Cuentan las crónicas del 13 de marzo de 1920 que, un grupo de militares dirigidos desde Berlín (Alemania) por Walther von Lûttwitz, decidieron alzarse en armas para derrocar al gobierno en lo que se recoge como el “Kapp Putsch”. Ante la reducción de efectivos militares, el general insurrecto exigía al presidente alemán, Friedrich Ebert, que parasen la reducción, que se disuelva el congreso y se llame a elecciones para que el pueblo elija presidente de manera directa. Tras ser rechazadas sus demandas y apoyado por el político Wolfgang Kapp, aquel sábado primaveral un contingente armado entró en Berlín para tomar el control de la ciudad.
La aventura golpista duró como mucho una semana. No sabiendo qué hacer con el poder, careciendo del apoyo por parte de la población, además de la masiva huelga que paralizó a la ciudad, terminó por minarse el ánimo insurreccional y los promotores del golpe terminarían por entregarse, devolviendo el control a un gobierno inexistente. Lo que consiguió el “Kapp Putsch” fue el adelanto de las elecciones para el mismo año, posibilitando la implementación de nuevas tácticas políticas incorporadas por la Internacional Comunista como ser el Frente Único (FU). Una táctica originada por necesidades prácticas más que ideológicas o de pensamiento.
Ante el fracaso golpista, le siguió la delicada situación de vacío de poder para el cual la burguesía reinante no estaba preparada. Sin contar con una estructura de referencia para la reconstrucción del sistema democrático, con el Estado y el ejército colapsados, el líder sindical Carl Liegen fue el encargado de postular la idea de un gobierno obrero que involucre a los partidos socialdemócratas y los diferentes sindicatos. El Partido Comunista Alemán a la cabeza de Pail Levi, no tardó en respaldar la propuesta.
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Este intento de consolidar un gobierno de Frente Único de los partidos obreros fracasó, mientras los revolucionarios alemanes mantenían su consigna heterodoxa de la política. Para enero de 1921, propusieron a todas las organizaciones obreras llevar a cabo acciones unitarias donde resultase posible hacerlas, elaborando documentos y una serie de acciones que tampoco parecían lograr sus objetivos. Si bien es cierto que la propuesta de un Frente Único resultaba ser una innovación en el contexto político de la época, a pesar de que no manejó adecuadamente las referencias estratégicas que había dejado tras de sí la revolución rusa y mucho menos había evaluado la pugna de intereses de cada uno de los actores.
Existe la necesidad de establecer que hay que brindarle a la política un enfoque transitorio obligado por periodos prolongados de crisis moral, económica y social. Resulta imperativo establecer que deben ejecutarse procesos de radicalización social para reestructurar las instituciones democráticas. La población lucha no por un frente único o líder único, lucha por un gobierno que dé respuesta a sus aspiraciones en el marco de la institucionalidad y el respeto a las leyes. La población no lucha por propuestas vacuas que sólo buscan transferir el poder de un grupo a otro,
Como hace hoy, hace más de tres lustros en Bolivia se insiste en la propuesta de un “candidato único”, impulsado por los “decanos” de la política que son –para nuestro pesar–, los mismos que estamos acostumbrados a ver desde que éramos niños. Esta propuesta carente de argumentos veraces, de programas, proyectos, planes que permitan avizorar con algo de optimismo el futuro, busca (en teoría), asegurar mejores resultados en las elecciones en contra de su bestia negra (el masismo), que tal parece es lo único que les interesa lograr.
La propuesta de “candidato único” se diluye (afortunadamente) como siempre, dando paso a la pluralidad democrática que coloca en el escenario de la política a líderes ¡jóvenes! ¡nuevos! ¡renovados! Convencidos de que todavía es posible rescatar al país. Haciendo a un lado a las viejas y anacrónicas candidaturas que se valen de las mismas argucias y artimañas aprendidas en sus viejas escuelas partidistas, mismas que vienen practicando desde hace más de treinta años.
Para Joan Font: “si se busca la participación amplia de la base social es necesario estimularla; no es un punto de partida de la democracia participativa sino, antes bien, un punto de llegada. Promover la “participación ciudadana” sin más, soslayando las profundas diferencias sociales y económicas en el seno de la sociedad, puede dar al traste con el objetivo democratizador. Vista como un objetivo de política pública, la democracia participativa implica, en efecto, el esfuerzo consciente de promover la participación de la más amplia base social”.
Promover una candidatura única es un discurso que se cae por sí solo, la población debería organizarse –en todo caso– para limitar la participación de los “eternos candidatos”, mandándolos a descansar en sus cuartes de invierno. La pluralidad de candidatos varios permite indudablemente la renovación, estimula a la ciudadanía para que participe, permite generar debate y confrontación de ideas, a diferencia de aquello a lo que nos tienen acostumbrados los políticos bolivianos que raya en el insulto, la descalificación, difamación, adjetivaciones, discursos carentes de propuestas y proyectos de país verdaderos (como ya hemos comenzado a vivirlo nuevamente).
Hablar de democracia desde el punto de vista de la participación ciudadana en sentido plural, se revela como indispensable para promover una verdadera transformación de la política. Los ciudadanos están acostumbrados a ver al poder como un gigante, eso es, porque lo mira de rodillas, ya va siendo hora de ponerse de pie. Es la única manera de ver a los políticos en su verdadera dimensión.
Por: Carlos Manuel Ledezma Valdez
Escritor, Docente Universitario & Divulgador Histórico