El lenguaje es más que un medio para comunicarnos. Es el prisma a través del cual construimos y entendemos nuestra realidad. Como lo expresa Caleb Everett, la diversidad lingüística no solo es un reflejo de nuestras diferencias culturales, sino también una herramienta que moldea nuestras maneras de pensar y percibir el mundo. Sin embargo, vivimos en un momento crítico.
Fuente: https://ideastextuales.com
La digitalización y la homogeneización cultural amenazan con simplificar esta riqueza y poner en riesgo tanto las lenguas como las culturas que las habitan.
La hipótesis del lingüista Benjamin Lee Whorf, que plantea que la estructura de un idioma influye en la percepción de la realidad, encuentra eco en las investigaciones de Everett sobre lenguas amazónicas. Idiomas como el Yagua, con sus siete tiempos verbales, obligan a sus hablantes a considerar matices temporales que en otros idiomas pasan desapercibidos. Por otro lado, lenguas como el Karitiana, con solo dos tiempos (futuro y no futuro), redefinen las formas en que se experimenta el tiempo. Estas diferencias no solo reflejan diversidad cultural, sino también evidencian cómo el lenguaje moldea nuestras relaciones con el mundo y entre nosotros mismos. No sólo expresan una necesidad, sino una plasticidad que sostiene la supervivencia de esa cultura.
En el mundo se hablan aproximadamente 7,000 idiomas, pero muchos están al borde de la extinción. A pesar de sus beneficios, la digitalización ha acelerado la desaparición de lenguas al privilegiar idiomas dominantes como el inglés y el español. Este fenómeno de «homogeneización lingüística» empobrece la diversidad cultural, ya que cada lengua contiene una forma única de entender el mundo.
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El caso de las lenguas indígenas de América Latina es particularmente ilustrativo. Por ejemplo, el idioma Pirahã carece de un sistema numérico complejo, desafiando la universalidad de conceptos como el tiempo lineal o las matemáticas. La desaparición de estos idiomas no solo implica la pérdida de palabras, sino también de formas singulares de interpretar la realidad.
Pero hay otro fenómeno que también amenaza a las lenguas porcentualmente más significativas. Las plataformas digitales han transformado la comunicación promoviendo la simplificación del lenguaje. Los textos en redes sociales tienden a ser fragmentados, eliminando estructuras complejas y reduciendo la riqueza expresiva. Esta tendencia impacta nuestra capacidad para articular ideas complejas, tanto individual como colectivamente.
El uso masivo de correctores automáticos también contribuye al empobrecimiento lingüístico. Estas herramientas, aunque útiles, tienden a estandarizar el lenguaje, eliminando matices que enriquecen la expresión. A largo plazo, esto podría limitar la creatividad y la diversidad cultural asociada a nuestras lenguas.
La simplificación no es solo un problema lingüístico, sino también cultural. Las divisiones idiomáticas pueden reforzar desigualdades sociales. A nivel global, la desaparición de idiomas erosiona la diversidad cultural y reduce las perspectivas disponibles para comprender el mundo.
Además, la tecnología digital tiende a privilegiar la «neutralidad» de lenguas dominantes, despojando de prestigio a variantes locales y reforzando jerarquías culturales y económicas. Esto perpetúa desigualdades y empobrece la experiencia humana colectiva.
La digitalización no tiene por qué ser un enemigo de la diversidad lingüística. Al contrario, puede convertirse en una herramienta para preservarla si se utiliza con conciencia. Documentar idiomas en peligro, fomentar su uso en plataformas digitales y crear espacios virtuales para su aprendizaje son algunas medidas clave.
Preservar la diversidad lingüística es una tarea urgente que beneficia a toda la humanidad. Cada lengua perdida es una forma de pensar y ser que desaparece, empobreciendo nuestra capacidad de imaginar y entender el mundo en toda su complejidad. En un planeta cada vez más interconectado, la pluralidad de voces no es solo un lujo, sino una necesidad.
Por Mauricio Jaime Goio.