Mgr. Fernando Berríos Ayala / Politólogo
No es nada nuevo recordar que lo sucedido en el país desde el 2005 tuvo la virtud de marcar un quiebre en la historia de Bolivia, se hizo evidente que el objetivo era lograr un cambio buscando una nueva forma de país y de una nueva forma de ver a la sociedad esperanzada en la construcción de un sistema inclusivo y un país mejor. Y aunque desde el oficialismo se sostenga que todo ha cambiado, no es difícil afirmar que, a pesar de lo sostenido, la política, desde su ejercicio y de su representación no ha cambiado. Esto es que el sistema político parece varado en formas, personas y visiones que datan desde hace 30 o 40 años. Es difícil negar que los rasgos más negativos de la política boliviana persisten y se hacen ciegos a los cambios de la época.
En la política boliviana es una costumbre el ultra personalismo, está definido por caudillismos que se hacen dueños del ejercicio político representativo en busca del poder total, una suerte de deidades que se hacen fuertes porque logran que los simples mortales que los idolatran, o al menos les hacen creer, bailan al ritmo que se les impone desde el trono. Fue una característica de Evo Morales que, hasta hoy, reclama ese culto a la personalidad (que entre otros fue la causa de su caída). O de Lucho que también buscó ser el líder, no dio la talla, ni como presidente ni como estadista ni como persona (la concentración de poder fue tener lealtades a cambio de dar participación en ese poder a ciertos movimientos sociales y de hacer crecer la burocracia en el Estado). Ahora, en estos tiempos preelectorales vemos a Tuto, Mesa, Samuel y Camacho buscar una unidad opositora, pero, alrededor de ellos, fiel reflejo de ese personalismo propio del sistema político boliviano. Evo luce como un Dios de barro y dos de los cuatro de la unidad no tienen partido ni militancias, se sostienen alrededor de sus imágenes remozadas por la urgencia de sacar al MAS del poder. Mientras estemos solamente enfocados en ese tipo de caudillismos, vamos a ignorar lo que el país demanda y necesita, se debe romper ese distanciamiento entre las prioridades del sistema político y la sociedad boliviana. La democracia está en peligro porque se ha dañado la institucionalidad del Estado comprometiendo nuestro futuro.
La explosión social del 2019 estuvo alimentada por ese cansancio con el sistema político que encarna el MAS y hoy por una demanda de necesaria renovación política que ofrezca una real posibilidad de oxigenar el sistema, porque hay un impresión de hastío con la política, hay incertidumbre y cuando menos un sentimiento de desesperanza que nos muestran un sistema político que no sintoniza con una sociedad que requiere con urgencia propuestas viables de futuro y señales concretas de transformación de la misma política. No entender la necesidad de nuevos actores con nuevas propuestas conlleva el peligro de estancarnos en el riesgo latente, en el corto plazo, de ocasionar nuevas explosiones sociales que solo nos pueden llevar al enfrentamiento entre bolivianos.
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El ingreso de políticos “emergentes” en la conducción del Estado debe constituirse en el paso a la renovación y en la remoción del MAS que se ha quedado estancado en una agenda que imposibilita un ajuste profundo del modelo económico. El país debe avanzar en un modelo más sostenible, más amplio; proyectar nuevos horizontes en la gestión de gobierno, un escenario inclusivo sin sectarismos ni divisiones y con respeto a la institucionalidad para garantizar la defensa de la sociedad, en suma, garantizar la democracia. Es fundamental que existan libertades políticas y rechacemos al gobierno autoritario o represivo. El Estado debe desempeñar un papel mínimo en la economía, hay que garantizar una seguridad jurídica permitiendo que el capital privado venga, invierta y se quede.
La unidad democrática opositora de los cuatro proponentes mencionados, está en la tarea de incorporar al bloque precisamente a actores emergentes, unos la rechazan y otros se unen a este pacto de unidad sin condicionamientos y en la búsqueda de crear un frente de oposición alrededor de una oferta programática que permita garantizar que el MAS ya no será gobierno y además, que no exista un candidato predeterminado que anule la elección del aspirante a presidente que goce de un verdadero apoyo ciudadano, estamos en puertas de un nuevo actor, la posible emergencia de nuevas propuestas; es imposible pensar en un nuevo gobierno que ignore la potencialidad y las proyecciones de El Alto y mucho más de Santa Cruz como poder económico nivel nacional, sería la incorporación de nuevas identidades sociopolíticas para la toma de decisiones, manejadas tradicionalmente por occidente, primero, y en los últimos 20 años por una nueva burguesía masista. Hoy, más que nunca, necesitamos líderes que sean capaces de mirar más allá de sus diferencias y de trabajar juntos por un bien mayor, la patria. No hay sueños imposibles, la unión de la oposición puede estar a la vuelta de la esquina. Los líderes de antes y los de ahora no deben estar por encima del pueblo, hay que devolverles a ellos el protagonismo del cambio, todos tenemos un papel que desempeñar en la construcción de nuestro futuro. Los políticos tienen la obligación de responder a las exigencias de su título y la ciudadanía de asumir nuestra responsabilidad como tales, el futuro del país dependerá de si los líderes y el pueblo están dispuestos a comprometerse con el país. Si el ascenso del MAS al poder fue histórico, también deberá ser histórico que este 2025 el Socialismo del Siglo XXI sea sepultado.
Fuente: eju.tv