El destacado desempeño presidencial del empresario Nayib Bukele, en El Salvador, y su poco ortodoxa, pero eficiente lucha contra las mafias; la activa participación del multimillonario Elon Musk en la reciente campaña electoral de los Estados Unidos de América y el rol que le ha asignado Donald Trump en la remodelación de la estructura administrativa estatal, o la irrupción del emprendedor contemporáneo boliviano más destacado, Marcelo Claure, en el proceso electoral, iniciado con una encuesta para medir la percepción general sobre los posibles candidatos, y su confesión abierta se quiere contribuir al futuro del país, proponiendo programas y brindando su asistencia al próximo mandatario, cualquiera que sea su signo partidario, han sido detonantes para abrir de nuevo el debate sobre el rol del empresario y del político.
Entonces, reflexionemos: Ciertamente, quien genera la riqueza es el emprendedor. Ese es su objetivo. Para ello, requiere de un marco adecuado que le impulse a invertir – que conlleva siempre un riesgo – y que pasa por la estabilidad de las reglas de juego y, en particular, por la seguridad jurídica. Asimismo, es preciso reconocer que el afán desmedido de conseguir riqueza muchas veces conduce a la tentación de violar las reglas, en la búsqueda del mayor beneficio económico. El caso más patético y extremo, por ejemplo, es el de los narcotraficantes.
En consecuencia, para evitar estos excesos también es imprescindible un Estado que aliente las buenas prácticas y reprima los ejercicios indebidos en la actividad empresarial; misión imposible de cumplir sin un sistema de administración de justicia con visos de probidad e independencia.
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Pero cuando un empresario deja su función específica y se quiere ocupar de gobernar, se convierte en político; y en el desempeño de esa tarea se ve sometido los riesgos inherentes a esta otra actividad. Dejémoslo claro: Cumplir simultáneamente ambas funciones es muy difícil sin traspasar líneas éticas.
Maquiavelo ya advierte que la moral pública no tiene por qué ser necesariamente idéntica a la moral privada, pues pueden perseguir fines diferentes. Por eso prescribió un doble estándar de conducta: uno para el gobernante y otro para los ciudadanos individuales. Pero recordemos que también aclara que la Moral y el Derecho son los diques de contención a la política.
La autoridad, peor si es ilimitada, puede convertirse en una amenaza en perjuicio de quienes están a merced de ella. El uso y la posibilidad de abuso del poder, y la constatación de que no existe castigo para los transgresores (que gozan de impunidad, como ocurre en nuestro país) son factores que envilecen y degradan el ejercicio de la función pública.
Pero los políticos son una necesidad social: No existe comunidad que prescinda de los gobernantes y, por tanto, de los políticos. Entonces, lo que se requiere son políticos con reparos morales y legales, al mismo tiempo qué mecanismos de control y castigo para los infractores.
La conexión entre el ejercicio de la política y el desarrollo empresarial es irrefutable e insoslayable. No es posible separarlos y mucho menos pretender impedir o anular a ninguno de ellos. El intento de excluir totalmente a la iniciativa privada no se ha logrado aún en países que han sucumbido a la más dura práctica socialista y que han pretendido que la administración pública realice todas las actividades económicas y comerciales. “Lo que es de todos, es de nadie”, sentencia la sabiduría popular. El principal motivo de desmoronamiento del comunismo/socialismo ha sido, precisamente, su pésimo desempeño en el manejo económico.
Y es que la verdadera riqueza de las naciones no es aquella que está guardada en las bóvedas de los bancos centrales, tan inerme a las decisiones de los gobernantes de turno. Un ejemplo claro es lo que ha ocurrido en Bolivia: El vaciamiento casi total de las reservas en moneda extranjera (dólares), de los Derechos Especiales de Giro (DEG’s) e incluso la venta o pignoración de decenas de toneladas de oro.
La verdadera fortuna de un país ni siquiera se puede medir en el potencial de sus recursos naturales; nuestro pasado es un muestrario de este aserto y es la prueba palpable de una explotación irracional que no dejó beneficios a la sociedad ni tuvo compasión con la naturaleza. Las bocas vacías del Cerro Rico, la contaminación de los ríos o las ahora inútiles perforaciones del suelo patrio para sacar gas, deben dejarnos alguna enseñanza.
La verdadera riqueza de las naciones es la suma de lo que logren generar sus ciudadanos; y hay que aclarar que hoy la producción intelectual es la más valiosa. Cuantas más sean las personas que alcancen el éxito, mayor será esa riqueza. Este es el camino consistente y estable hacia al progreso de una nación.
Cómo queda demostrado, no se debe santificar ni darle atributos superiores a una ocupación frente a la otra, así como tampoco es aconsejable denostar o satanizar a ninguna de ellas; lo que se requiere es establecer un entorno que favorezca el más eficiente desempeño de cada uno.
He aquí, entonces, la necesidad de que empresarios y políticos no estén enfrentados, sino que establezcan mecanismos de mutua colaboración y entendimiento; pues en buena medida el destino plural depende de las acciones que tomen en conjunto, con un único requisito: Tener siempre la mente puesta en el beneficio colectivo.