En la vasta y compleja narrativa de la historia reciente de América Latina, pocos personajes generan tanto debate como Augusto Pinochet. Su figura, asociada tanto a violaciones masivas de derechos humanos como a un supuesto «milagro económico», sigue polarizando a la opinión pública, tanto dentro como fuera de Chile. Pero ¿qué tan cierto es este relato de prosperidad económica atribuida a su dictadura? La respuesta, como la historia misma, es mucho más complicada de lo que aparenta.
El término «milagro económico» ha sido empleado frecuentemente por los defensores del modelo neoliberal chileno instaurado durante la dictadura de Pinochet, proceso en el que se implementaron políticas de choque que incluyeron privatizaciones masivas, desregulación financiera y una apertura comercial agresiva. Estas reformas, según sus proponentes, transformaron a Chile en un ejemplo de modernización económica para el mundo.
El profesor Michael Ahn Paarlberg, en una columna escrita para The New Republic, ha salido a desmitificar el milagro. Esto en el contexto de un convulsionado ambiente político ideológico global, en el cuál se insiste en destacar estos logros, tomándolos como modelo a seguir. Un éxito aparente que, para este académico, fue menos un resultado de políticas visionarias y más un reflejo de un control político autoritario, reformas económicas forzadas y un sistema de desigualdad estructural que persiste hasta hoy.
Paarlberg argumenta que, si bien algunos indicadores macroeconómicos mejoraron, estos se lograron a un altísimo costo social y humano, con privatizaciones indiscriminadas, la represión de los derechos laborales y una extrema concentración de la riqueza. En este sentido, referencia como la del periodista Roger Cohen a la necesidad de un «Pinochet» para Egipto subestima las profundas heridas que un modelo autoritario puede infligir en una sociedad. Además de olvidar que el desarrollo sostenible requiere instituciones democráticas sólidas, no solo crecimiento económico a cualquier precio.
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A pesar de los excesos, el modelo tuvo muy buena prensa. Sus defensores insisten en que las políticas neoliberales implementadas por los «Chicago Boys»(el grupo de economistas que estuvieron tras el programa económico) modernizaron la economía chilena, abriendo mercados, privatizando empresas estatales y estabilizando la inflación. Este modelo se presentó como un ejemplo para otros países de América Latina, promoviéndose como una panacea a los males de la economía.
Sin embargo, diversos estudios dan por tierra con este relato. La dictadura enfrentó dos severas crisis económicas. La recesión de 1975, resultado del «tratamiento de choque» que contrajo la economía, y la crisis de deuda de 1982, que expuso la vulnerabilidad del modelo basado en la apertura desregulada y el endeudamiento externo. Datos como un crecimiento promedio del PIB per cápita inferior al 2% y una tasa de pobreza que rondaba el 40% al final del régimen demuestran que el verdadero desarrollo de Chile ocurrió en democracia, bajo gobiernos que revirtieron muchas de las políticas neoliberales.
El mito del «milagro» no solo perpetúa un relato distorsionado, sino que también alimenta una polarización ideológica que no ha ayudado a superar las contradicciones de una sociedad enfrentada después de más de 50 años. Es evidente que la instrumentalización del pasado genera esquemas maniqueos de buenos y malos, que convierte lo que pretendía ser un relato científico en una historia mitológica fundacional. Esta simplificación lleva al debate al campo de batalla ideológico, obstaculizando el diálogo y la construcción de una memoria colectiva integradora.
En este contexto, la desinformación ha jugado un papel crucial. Las redes sociales amplifican discursos revisionistas que relativizan las violaciones a los derechos humanos y exaltan los logros económicos de la dictadura. Es una narrativa que tiene como resultado paralizar la capacidad analítica y perpetuar un análisis simplista. No hay intención de alcanzar un entendimiento profundo de la historia.
Más allá de los logros y fracasos, no podemos negar que el gobierno de Pinochet pretende ser un hito revolucionario. Hay un intento consciente por refundar las bases económicas, políticas, sociales, e incluso culturales, del país. No fue simplemente tirar el gobierno de turno para seguir andando. Se redactó una nueva constitución y se legisló en ciertas áreas que aseguraban la implementación y la continuidad del sistema. Tenemos aquí las leyes de gestión de recursos naturales y la creación del nuevo sistema de previsión social. Las primeras permitieron la explotación exhaustiva de recursos con fines de exportación y la segunda inyectar importantes recursos monetarios a la economía.
El legado económico de la dictadura de Pinochet no puede desvincularse de las consecuencias sociales y políticas que trajo consigo. Si bien hubo avances en ciertos sectores, como el aumento de las exportaciones no tradicionales, estos se lograron a costa de una profunda desigualdad y una concentración del ingreso. Además, muchas de las bases del éxito económico chileno posterior a 1990, como las políticas sociales y la modernización de infraestructura, se implementaron durante los gobiernos democráticos.
Por otra parte, la permanencia de estructuras neoliberales, como el sistema privado de pensiones y la desregulación laboral, ha sido objeto de críticas y reformas debido a su ineficacia para garantizar derechos básicos. Estos elementos reflejan que el «milagro» fue, en realidad, un modelo insostenible que requirió continuos ajustes para evitar su colapso.
Al final, el debate sobre los milagros del santo trasciende el ámbito económico y se inserta en la disputa por la memoria histórica. Reconocer las contradicciones y los costos humanos y sociales de este modelo es fundamental para evitar la reproducción de narrativas que justifican el autoritarismo bajo la promesa de prosperidad. La historia debe ser una herramienta de análisis crítico y no un instrumento de polarización. Resulta esencial reconstruir el pasado con rigor y empatía, reconociendo que los procesos históricos son complejos y que el progreso económico no puede ser separado de los valores democráticos y de equidad social.
Por Mauricio Jaime Goio.