Erick Fajardo Pozo
Como un huevo Faberge, escondido por Ridley Scott en la trama de su Gladiador II, la secuencia en que el desgraciado apátrida Lucius Verus les recita a los gemelos imperiales Geta y Caracalla una estrofa de La Eneida de Virgilio se ha convertido en el nuevo enigma cinematográfico que obsesiona a la órbita de expertos mediáticos en Hollywood.
Sin embargo, cual el Nolan Sorrento de Spielberg tratando de descifrar la clave al nivel secreto del Oasis de Hallaway, una legión de críticos de cine en la media y los foros de las redes han fallado en explicar el significado del referido monólogo. Paradoja frustrante para una generación Z obsesionada en hallar y descifrar referencias a la cultura popular en mensajes encriptados y “huevos de pascua” ocultos en los videojuegos de streaming.
Además de los consabidos columnistas de las principales publicaciones en el globo, sendas reseñas de la secuela del magnum opus Gladiador en foros de Twitch y blogs de YouTube redundan y especulan sobre la secuencia sin lograr explicar la relación entre la jornada del protagonista de la distopia cinematográfica de Scott y el verso de la ópera prima del poeta Virgilio. Menos todavía explican por qué Lucius la recita, ni qué mensaje quiere enviar con ella.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
Para dilucidar el misterio, empecemos contextualizando la décima estrofa del libro sexto de la Eneida que recoge el diálogo encendido entre una profetisa poseída por Apolo y el expatriado Eneas de Troya que la incita a guiarlo al infierno acudiendo al sonámbulo llamado de su padre muerto tras ser expatriados por la ruina de Troya.
Ante las advertencias apocalípticas de la sibila Eneas se jacta de estar curtido de miedo o dolor por su sufrido exilio, a lo que la pitonisa replica con la frase en cuestión:
“Troyano anquisiada, fácil es el descenso al averno. De noche y de día está abierta la puerta del negro Dite, pero dar marcha atrás y escapar a las auras del cielo, esa es la tarea, esa es la fatiga. Apenas unos pocos por el favor de Júpiter o por coraje, regresaron al éter…”
Lucius Verus se la recita a Geta más como un réquiem que como una advertencia; no como vaticinio sobre el destino de Roma sino describiendo cómo a sus ojos luce la Civitas Aeterna, convertida en el epítome del tártaro, mientras revela que él buscará guardarse de ser arrastrado en su infecciosa corrupción o su fatal desenlace.
La paráfrasis del verso de la sibila es, entonces, un crudo retrato de la corrupción de Roma espetada en el rostro del epítome de su crapulencia; un testimonio de la determinación y propósito de todo apátrida que llegará hasta los confines del mundo para escuchar una vez más la voz paterna; en el caso de Eneas hasta el hades y en el de Lucius hasta la Roma de la que su madre creyó protegerlo expatriándolo.
La travesía de Lucius es la de Eneas que, despojado de país y progenitor, descendió al averno a reencontrarse con espectro de su padre. Es una jornada en que ambos personajes – el de Scott y el de Virgilio – buscan dar cierre a su destierro restituyendo patria y paternidad, dos conceptos muy venidos a menos en dos décadas de hegemonía discursiva patriarcofóbica en la industria cultural.
Consultor y analista político