Fuente: https://actualidad.rt.com
«Estar despierto», atento a luchas políticas y culturales. A eso remite originariamente el uso de la palabra ‘woke’ en el discurso público estadounidense. No obstante, en el presente, las cosas han cambiado y el término se ha redefinido para abarcar banderas a favor de asuntos como la diversidad sexual, la agenda verde, el antirracismo y el feminismo. Al mismo tiempo, también se ha erigido en una suerte paraguas en el que encuentra cabida el rechazo virulento hacia distintas formas de reivindicación y derechos humanos.
Por lo tanto, el término es ambiguo y ha sido esa ambigüedad la que ha permitido que se posicione como expresión de la polarización política. Del lado del denuesto, se lo escucha en bocas de figuras representantes del conservadurismo y las derechas políticas como los presidentes Donald Trump y Javier Milei, o el magnate Elon Musk.
Sin empacho, estos agentes han asociado lo ‘woke’ con «la izquierda», «el colectivismo» y la crisis de la cultura occidental. Bajo su punto de vista, este mundo ha entrado en un espiral de decadencia al abandonar «valores tradicionales» como la familia biparental heteronormativa, la libertad de expresión o el mantenimiento de estructuras formales de igualdad ante la ley, en tanto se entiende que estas son garantía de la aplicación imparcial de la justicia.
Desde la izquierda, las críticas hacia el ‘wokismo’ no son menos agrias. Autores como la filósofa estadounidense Susan Neiman acusan a este sector de haber abandonado lo que califica como los tres ejes de la izquierda: el universalismo, la confianza en el progreso y la distinción clara entre la justicia y el poder. A su juicio, este cambio implicó asimismo ir en pos de una política de identidades que omite el origen de las injusticias y apuesta por la reparación histórica de grupos definidos como entidades abstractas, sin historia y sin contexto sociocultural.
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Empero, conviene distinguir la naturaleza de los cuestionamientos que se hacen de lo ‘woke’ desde la derecha y desde la izquierda. En el primer caso, se omiten las desigualdades sistémicas derivadas del orden capitalista, que golpean con más fuerza a personas pobres, racializadas, mujeres o sexodiversas; en el segundo, se advierte una identificación correcta de algunas desigualdades presentes en la sociedad, pero se critica tanto la determinación de su origen como las maneras empleadas para apuntalar su solución.
Ello explica por qué el discurso ‘antiwoke’ es una bandera para las derechas políticas, mientras que para las izquierdas constituye, antes que nada, un objeto de reflexión académica y crítica que no llega a erigirse como un factor divisivo decisivo, toda vez que no es inusual que quienes se inscriben en esa posición del espectro político apoyen o hayan apoyado contingentemente luchas feministas, antirracistas, ambientales o políticas en favor de las personas sexodiversas, por citar solo algunos ejemplos.
¿Producto de exportación?
Aunque inicialmente se trató de un fenómeno estadounidense, la versión más contemporánea del discurso ‘woke’ ha echado mano de las redes sociales para posicionar temas, «cancelar» a figuras públicas por sus opiniones y globalizar debates que, en otras circunstancias, no habrían pasado de ser temas locales con alguna atención de la prensa.
Este rasgo ha posibilitado que figuras como Musk acusaran al entonces Twitter o a la Wikipedia de dar visibilidad a la «agenda ‘woke'» y de imponer un punto de vista ideologizado y sesgado, a condición de cercenar la libertad de expresión o de someter al escarnio público a quienes manifestaran otras opiniones.
De otro costado, el activismo de redes propio del ‘wokismo’, dio fundamento a esos cuestionamientos y posibilitó que otros formadores de opinión se incorporaran al debate; en suma, permitió la internacionalización del término y sus críticas, que ha devenido en un producto de exportación estadounidense con claras incidencias en el Sur Global.
De ello es muestra el reciente discurso que pronunció el presidente argentino, Javier Milei, en la edición 2025 del Foro de Davos. En su intervención, que duró cerca de media hora, el mandatario presentó a lo ‘woke’ y al ‘wokismo’ como causas últimas de lo que, asegura, constituye la decadencia de Occidente.
En su decir, el ‘wokismo’ «es la ideología que ha colonizado las instituciones más importantes, desde partidos y Estados de los países de Occidente; la gobernanza global, pasando por organizaciones no gubernamentales, universidades y medios de comunicación, [así] como también ha marcado el curso de la conversación global durante las últimas décadas».
