El cambio climático y los racionamientos de uno de los recursos más importantes en la capital colombiana exigen ajustes drásticos. Un informe especial de The Atlantic, revela cómo las comunidades y autoridades enfrentan juntos esta compleja realidad hídrica.
Por Dante Martignoni
Fuente: Infobae
El agua, ese recurso esencial y cotidiano, se ha convertido en un bien limitado para los 11 millones de habitantes de Bogotá. Desde abril de este año, la capital colombiana implementó racionamientos regulares de agua, una medida que no solo refleja los impactos del cambio climático, sino también la creciente necesidad de adaptarse a un mundo más seco.
La ciudad, dividida en nueve zonas, enfrenta cortes de agua rotativos: un día sin servicio cada diez. Mientras tanto, el embalse de San Rafael, que abastece gran parte de la urbe, se encuentra en niveles críticos con menos del 20 % de su capacidad. Este es el resultado de una combinación devastadora: una sequía prolongada que comenzó en junio de 2023, la deforestación acelerada en el Amazonas y la intensificación de los patrones climáticos de El Niño.
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Además, la situación se agrava por los efectos sobre los páramos, ecosistemas de alta montaña esenciales para el suministro de agua. Estas áreas actúan como esponjas naturales que capturan y liberan agua, pero su capacidad de retención se ve comprometida por la deforestación y los cambios en los patrones climáticos. En agosto de 2024, Bogotá experimentó el mes más seco en 55 años, un dato que refleja la magnitud de la crisis.
¿Cómo vive Bogotá sin agua?
El impacto del racionamiento es evidente en los hogares y comunidades. Cada familia se organiza para almacenar agua en recipientes que les permitan cubrir sus necesidades durante los días de cortes. Grupos de WhatsApp actúan como redes de apoyo, recordando a los vecinos cuándo deben prepararse. Además, la autoridad local, El Acueducto de Bogotá, monitorea el consumo, estableciendo límites mensuales y aplicando multas a quienes los superan.
“La falta de agua nos obliga a pensar en cada gota. Cocinamos comidas más simples y lavamos los platos solo una vez al día”, relató Jhoan Sebastián Mora a The Atlantic, un residente de la ciudad. “Cuanto más respete la gente el origen del agua, más probabilidades hay de que hagan pequeños cambios en sus vidas para conservarla”, agregó Mora, subrayando cómo esta experiencia puede ser un punto de inflexión para adoptar prácticas sostenibles.
El Acueducto también impulsa iniciativas educativas como la apertura de senderos en Los Cerros Orientales, un esfuerzo para que los habitantes de Bogotá comprendan la fragilidad de los ecosistemas que nutren sus vidas. Estas caminatas permiten a los ciudadanos conectar con las fuentes de agua y valorar su importancia, una estrategia clave para fortalecer la conciencia ambiental.
Un desafío que fortalece la comunidad
Esta crisis generó una inesperada solidaridad social. “Todos estamos en lo mismo. Tanto las familias de bajos ingresos como quienes tienen más recursos se despiertan temprano para darse una última ducha antes de que se acabe el agua”, comentó Sandra Milena Vargas a The Atlantic, trabajadora doméstica.
Por su parte, Natasha Avendaño, gerente de El Acueducto de Bogotá, subrayó la importancia de este esfuerzo colectivo: “Esperamos que el racionamiento haga que las personas valoren el agua, no solo en los días en que se seca el grifo, sino como una oportunidad para reconocer su dependencia de este recurso y la necesidad de conservarlo en tiempos difíciles”.
Aunque hospitales, escuelas y servicios esenciales mantienen un suministro continuo, la sensación de “compartir la carga” une a los ciudadanos. La experiencia de Bogotá muestra cómo una crisis puede transformar la manera en que las personas valoran un recurso utilizado en la cotidianeidad.
La adaptación al cambio climático
Lo que Bogotá vive hoy podría ser el futuro de muchas ciudades. La reciente inundación causada por La DANA(Depresión Aislada en Niveles Altos), que dejó a Valencia, España, con un año de lluvia en un solo día, o las sequías que devastaron Texas y el sureste de Estados Unidos, subrayan un hecho ineludible: los recursos ya no son infinitos ni confiables.
Ante este panorama, expertos sugieren implementar medidas preventivas como simulacros de días sin agua o electricidad. Según The Atlantic estas iniciativas, más allá de preparar a las comunidades para emergencias, fomentan resiliencia y adaptabilidad. En Bogotá, la experiencia ya muestra sus frutos: redes vecinales y comunidades organizadas surgen como pilares de apoyo.
¿Es el racionamiento una herramienta para el futuro?
El racionamiento de recursos, aunque impopular, podría ser una de las estrategias más efectivas para enfrentar el cambio climático. Bogotá ofrece un modelo en el que la planificación centralizada garantiza que el sacrificio sea equitativo. Mientras tanto, la ciudad demuestra que es posible preservar la dignidad colectiva incluso en momentos de privación.
El caso de Bogotá evidencia cómo una ciudad puede enfrentar la escasez hídrica a través de medidas organizadas, promoviendo un manejo sostenible de los recursos en el contexto de una creciente presión climática global.
El cambio climático es una realidad, y está obligando a repensar cómo las personas deben vivir. Bogotá con su racionamiento de agua, lanzó un poderoso llamado de atención al mundo: la adaptación no es una opción, es una necesidad.