran un descenso en la intención de voto al ex presidente, de pequeña magnitud porcentual pero de alta importancia simbólica por lo cercano a la votación y lo reñido de la contienda.
En síntesis, y utilizando metáforas futbolísticas, comunicacionalmente se ha visto el contraste entre una candidata que exhibió disciplina defensiva y apostó al contraataque pero le costó hilvanar jugadas propias en el último cuarto de la cancha, y un candidato que buscó permanentemente el arco rival pero con poca disciplina y descuidando el aspecto defensivo —e incluso llegó a hacerse goles en contra. En pocas horas se develará la incógnita de cuál estrategia de juego habrá dado mejores resultados en una coyuntura histórica en la que más de 6 de cada 10 estadounidenses dice que su país va en la dirección equivocada.