Amenazada por el mar, los acuíferos y la lluvia, Copenhague ha decidido adaptarse a los desajustes climáticos y con más de 300 proyectos en curso trabaja para protegerse de las inundaciones, un reto en una ciudad peligrosamente propensa a quedar sumergida.
Copenhague (AFP) – El parque Karens Minde es un buen ejemplo. Lo que antiguamente era un terraplén en parte pantanoso fue renovado y transformado en zona de gestión de aguas pluviales.
Para la capital danesa, construida a orillas del estrecho de Øresund, la mayor amenaza es el agua.
La ciudad podría quedar sumergida en primer lugar por el agua de lluvia: el instituto meteorológico local prevé de hecho un aumento de las precipitaciones del 30 al 70% hacia 2100.
El peligro viene también de la subida del nivel del mar —42 cm de media para finales de siglo— y de los acuíferos.
«Todo Copenhague está negociando con el ciclo del agua, porque es una zona húmeda que fue drenada», resume Anna Aslaug Lund, profesora de arquitectura en la universidad de Copenhague.
En un camino de piedras del parque Karens Mindese hay tres bocas de canalización. Por allí llega el agua de lluvia recogida en los alrededores, que luego fluye hasta un lago artificial, a pocos cientos de metros.
«El agua será tratada a través de la zona de drenaje. Luego podremos almacenarla y finalmente la verteremos en el puerto», detalla a AFP Ditte Reinholdt Jensen, portavoz de Hofor, proveedor de agua y electricidad de la capital danesa, que diseñó el parque junto con los servicios municipales.
Alrededor del lago artificial, la naturaleza florece. «El objetivo es crear sinergias entre la gestión de las aguas pluviales y todos los demás beneficios que deseamos aportar a la ciudad», explica Aslaug Lund.
«Mejorar la biodiversidad y luchar contra las islas de calor urbano. Y al mismo tiempo ofrecer a los ciudadanos un lugar de encuentro, un espacio verde donde reunirse», enumera Jan Rasmussen, uno de los responsables de la adaptación climática de Copenhague.
Dinamarca, país prototipo
La ciudad comenzó todo este trabajo en 2008 identificando sus vulnerabilidades, principalmente las inundaciones.
«El mayor desafío es que no tenemos un manual, no hay un método a seguir para hacerlo», admite Rasmussen.
Según los barrios, las soluciones varían. En más de una década, la topografía de la capital, que cuenta con 650.000 habitantes en su núcleo urbano, cambió significativamente, y no sólo en la superficie.
Tras las lluvias torrenciales del 2 de julio de 2011 —135,4 mm en dos horas, que causaron daños diversos—, la ciudad comenzó a desarrollar una red de túneles.
Estos actúan como «autopistas» subterráneas para la lluvia en los barrios donde la urbanización no permite una gestión directa del agua.
«Cuando no tenemos espacio usamos tuberías para distribuir el agua fuera de la ciudad», indica Rasmussen.
Algunos proyectos, como la construcción de una isla artificial, pensada principalmente como un dique contra el aumento del nivel del mar, son muy controvertidos.
Pero el dinamismo de la ciudad en términos de adaptación generalmente es elogiado.
«Al menos hay iniciativas. Realmente lo intentan», señala la investigadora Isabel Froes, profesora en la Copenhagen Business School, que elogia la colaboración «con los investigadores y el público para sensibilizar a la población sobre el desarrollo de la ciudad».
El modelo de Copenhague tiene una particularidad, señala Froes, y es que se basa en la confianza.
«Llamo a Dinamarca país prototipo porque es un lugar ideal para probar nuevas medidas, involucrar a los ciudadanos en ellas y también porque es una sociedad basada en la confianza», resalta.
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