«Hasta que no saquemos esa ideología aberrante de nuestra cultura, nuestras instituciones y nuestras leyes, la civilización occidental e incluso, la especie humana, no logrará retomar la senda del progreso que demanda nuestro espíritu pionero. Es indispensable romper estas cadenas ideológicas, si queremos dar paso a una nueva era dorada», fustigó.
Según Milei, el problema de origen es que el ‘wokismo’ reemplazó la «libertad» por la «liberación» sobre la base de «la siniestra, injusta y aberrante idea de la justicia social, complementada por entramados teóricos marxistas cuyo fin era liberar al individuo de sus necesidades», con lo que, aseveró, se constituyó una especie de insuficiencia en torno a la «igualdad ante la ley» que se supera a partir de la reparación de «injusticias de base ocultas».
«En otras palabras: del concepto de libertad como protección fundamental del individuo frente a la intervención del tirano, pasamos al concepto de liberación mediante la intervención del Estado. Sobre esta base fue construido el ‘wokismo’, un régimen de pensamiento único cuyo propósito es penalizar el disenso«, afirmó.
Acto seguido, el dignatario arremetió contra los feminismos, las diversidades sexuales, el calentamiento global y la interrupción voluntaria del embarazo. En particular, asoció la homosexualidad con la pederastia, al aludir al caso de una pareja gay que recibió una condena de 100 años de cárcel por abusar sexualmente de sus hijos adoptivos. La situación, aunque verídica, fue presentado como soporte para la criminalización de un grupo humano, lo que le granjeó numerosas críticas.
‘Antiwokismo’ y luchas sociales
Los alegatos de Milei ilustran claramente cómo el rechazo a lo que sea que se denomine ‘woke’, es un instrumento eficaz para denostar de la justicia social, un principio básico de las democracias liberales que está consagrado en numerosas constituciones, leyes y documentos en todo el mundo.
Aun si pudiera advertirse que el mandatario hizo uso de su habitual verbo para insuflar un debate y generar polarización en torno a su figura, sus expresiones apuntan hacia el cuestionamiento de un pilar más profundo dentro de las sociedades occidentales a las que dice defender cuando arremete contra lo ‘woke’: la idea de justicia social como fundamento para el pleno ejercicio y disfrute de los derechos fundamentales.
En adenda, sus discursos no suelen quedarse en declaraciones de principios; antes bien, el referente libertario ha demostrado que su estrategia de gestión se compadece con lo que proclama.
«Llegamos al punto de normalizar que en muchos países, supuestamente civilizados, si uno mata a la mujer se llama femicidio y eso conlleva una pena más grave que si uno mata a un hombre, solo por el sexo de la víctima, legalizando de hecho que la vida de una mujer vale más que la de un hombre», alegó en Davos. Acto seguido, su ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, anunció que se eliminará el delito de feminicidio del Código Penal.
En EE.UU., epicentro de la polarización en torno a lo ‘woke’, se transita por caminos semejantes. En 2022, la Corte Suprema derogó el derecho constitucional al aborto y grandes compañías y el propio Gobierno ha anunciado el fin de sus políticas de inclusión y discriminación positiva, en claro acuerdo con las directrices de la administración de Donald Trump. Son conocidas las críticas al ‘wokismo’ formuladas por el magnate republicano y buena parte de los miembros de su gestión.
De manera tal que no se trata solo de debates académicos o de palabras pronunciadas para ganar adeptos en mítines. Esos discursos tienen efectos sobre luchas sociales de larga data y el reconocimiento de injusticias sistémicas dentro del capitalismo, aunque, como señalan desde la izquierda, no se estén poniendo en cuestión los fundamentos del sistema.
En Argentina, el campanazo resuena con fuerza. Colectivos feministas, antirracistas y LGBTIQ* anunciaron una movilización masiva en Buenos Aires y más de 100 localidades del país este 1 de febrero. A la iniciativa se sumaron centrales sindicales y organizaciones de derechos humanos como Madres de Plaza de Mayo.
Mientras, desde el Gobierno tacharon la iniciativa de «marcha política». «Es una marcha política que nuclea a todos los que están en contra de la gestión», aseguró una fuente de la Casa Rosada este jueves al portal TN. Para el Ejecutivo, la presencia de dirigentes opositores en la manifestación permitiría identificar «quién está de cada bando, para marcar la división».
Es fácil concluir que sí se trata de una marcha política, pero no por la presencia de figuras opositoras, sino porque es una muestra pública de rechazo hacia iniciativas gubernamentales que suponen el menoscabo de derechos y la perpetuación de injusticias, que avanzan sin pausas en esa nación de Suramérica.