Una vez más, estamos en tiempo de alborozo por la Navidad, un evento mundial que, como todo en la vida y pese a todo el ajetreo que conlleva, será fugaz, pasará y probablemente dejará poca huella en la vida de la generalidad de las personas, cuando, la Navidad, más que un mero recordatorio del nacimiento de Jesús, debería ser un tiempo que nos lleve a meditar sobre lo que es la vida natural y, la principal, la espiritual, la vida eterna, siendo que antes que nos demos cuenta los años pasan y partimos de este mundo. Surge, entonces, la pregunta: ¿Y, después, qué?
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Como ya es costumbre, antes de la celebración de la Navidad, cada 25 de diciembre -fecha que, dicho sea de paso, no coincide necesariamente con el día del nacimiento del Redentor- aparecen los deslumbrantes arbolitos y decoraciones con adornos y brillantes luces que engalanan edificios, plazas y casas, sin embargo, la esencia del festejo no queda clara, en otras palabras, que el centro de la celebración debería ser Jesucristo, quien siendo el Hijo de Dios se hizo hombre por amor a nosotros, viniendo al mundo para nacer sin pecado, vivir sin pecado y hacerse pecado en la cruz del Calvario, muriendo por Ud. y por mí, cargando sobre sí nuestras faltas, en un cruento sacrificio reconciliatorio con Dios Padre, a partir de su gloriosa resurrección. Ese debería ser el recordatorio en Navidad.
Jesús de Nazaret, partió la Historia en dos con su nacimiento hace 2024 años y para la Humanidad pasó a haber “un antes y un después” en lo que hace a la posibilidad de optar entre la condenación eterna -sin Cristo- y la salvación del alma -con Cristo- y, ojo, eso no lo hizo el Niño Jesús, sino, quien fue torturado, desfigurado, crucificado, muerto, sepultado y resucitado: ¡Jesucristo, hombre!
Desde su mismo nacimiento, Jesús no pasó desapercibido en el mundo, principalmente en el ámbito político y religioso, tal el caso del sanguinario Herodes que, intentó matarlo siendo niño, sin lograrlo, aunque quien sí lo hizo, muchos años más tarde, fue la casta religiosa que lo desconoció, como estaba profetizado que ocurriría: a lo suyo vino y los suyos no le recibieron, más bien, lo crucificaron.
Como hombre, Jesús se despojó de su deidad, naciendo en la cuna más humilde, un pesebre, para vivir en santidad a lo largo de sus 33 años en el mundo, siendo su doctrina principal, el cumplimiento de la Ley Real en su máxima expresión: el amor que implica perdón, tolerancia, benignidad, bondad, misericordia, compasión, justicia, caridad con los enfermos, pobres, viudas, huérfanos y desvalidos, motivo por el cual, siendo incomprendido por el establishment de su época, fue insultado, despreciado, agredido, perseguido y, finalmente, asesinado.
No sé si lo sabía, pero, como suele ocurrir cuando tales facetas se hacen carne en una persona, Jesús experimentó el rechazo de los religiosos que se sabían de memoria las Escrituras, que alababan a Dios con sus labios, pero que con sus hechos lo negaban, y, como “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, en una inmolación perfecta cargó sobre sí todos los pecados de la Humanidad, los de antes, los de su tiempo y los que sobrevendrían a futuro, llegando a sufrir por ello la más dolorosa soledad en la cruz, al no poder estar Dios en presencia del pecado, siendo que, quien no cometió pecado, se hizo pecado por nosotros.
En esta Navidad le invito a que pueda pasar de ver al Niño Jesús en su pesebre, a ver a Jesús hecho hombre, crucificado en la cruz. Jesús, el Hijo de Dios, vino a la Tierra para cumplir la voluntad de su Padre, de darse en sacrificio perfecto para quitar el pecado de la Humanidad, porque tal condición nos llevaba a la condenación eterna. Jesús, como la única posible víctima propiciatoria, derramó su sangre y dio su vida, para borrar el pecado del mundo.
Jesús murió en la cruz, sin embargo, al tercer día resucitó para, después de un breve tiempo, ascender con cuerpo glorificado al Cielo, desde donde un día vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. ¿Está preparado para ello? Hasta antes de Jesús, todos estábamos condenados y camino al infierno, sin embargo, a partir de su obra redentora perfecta, existe la posibilidad de pasar de la muerte a la Vida, de las tinieblas a su Luz admirable, del tormento a la salvación eterna, porque Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida y nadie llega al Padre, sino por Él. La salvación del alma no es por obras, es por gracia, un regalo inmerecido de Dios.
Si Jesús murió por Ud. para que sus pecados sean perdonados y para que con ello tenga la posibilidad de vivir por la eternidad en la presencia de Dios, y, si para lograrlo el único requisito es rendirse al señorío del Hijo de Dios ¿no valdría la pena que en esta Navidad le diga Ud. de todo corazón: Jesús, perdona mis pecados, entra en mi corazón, cambia mi vida, te recibo como mi Señor y Salvador?
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito para que todo aquel que en Él cree, no se pierda mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Gary Antonio Rodríguez Álvarez
Licenciado en Economía y Teología