El experto en comunicación política, Manuel Mercado, analiza la situación actual de la disputa política en Bolivia.
Por Pablo Deheza
Fuente: La Razón
Las tan anticipadas elecciones presidenciales de 2025 en Bolivia finalmente se acercan. Nuevamente los actores afilan sus discursos y se preparan, una vez más, para la madre de todas las batallas. Esta vez el panorama luce, en general, desmejorado: la crisis económica, la falta de combustible y de dólares han pasado factura. La ciudadanía está cansada de los discursos de los políticos que no les ayuda a llegar a fin de mes; peor aún si hablan para amenazar con paros y bloqueos.
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A medida que se acercan los plazos críticos, como el registro de alianzas en febrero y la contienda electoral en agosto, el panorama político refleja tensiones entre actores tradicionales y emergentes, así como un creciente malestar social. Este proceso electoral no solo marcará el futuro inmediato del país, sino que también podría redefinir las bases del sistema político boliviano.
La relevancia de estos comicios radica en lo que está en juego: si el país podrá resolver las profundas divisiones políticas, sociales, regionales y raciales que existen desde la colonia o si permanecerá hundido en sus contradicciones. Además, en un contexto global de cambios geopolíticos y económicos, Bolivia enfrenta el reto de encontrar un liderazgo que conecte con las demandas sociales y reinterprete los logros del pasado en función de las necesidades presentes.
Para entender este complejo escenario, conversamos con Manuel Mercado, experto en comunicación política y analista del campo político boliviano. Mercado aporta una visión crítica y profunda sobre el presente y el futuro del país, destacando las dinámicas del descontento social, el rol de las fuerzas tradicionales y la emergencia de corrientes antisistémicas.
El presente y su relación con las elecciones de 2019 y 2020
Según Manuel Mercado, “el 2025 nos encuentra en una situación similar a la de 2019, pero con una diferencia crucial: ahora la población no solo está cansada de Evo Morales, sino también profundamente decepcionada con el Movimiento al Socialismo (MAS) y otros liderazgos tradicionales”. Esta afirmación subraya un desencanto generalizado con el sistema político en su conjunto.
En 2019, el MAS enfrentó una crisis de legitimidad provocada por la repostulación de Evo Morales, ignorando los resultados del referéndum del 21F de 2016. Este hecho generó un malestar que culminó en una convulsión social tras las elecciones presidenciales de ese año. La renuncia de Morales, seguida por un gobierno interino liderado por Jeanine Áñez, exacerbó las tensiones y dejó al país profundamente dividido.
En contraste, las elecciones de 2020 representaron una oportunidad para el MAS de recuperar el poder con Luis Arce como candidato presidencial. Con un 55% de los votos, el partido logró consolidarse nuevamente, aunque esta victoria fue interpretada más como un rechazo al gobierno interino que como un apoyo entusiasta a su plataforma. “Fue una recuperación coyuntural, no una renovación del proyecto político”, señala Mercado. Este triunfo no resolvió las fracturas internas del MAS ni su desconexión con sectores urbanos y periurbanos.
Al presente, se evidencia que las condiciones de 2019 y 2020 han evolucionado hacia un mayor desgaste de los actores tradicionales. La pugna interna en el MAS entre las facciones lideradas por Arce y Morales, sumada a la incapacidad de la oposición para articular un proyecto inclusivo, refuerza el desencanto ciudadano. En palabras de Mercado, “la población se encuentra ahora sin un refugio claro, ni en el MAS ni en los bloques conservadores, lo que abre el espacio para alternativas emergentes”.
El largo impacto de las elecciones de 2020
El año 2020 fue un punto de inflexión crítico en la política boliviana, marcando tanto el colapso de un modelo interino como la reconfiguración de las fuerzas políticas tradicionales. Según Manuel Mercado, “el gobierno de Jeanine Áñez fracasó estrepitosamente en todos los frentes: corrupción, respeto a la democracia y gestión pública”. Este periodo estuvo caracterizado por escándalos como la compra irregular de respiradores y una creciente desconfianza ciudadana hacia la administración transitoria.
La incapacidad del gobierno interino para cumplir sus promesas de transición democrática y eficiencia administrativa dejó un legado de descontento que impactó directamente en las elecciones generales de 2020. En estas, el MAS logró recuperar el poder con una sólida mayoría, capitalizando el rechazo al gobierno de Áñez. Sin embargo, como señala Mercado, “este retorno fue más una reacción frente a la decepción con el interinato que un respaldo renovado al proyecto político del MAS”.
El resultado de 2020 también expuso las fracturas internas del MAS y su creciente desconexión con sectores clave como las clases medias urbanas y periurbanas. A pesar de ganar la presidencia, la administración de Luis Arce no ha logrado cohesionar al partido ni articular una visión renovada que responda a las demandas sociales contemporáneas. “El MAS sigue atrapado en disputas internas, lo que refuerza la percepción de que no ha aprendido de las crisis previas”, afirma Mercado.
Por otro lado, la oposición tradicional también sufrió un revés significativo en 2020, al no lograr presentar una alternativa al oficialismo desde el ejercicio del poder. Figuras clave como Luis Fernando Camacho y Carlos Mesa quedaron marcadas por su participación o respaldo al gobierno interino, lo que limitó su capacidad de conectar con el electorado. En palabras de Mercado, “el fracaso del gobierno de Áñez debería ser un recordatorio constante de los errores de la oposición, aunque muchos hoy prefieran ignorarlo”.
