México era tal vez uno de los últimos lugares en los que Evo Morales gozaba de alguna credibilidad entre los simpatizantes de la izquierda y la dirigencia de Morena, el partido gobernante. Hace cuatro años, cuando Morales renunció a la presidencia, el entonces mandatario Andrés Manuel López Obrador se apresuró a ofrecerle un avión de la Fuerza Aérea Mexicana para poder dejar el país con destino a la Ciudad de México, donde fue recibido como héroe por el canciller Marcelo Ebrard.
El trato que Morales recibió en México fue el de la víctima de un golpe de Estado. Era algo así como retroceder en el tiempo hasta la década de los setentas del siglo pasado, cuando los mexicanos abrieron las puertas de su país a los exiliados de Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia y Brasil, que huían de la persecución y la muerte en sus respectivos países.
Pero la diferencia era que Morales no llegaba como perseguido o exiliado, sino como presidente obligado a renunciar por la presión social, tras haber intentado burlar el voto popular a través de un fraude descomunal en las elecciones de generales de 2019. No, no era un héroe. Todo lo contrario. Era el principal responsable de haber llevado al país al borde de una guerra civil solo porque no quería dejar el poder.
Pero López Obrador y, en general, el Grupo de Puebla, no estaban dispuestos a admitir que uno de los líderes simbólicos de esa corriente en América Latina tuviera que dejar el gobierno derrotado por la gente. Había que inventar una historia, una narrativa de emergencia para explicar de otra manera las cosas. De ahí salió la teoría del golpe que luego fue alimentada por todos los países y gobiernos afines: Argentina, Venezuela, por supuesto Cuba, Nicaragua y algún otro desubicado.
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México fue la puerta de entrada hacia unos cuantos días de “exilio” y la de salida hacia la “dorada” temporada en Buenos Aires. Arropado por el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, tocado por los pañuelos blancos de las madres de Plaza de Mayo e idolatrado por los nostálgicos de los años de la guerra fría criolla, Morales se sintió tan a sus anchas que hasta, según se sabe por información de la justicia argentina, se dedicó a acosar menores argentinas y bolivianas.
La misma prensa mexicana, La Jornada (casi un órgano gubernamental), que le había dado la bienvenida en esos días de apuro y fingido temor, difundió este fin de semana una larga entrevista al presidente Luis Arce, en la que el mandatario boliviano, por primera vez y sin ningún eufemismo, se dedicó a destruir lo poco del prestigio del prestigio y respaldo que mantenía Morales en México.
La Jornada es la lectura de cabecera de la izquierda en México y cuando Morales llegó a ese país en 2019, el mismo periódico lo recibía con titulares casi diarios, en los que recogía la opinión de Andrés Manuel López Obrador: “CON EVO MÉXICO RETOMA SU TRADICIÓN DE ASILO” o con expresiones nada neutrales de deseo político: “CRECEN LAS MARCHAS MASIVAS EN BOLIVIA EN REPUDIO A GOLPISTAS”.
No se trataba solo de recuperar la “tradición de asilo”, sino de reencontrarse con el romanticismo de una época, de alimentar la idea de una “revolución” vigente, con sus héroes y sus villanos.
Pero eso ya quedó atrás y el propio Arce se encargó de ajustar cuentas con la imagen idílica de Evo Morales. No solo puso bajo sospecha el origen de los fondos con los que el expresidente organizó las más recientes movilizaciones y bloqueos, sino que incluso reconoció que “eran un secreto a voces” las denuncias de estupro en su contra.
Con esta denuncia, la más dura y directa en todo el tiempo de la guerra caliente entre los líderes masistas, indirectamente el presidente se ubicó en el espacio de los cómplices, de aquellos que conociendo el “secreto” se hicieron de la vista gorda y el oído sordo porque, qué más da, había que estar y disfrutar del poder.
El objetivo de Arce al conceder esta entrevista, más que posicionarse como un nuevo referente y buscar respaldo para las elecciones de agosto próximo, fue llevar la versión definitiva ante el Grupo de Puebla sobre la verdadera historia que está detrás del mito Morales.
Si todavía contaba con algún apoyo internacional, europeo o latinoamericano, el expresidente boliviano ya no inspira confianza. Aislado, casi preso en el Chapare, el lugar desde el que hace poco más de cuatro años salió como una víctima, a Evo Morales se le conoce más hoy como el “verdugo” de la democracia, el abusador de menores y, lo insinuó el propio Luis Arce, el sospechoso de utilizar fuentes ilegales – narcotráfico – para financiar sus acciones. Quiso trascender y figurar en la galería de los héroes revolucionarios latinoamericanos y terminó ocupando un lugar central en la de la infamia.