El mito moderno del Unabomber


Contra el pragmatismo deslavado del mundo tecnológico del siglo XXI, los mitos siguen escribiéndose. Ya no visten las capas de los antiguos dioses ni las coronas de heroísmo.

Fuente:  https://ideastextuales.com



En cambio, habitan las zonas grises de la ambigüedad moral, donde se desdibujan los límites entre la villanía y la profecía. Entre estos mitos, Ted Kaczynski—el Unabomber—ha surgido como uno de los más provocativos de nuestro tiempo.

La vida de Kaczynski, que transitó de matemático prodigio a ermitaño aislado y finalmente terrorista, se lee como un viaje heroico distorsionado. Su manifiesto, La sociedad industrial y su futuro, escrito desde una cabaña de 13 metros cuadrados en los bosques de Montana, denuncia el aparato tecnológico que él percibía como la mayor amenaza existencial para la humanidad. Este documento, a la vez despreciado y alabado, se ha convertido en una Iliadamoderna, resonando en círculos ideológicos tan diversos como anarquistas ambientalistas y neofascistas. Pero, ¿cómo un hombre cuyos actos de terror sembraron miedo en la psique estadounidense ascendió al reino mitológico?

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En el corazón de la narrativa de Kaczynski está su autoimpuesto exilio. Su cabaña, desprovista de electricidad o agua corriente, se erige como un monumento a su rechazo a la modernidad. En términos mitológicos, se asemeja a los retiros ascéticos de sabios y monjes, espacios donde se desdibujan los límites entre lo sagrado y lo profano. Como Walden de Thoreau, el aislamiento de Kaczynski sugiere una búsqueda de pureza, pero su camino diverge drásticamente. Su manifiesto no aboga por la reflexión pacífica, sino por el desmantelamiento violento del mundo industrial. Y cabe preguntarse si en su accionar existe mucha diferencia, por ejemplo, en muchos pasajes de la biblia. En la destrucción de Sodoma y Gomorra o en las claras instrucciones de Dios para la aniquilación de toda la población nativa a la entrada del pueblo elegido a la tierra prometida. O la muerte de millones de personas en la transformación de Rusia y China de economías campesinas a economías industriales.

En la mitología, el bosque es tanto refugio como prueba. Los bosques de Montana de Kaczynski sirvieron como su campo de batalla, un sitio donde sus luchas intelectuales contra la modernidad se volvieron literales. Este retiro—un santuario físico e ideológico—presenta a Kaczynski como un profeta ermitaño, proyectando una larga sombra sobre la conciencia cultural.

Publicado bajo la amenaza de más violencia, el manifiesto de Kaczynski se convirtió en un artefacto cultural por derecho propio. Su lenguaje, que oscila entre la frialdad racional y el fervor apocalíptico, evoca el tono de los antiguos oráculos. “La revolución industrial y sus consecuencias han sido un desastre para la raza humana”, declara Kaczynski en su apertura, una tesis que ha encontrado resonancia inesperada en una época dominada por debates sobre inteligencia artificial y colapso climático.

Este texto, como los grandes mitos, es polivalente. Para los radicales ambientalistas, es un llamado a la acción; para los tecnófobos, una validación de sus temores; para otros, una advertencia sobre cómo las ideologías pueden derivar en extremismo. Su influencia subraya la paradoja de su existencia. Un manifiesto que rechaza la modernidad, amplificado por las mismas plataformas tecnológicas que denuncia.

La historia de Kaczynski está impregnada de los arquetipos trágicos del mito. Prometeo, el titán que robó el fuego a los dioses y sufrió tormento eterno, es un paralelo adecuado. Pero donde Prometeo buscaba empoderar a la humanidad, Kaczynski buscaba su liberación de lo que percibía como sus cadenas autoimpuestas. Sus herramientas no fueron llamas, sino bombas, y su castigo, cuatro cadenas perpetuas en una prisión de máxima seguridad, lo transformó en un mártir viviente de su causa.

Como Prometeo, Kaczynski sobreestimó su alcance. Su manifiesto fue su fuego, destinado a iluminar los peligros del progreso tecnológico desenfrenado, pero también se convirtió en su perdición. El reconocimiento de su estilo de escritura por parte de su hermano llevó a su captura, un giro irónico que subraya los límites de su rebelión.

En los años desde su muerte en 2023, el legado de Kaczynski ha crecido, no como terrorista, sino como símbolo. Su manifiesto circula ampliamente, diseccionado en debates académicos y convertido en meme en las redes sociales. Su cabaña ha sido trasladada a un museo del FBI, un santuario para una de las figuras más complejas de los Estados Unidos del siglo XX.

Sin embargo, esta vida mitológica está profundamente fracturada. Kaczynski es simultáneamente vilipendiado como asesino y ensalzado como visionario. Su imagen ha sido apropiada por grupos a lo largo del espectro político, desde ecofascistas hasta críticos de la tecnología. Esta interpretación caleidoscópica de la vida y obra de Kaczynski refleja la naturaleza fragmentada de la creación de mitos modernos.

En el Unabomber, encontramos un símbolo tan inquietante como fascinante. Encarna las tensiones de nuestra época: la inquietud con el dominio tecnológico, la alienación de la modernidad y la atracción por soluciones radicales. En este bosque, el mito de Kaczynski es tanto una advertencia como un espejo. Un reflejo de los temores y contradicciones que definen la era digital.

Abordar su legado es enfrentar las incómodas preguntas que planteó: ¿Cómo equilibramos el progreso y la humanidad? ¿Podemos escapar de los sistemas que hemos construido, o somos sus prisioneros? Las respuestas siguen siendo esquivas, pero el mito del Unabomber asegura que estas preguntas continuarán resonando, inquietantes pero necesarias, en la conciencia colectiva del mundo moderno.

Por Mauricio Jaime Goio.


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