Bolivia ostenta una de las tasas de mortalidad materna más altas de América Latina: 160 muertes por cada 100 mil nacidos vivos.
Fuente: Erbol
Iván Ramos – Periodismo que Cuenta
El canto melancólico de un viento helado atraviesa las montañas de Potosí, arrastrando consigo historias de mujeres que dejaron de ser madres antes de abrazar a sus hijos. En Bolivia, el acto más esencial de la existencia, dar vida, se convierte con demasiada frecuencia en una sentencia de muerte.
María Quispe, a sus 26 años, tenía la mirada llena de sueños y el corazón ansioso por acunar a su primer hijo. Pero una hemorragia imparable durante el parto selló su destino en una pequeña clínica rural, lejos de los recursos necesarios para salvarla. Su esposo, Juan, sostiene entre manos la manta que habría envuelto al bebé. “No entiendo por qué la vida de María tuvo que acabar así. No debería ser tan difícil traer un hijo al mundo”, murmura.
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LA DURA REALIDAD DE LA MATERNIDAD EN BOLIVIA
Bolivia ostenta una de las tasas de mortalidad materna más altas de América Latina: 160 muertes por cada 100 mil nacidos vivos. En el corazón del problema laten desigualdades sociales y culturales, deficiencias estructurales y una inercia que parece ignorar las vidas que se pierden. “Nadie debería morir al dar vida”, sentencia Rolando Encinas, oficial de proyectos del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), con una mezcla de impotencia y determinación.
Encinas explica las cuatro demoras que contribuyen a esta tragedia: identificar los signos de peligro, decidir buscar ayuda, llegar a tiempo a un centro de salud y recibir atención adecuada. Cada paso es una piedra en el camino de las mujeres, especialmente en comunidades rurales, donde los centros de salud pueden estar a horas o días de distancia.
LAS CIFRAS QUE ESTREMECEN
La hemorragia postparto, la hipertensión arterial y los abortos inseguros encabezan las causas directas de muerte materna. Pero detrás de estas razones clínicas están las estructuras invisibles de una sociedad que falla en protegerlas. En 2024, más de dos tercios de las muertes maternas en Bolivia ocurrieron entre mujeres indígenas, para quienes la salud a menudo es un lujo inaccesible.
“Muchas mujeres no llegan a tiempo porque no confían en el sistema de salud o no tienen los medios para llegar a un hospital”, explica Encinas. Para algunas, como María, el viaje es demasiado largo; para otras, la espera en el centro de salud es mortal.
LA ESPERANZA ENTRE SOMBRAS
A pesar de este sombrío panorama, se están haciendo esfuerzos para revertir la situación. El Ministerio de Salud ha implementado planes para fortalecer los servicios de salud materna, incluyendo la capacitación de parteras tradicionales y la promoción de los derechos reproductivos de las mujeres. En Trinidad, Riberalta y Potosí, proyectos piloto buscan cerrar la brecha entre las comunidades rurales y el sistema de salud.
Por otro lado, el uso de métodos anticonceptivos modernos ha aumentado, y los embarazos adolescentes han disminuido drásticamente en la última década. “Es un paso adelante, pero no suficiente”, advierte Encinas. “Necesitamos un compromiso sostenido y una inversión real en salud”.
LAS MUJERES QUE NO DEBERÍAN FALTAR
La historia de María Quispe no es única, pero es emblemática. Cada mujer que muere en el parto deja un vacío que se siente en su hogar, en su comunidad y en la sociedad. Detrás de cada estadística hay un rostro, un nombre, una familia rota.
Bolivia tiene un largo camino por recorrer para garantizar que ninguna mujer muera al dar vida. Pero mientras el viento siga llevándose historias como la de María, la lucha por transformar este panorama no puede cesar. En cada acción, en cada decisión política y en cada esfuerzo comunitario está la esperanza de que, algún día, dar vida deje de ser una tragedia para convertirse en lo que siempre debió ser: un milagro celebrado sin miedo.
Imagen ilustrativa.