Emilio Martínez Cardona
Los procesos electorales suelen ser una tensión entre lo más tangible (el bolsillo o la billetera de los votantes) y aspectos intangibles como las ideas, las emociones o la siempre volátil percepción.
El reciente balotaje en Uruguay, que acabó con una victoria para la izquierda por tres puntos porcentuales y medio, no sería la excepción. Por una parte, factores circunstanciales como el que señala el economista Gabriel Lander, explican lo sucedido en ciertos departamentos claves, que contribuyeron a inclinar la balanza en un país empatado entre dos bloques políticos: “La coalición (oficialismo) pierde votos en el Litoral, probablemente por las consecuencias del dólar en Argentina y de no haber hecho nada para mitigar el impacto”.
El tema del comercio fronterizo se relaciona, a su vez, con uno de los problemas fundamentales en la estructura económica del país, como es la persistencia de un alto costo de vida, el mayor de toda América Latina y en el top 10 de los países más caros a nivel mundial.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
A principios de este año, el Centro de Estudios para el Desarrollo (CED) divulgó una interesante investigación que muestra al Uruguay un 27% más caro entre un grupo de 43 economías referenciales, en 600 productos relacionados con la alimentación, la higiene y la tecnología. El estudio encontró que este encarecimiento se vincula con sobre-regulaciones para el ingreso de productos al país, principalmente por una maraña de pequeñas disposiciones tejidas en los ministerios a lo largo de muchos gobiernos.
Esto ha terminado por configurar, ya dicho en nuestras propias palabras, un oligopolio de importación, un comercio concentrado en pocas manos en base al manejo de trabas para-arancelarias.
La campaña del candidato oficialista, Álvaro Delgado (Partido Nacional), adoptó tímidamente algunas sugerencias para empezar a romper esa telaraña de disposiciones encarecedoras, pero la versión final fue tan light que evaporó toda la potencia discursiva que podría haber tenido esa propuesta, de haberse planteando al postulante como el indicado para cortar el “nudo gordiano” de los precios y bajar el costo de vida en un 20 a 25%.
Por el lado de los intangibles, es obvio que Uruguay no necesitaba un Milei: hay radicalidades que funcionan frente a una inminente hiper-inflación, pero no en una realidad mesocrática como la uruguaya. Pero eso no exime de la necesidad de contrastar al oponente con mayor claridad, en su autoritarismo sindical, en su tolerancia hacia las dictaduras regionales (“democracias diferentes”, las llama la vicepresidente electa) o en su voracidad fiscal, que sueña con nuevos impuestos para financiar más canonjías burocráticas donde acomodar a sus mandos medios. De dar, en definitiva, una batalla de ideas.