El 6 de enero de 2021, el corazón simbólico de la democracia estadounidense, el Capitolio, fue atacado. Los medios reprodujeron profusamente las escenas que rápidamente pasaron de protesta política a insurrección violenta. Detrás del caos surgieron unas figuras clave: los grupos paramilitares. Organizaciones como los Proud Boys, los Oath Keepers y los Three Percenters desempeñaron un papel central en la coordinación del ataque, moviéndose con tácticas que reflejaban el entrenamiento militar y una determinación que iba más allá de la indignación política. Estos encontraron validación en discursos que cuestionaban la legitimidad de las elecciones, amplificados por plataformas digitales y, en algunos casos, respaldados implícitamente por líderes políticos.
El impacto de estos grupos trasciende el evento del 6 de enero. Más que un acto de insubordinación, el asalto evidencia cómo la polarización y la radicalización pueden convertirse en armas contra las instituciones democráticas. Su presencia representó un desafío directo al monopolio estatal del uso legítimo de la fuerza, abriendo una brecha en la confianza pública y alimentando narrativas de desconfianza hacia el sistema político. La capacidad de los grupos extremistas para movilizar recursos, coordinar acciones y aprovechar la fragmentación social plantea preguntas urgentes sobre la fragilidad de las democracias modernas ante amenazas internas. Pero también exige una reflexión acerca de la naturaleza de estos grupos y como se integran al tejido socio cultural estadounidense. Hay una tentación casi natural de demonizarlos, lo cuál no les va a restar legitimidad para muchos de sus seguidores y simpatizantes.
Resulta evidente que los Estados Unidos es un país polarizado y con crecientes fracturas sociales. Los grupos paramilitares emergen como espacios donde los marginados encuentran sentido de pertenencia. Veteranos militares, camioneros, pequeños empresarios y trabajadores de la salud se unen en torno a una narrativa que combina patriotismo, descontento y resistencia al cambio. Estas milicias ofrecen algo más que ideología. Crean una comunidad que llena los vacíos dejados por la desintegración de redes sociales tradicionales.
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A través de actividades filantrópicas, como colectas de alimentos y asistencia en desastres naturales, estos grupos refuerzan su identidad como protectores y benefactores de sus comunidades. Sin embargo, esta cara visible contrasta con su naturaleza clandestina. Entrenamientos paramilitares, vigilancia armada en las fronteras y retóricas inflamatorias que abogan por la acción directa contra quienes consideran enemigos.
Las milicias no solo son movimientos políticos, sino también espacios culturales donde se crean y reproducen rituales de cohesión. Desde la publicación de revistas internas hasta reuniones familiares y entrenamientos conjuntos, estas actividades consolidan un sentido de identidad colectiva. La AP3, por ejemplo, organiza seminarios sobre la Constitución estadounidense y enseña jardinería como una forma de autosuficiencia.
Este enfoque integral también les permite establecer alianzas con instituciones como la policía local, usando actividades comunitarias para ganar legitimidad. Sin embargo, su discurso contra el gobierno y los movimientos progresistas deja en evidencia la tensión entre su cara pública y su agenda subversiva.
El crecimiento de las milicias responde a un profundo sentimiento de alienación en sectores de la población que perciben sus valores y estilos de vida como amenazados. Estas organizaciones explotan esa marginalidad para construir una narrativa donde ellos son los últimos defensores de la «verdadera América». La retórica se alimenta de agravios históricos, rechazo a las normas de lo «políticamente correcto» y una visión apocalíptica del futuro.
A pesar de su aparente fortaleza, las milicias también enfrentan divisiones internas. Los debates sobre el uso de la violencia o la participación democrática reflejan la lucha constante por definir su identidad y objetivos. Mientras algunos miembros abogan por la acción directa, otros temen que una escalada violenta pueda destruir el movimiento.
En un contexto de crisis social y política, las milicias estadounidenses representan un fenómeno que trasciende los límites de lo político para instalarse en lo cultural. No son solo grupos armados, sino también espacios donde se negocia la pertenencia y la identidad en un mundo fragmentado. La pregunta no es solo cuán peligrosas son estas organizaciones, sino qué nos dicen sobre las grietas profundas en el tejido social de Estados Unidos. Al final, estas milicias son un espejo oscuro de un país dividido. Un recordatorio de que incluso en la marginalidad, la necesidad de comunidad puede encontrar expresiones tan inquietantes como reveladoras.
Por Mauricio Jaime Goio.