En la actualidad, los efectos de 2020 aún resuenan en el escenario político boliviano. La combinación de un MAS desgastado y una oposición fragmentada ha dejado un vacío que, según Mercado, “abre la puerta a la emergencia de liderazgos antisistémicos o alternativas que trasciendan los esquemas tradicionales”. Este contexto plantea un desafío significativo para todos los actores políticos de cara a las elecciones de 2025.
Trayectorias de los actores políticos tradicionales
En el panorama político boliviano actual, las trayectorias de los actores políticos tradicionales están marcadas por el desgaste y la falta de renovación, una situación que Manuel Mercado califica como “un problema estructural que afecta tanto al MAS como a la oposición conservadora”. Según Mercado, “el MAS no ha podido salir del ensimismamiento que lo caracteriza desde 2016, cuando comenzó a alejarse de las clases medias urbanas y periurbanas, sectores clave en sus victorias pasadas”. Este alejamiento ha sido agravado por la pugna interna fratricida, que no solo debilita al partido, sino que también refuerza la percepción de desconexión con las demandas ciudadanas.
Por su parte, la oposición conservadora tampoco ha logrado consolidarse como una alternativa viable. Figuras como Carlos Mesa, Samuel Doria Medina y Luis Fernando Camacho han mantenido un discurso centrado en el antimasismo, sin ofrecer propuestas concretas que respondan a las necesidades actuales del país. “La oposición está atrapada en una lógica de rechazo al MAS, pero carece de una visión de país que movilice a la ciudadanía más allá de sus bases tradicionales”, precisa Mercado.
Un aspecto relevante que destaca Mercado es la falta de renovación generacional en ambos bloques políticos. “Tanto el MAS como la oposición conservadora están dominados por liderazgos que datan de las décadas de 1990 y 2000, lo que genera un divorcio con una generación de jóvenes que han crecido en una Bolivia diferente, marcada por la tecnología, la globalización y nuevos valores sociales”. Esta desconexión, según el analista, representa un obstáculo significativo para la legitimidad de los actores tradicionales.
Mercado señala que “el espacio político está cada vez más abierto a figuras que desafíen el status quo, ya sea desde una postura radicalmente antisistémica como Chi Hyun Chung o desde propuestas más moderadas pero disruptivas como las que podría representar Manfred Reyes Villa”.
En este contexto, el reto para los actores tradicionales es doble: renovarse y conectar con las demandas de una sociedad en transformación, o enfrentarse a un creciente rechazo que podría traducirse en su irrelevancia política. “El sistema político boliviano está en una encrucijada: o se reinventa, o será desplazado por fuerzas nuevas que canalicen el descontento ciudadano”, concluye Mercado.
Malestar y emergencias antisistémicas
El descontento ciudadano en Bolivia se ha convertido en una fuerza transformadora en el panorama político, abriendo espacio para el surgimiento de liderazgos antisistémicos que desafían a los actores tradicionales. Según Manuel Mercado, “el crecimiento del descontento no es homogéneo, pero sí significativo, y refleja una frustración acumulada con los partidos tradicionales que han dominado la política en las últimas décadas”. Este descontento es alimentado por una combinación de factores, como la corrupción, el estancamiento económico y la incapacidad de los líderes actuales para responder a las necesidades de una sociedad cambiante.
Entre las figuras emergentes que capitalizan este descontento destaca Chi Hyun Chung, quien busca consolidarse como un símbolo del rechazo al sistema político establecido. “Chi representa una mezcla de indignación antisistémica y una retórica que conecta con sectores desencantados tanto del MAS como de la oposición conservadora”, explica Mercado. Su discurso radical y directo resuena especialmente entre los jóvenes, quienes buscan una alternativa fuera de los esquemas tradicionales. Sin embargo, Mercado advierte que “el apoyo a Chi no necesariamente implica una aprobación total de sus propuestas, sino más bien una expresión de frustración y deseo de cambio”.
Otra figura que ha ganado relevancia en este contexto es Manfred Reyes Villa, quien adopta un enfoque más moderado, pero igualmente crítico del sistema actual. A diferencia de Chi, Reyes Villa busca posicionarse como una opción capaz de tender puentes entre los diferentes sectores del país. Según Mercado, “Manfred representa una alternativa para quienes desean un cambio sin renunciar a la estabilidad, lo que lo convierte en un actor clave en el escenario político actual”.
El surgimiento de estas figuras pone de manifiesto una tendencia global hacia el rechazo de las élites políticas tradicionales. “Bolivia no es una excepción en este fenómeno; el descontento es un reflejo de una crisis más amplia de representación política que afecta a muchos países”, señala Mercado. Este contexto plantea interrogantes sobre la capacidad del sistema político boliviano para adaptarse a estas nuevas dinámicas y canalizar el descontento de manera constructiva.
Desafíos por todas partes
En última instancia, el desafío para las corrientes antisistémicas será demostrar que pueden trascender el papel de oposición y articular propuestas concretas que respondan a las necesidades de la ciudadanía. Como concluye Mercado, “el descontento es un motor poderoso, pero para generar un cambio real, debe transformarse en una visión política que inspire confianza y movilice a la sociedad hacia un futuro compartido”.
Avanzando hacia las elecciones, Mercado identifica tres retos clave para el sistema político boliviano: garantizar elecciones libres y transparentes, promover una renovación generacional y generar alternativas políticas que conecten con las demandas sociales. “El sistema político actual está actuando como un tapón ante una sociedad que clama por renovación”, afirma.
En última instancia, la renovación podría venir de la sociedad misma, con expresiones antisistémicas o nuevas presiones sobre el sistema político. “El proceso de cambio no empieza ni termina con el MAS. Es un hecho social e histórico que trasciende a los partidos y requiere de una respuesta a la altura de los retos actuales”, concluye Mercado.
Fuente: La Razón