En 2012 se sancionó la Ley 4409/12 de la Ciudad de Buenos Aires, declarando el 10 de enero, como Día de las Mujeres Migrantes. El caso continúa impune y el principal testigo, Julio César Jiménez falleció.
La boliviana Marcelina Meneses fue víctima de racismo y xenofobia.
Desde 2012, todos los años, se conmemora en esta fecha el Día de las Mujeres Migrantes, en honor de Marcelina Meneses, una mujer de nacionalidad boliviana que fue arrojada a las vías del tren junto a su bebé Joshua, en un acto de racismo en 2001. El hecho ocurrió en la ciudad de Buenos Aires, Argentina.
La fecha busca concientizar sobre la discriminación, la xenofobia y los crímenes de odio contra personas migrantes.
Como miles de personas, Marcelina emigró al vecino país en busca mejores días. Sobre todo, para cubrir los gastos médicos de una hija que dejó en Bolivia. La niña tenía una enfermedad congénita de cadera.
Sin embargo, en el vecino país, encontró la muerte de la mano de personal de seguridad de una línea de trenes.
Eran las nueve de la mañana del 10 de enero de 2001. Los termómetros marcaban 30 grados de calor, pero en el interior del tren, que iba a 80 kilómetros por hora, la sensación real de la temperatura era de 40 grados. Todas las puertas y ventanas de los vagones estaban abiertas.
Marcelina tenía en ese entonces 31 años de edad, hace cinco años, en 1996, había llegado a Buenos Aires en busca de trabajo y de un destino diferente.
Ese trágico día, Marcelina se dirigía al hospital Finochietto, de Avellaneda, para ser atendida por un cuadro alérgico. Llevaba a su bebé en la espalda y muchas bolsas en los brazos. Subieron al tren en la estación de Ezpeleta e hicieron transbordo en la estación de Temperley.
La mujer trató de acercarse a la puerta del tren, que iba repleto de gente colgada de los pasamanos. De pronto se oye decir a un pasajero “no empujés, boliviana de mierda”, luego de que Marcelina le había rozado apenas. Los demás pasajeros, histéricos, vociferan en coro contra la mujer, quien llevaba a su pequeño hijo Joshua, de 10 meses, cargado en la espalda. Así continuaron surgiendo una infinidad de improperios xenófobos y de otros desprecios, la zarandean, la empujan.
“Estos bolivianos siempre jodiendo”, le dice el guardia del tren que está parado en la puerta. El hombre simuló hacerle lugar, pero en realidad la empujó.
Marcelina y Joshua caen; en el último instante, la mujer trató de sujetarse de algo, de alguien, pero no ve ninguna mano extendida. Madre e hijo caen abrazados, despreciados, solos a enfrentarse con el dolor infinito.
Ninguna palabra puede describir el instante entre ellos y los rieles. Se oye un grito inmenso cargado de angustia y terror, y nada más, el tren continúa su bulliciosa carrera a la estación.
“Qué hiciste pelotudo”, le dice al guardia un pasajero; él le responde; “yo, nada”.
Nadie vio nada, nadie escuchó nada, De no mediar la solidaridad del pasajero Julio Cesar Jiménez, que vio lo que sucedió, y luego denunció el hecho a la comisaría, este abominable suceso habría pasado inadvertido, como un descuido de “la boliviana”.
La policía recogió los cuerpos, lo que quedaba de ellos, y archivó el caso caratulado como: “accidente incierto”, o alguna otra palabra técnica que justifique su vergonzoso accionar, toda vez que a un boliviano lo atraviesa un cuchillo, una bala, o lo destripan los rieles de un tren.
En la próxima estación, los valerosos hombres y mujeres que insultaron a una mujer con un niño en la espalda descienden despreocupados, no se sienten culpables. Al final solo eran una boliviana y su hijo además ellos no la empujaron, solo la insultaron.
Los (entonces) diputados, Fernando Kiffer y Manuel Suárez, expeditos hicieron las maletas para ir a investigar el hecho a Buenos Aires, enviados por un Congreso ajeno a los problemas del país, cuanto más a los problemas de quienes ya no viven al amparo de la patria (¿la patria ampara?).
Con el dinero que se gastó en el viaje de ambos, más los viáticos se pudo haber contratado a un eficiente buffet de abogados penalistas, se hubiera enjuiciado a la empresa de trenes TMR, encontrado a los culpables y quizá hasta sobraba dinero, pero no, llegaron los dos experimentados investigadores a constatar lo que ya todo el mundo sabía.
No tuvieron tiempo de escuchar las quejas de algunos ingenuos compatriotas que creen que los diputados o los embajadores pueden hacer alguna cosa por ellos. Haciendo un esfuerzo lograron acomodar en su apretada agenda el clásico paseo por el centro, comprar algunos regalos para la familia, recuerdos porteños; una estúpida postal del obelisco filudo y hueco, en fin, ya se sabe que Buenos Aires no es una postal, que es real y mata.
Y la tierra prometida es un pequeño espacio en algún cementerio olvidado fuera de la ciudad. Las asociaciones de bolivianos en Argentina intentaron un par de protestas y algunas publicaciones de la comunidad recuerdan el hecho con un incomprensible eslogan: “no se olviden de Marcelina”.
¿Quién no la debe olvidar, el gobierno?, Marcelina Meneses y su hijo fueron asesinados, y la búsqueda de justicia es responsabilidad de toda la sociedad, sobre todo y principalmente de los medios. ¿Por qué delegar algo que nos compete?
Los hechos delictivos en las grandes urbes ciertamente suceden y la policía no puede cubrir con su presencia todos los rincones del delito, pero en este caso existe un testigo ocular: “yo lo vi todo”. Sin embargo, la justicia, poderosa mama grande, sale con quien paga más y como en una subasta se vende a quien tenga billetera abierta.
Si no se castiga el crimen, este o cualquier otro, se le concede otra oportunidad al asesino, que se relame los dientes y se frota las manos mientras observa a su próxima víctima.
En 2012 se sancionó la Ley 4409/12 de la Ciudad de Buenos Aires, declarando el 10 de enero, como Día de las Mujeres Migrantes. El caso continúa impune y el principal testigo, Julio César Jiménez falleció.