Los tres magnates tecnológicos consolidan un puente ideológico que combina influencia empresarial y política, y redefine el conservadurismo, en una influencia mutua del poder de la tecnología y la política en Estados Unidos
Daniel Sacks, Elon Musk y Peter Thiel impulsan una narrativa antiwoke que une Silicon Valley y Washington, y modifica el debate público en Estados Unidos. (Imagen Ilustrativa, no real, realizada por IA)
Fuente: infobae.com
En la década de los 90, cuando el mundo aún no asociaba el poder político con las grandes figuras tecnológicas, dos estudiantes de Stanford, Peter Thiel y David Sacks, comenzaron a delinear lo que con el tiempo se convertiría en un manifiesto ideológico contra los valores dominantes. En 1995, ambos publicaron un ensayo titulado The Diversity Myth: Multiculturalism and Political Intolerance on Campus (El mito de la diversidad: multiculturalismo e intolerancia política en el campus), un libro que, a pesar de su bajo perfil en su momento, fue clave para entender la ideología que hoy impulsa a estas figuras en su cruzada contra lo que denominan el “wokismo”.
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El texto, que lleva las firmas de Thiel y Sacks, cuestiona las políticas multiculturales en las universidades estadounidenses, alegando que estas no fomentan la diversidad real sino que se convierten en instrumentos de control ideológico para imponer un “dogma antioccidental”. En un extracto del libro, afirman: “El multiculturalismo no es más que un esfuerzo por destruir la tradición occidental, disfrazado de inclusividad”. Este enfoque agresivo marcó desde el principio el tono de su discurso político y cultural.
Años después, tanto Sacks como Thiel se disculparon públicamente por un pasaje en el libro que minimizaba las denuncias de violación en el campus universitario, en el que describían un caso de asalto sexual como un posible acto de “arrepentimiento tardío”. Aunque las disculpas fueron interpretadas como una forma de desmarcarse de esa narrativa en particular, nunca renunciaron al contenido central del libro: su crítica mordaz al wokismo y su oposición al creciente protagonismo de las políticas identitarias en la educación y la cultura.
Thiel se ha convertido en una figura ambigua dentro del movimiento conservador y libertario. Aunque por un lado es un defensor de la “libertad individual”, ha sostenido posturas contradictorias sobre la democracia, al la que describe como “incompatible con la libertad”. En un artículo publicado en 2023, reforzó esta idea al afirmar que la democracia, cuando se combina con políticas identitarias y multiculturales, conduce a la tiranía de las mayorías. Según Thiel, esta combinación ha permitido que el “wokismo” imponga un nuevo sistema de valores basado en el victimismo y el control social: “Hemos reemplazado la idea de meritocracia por un culto al victimismo que castiga la excelencia y glorifica la mediocridad”.
El CEO de Tesla, Elon Musk, compró Twitter en 2022 y reactivó la cuenta del presidente Donald Trump, en cuyo gobierno trabaja hoy. (REUTERS/Brian Snyder)
Thiel y Sacks no solo compartieron una visión filosófica desde sus años en Stanford, sino que también se unieron en su trayectoria profesional al cofundar PayPal a finales de los años 90. Este emprendimiento los catapultó a un círculo de élite conocido como el “PayPal Mafia”, un grupo que incluye a figuras como Elon Musk, Reid Hoffman y Keith Rabois, quienes también jugarían un papel fundamental en la configuración del panorama tecnológico y político estadounidense. A pesar de sus diferencias ideológicas, este grupo definió una nueva generación de líderes que vieron en la tecnología un medio no solo para revolucionar mercados, sino también para influir en la narrativa política.
Musk, quien más tarde fundaría empresas como Tesla y SpaceX, emergió como un socio clave en esta red. En los últimos años, su alianza con Thiel y Sacks ha adquirido un tinte político cada vez más marcado, especialmente a medida que las tensiones culturales en Estados Unidos se intensifican. Musk ha abrazado muchas de las ideas delineadas en The Diversity Myth y ha adoptado una postura cada vez más crítica hacia el multiculturalismo, las políticas progresistas y casi cualquier forma de moderación en plataformas digitales.
Este entramado ideológico y profesional marcó el inicio de una cruzada que, décadas después, tendría implicaciones significativas en la política estadounidense. Lo que comenzó como una crítica a las universidades se convirtió en un movimiento más amplio que ataca la estructura misma del progresismo urbano y el multiculturalismo. En palabras de Thiel, la idea que defienden no es simplemente corregir los “excesos woke”, sino “restaurar el orden y la lógica occidental que se ha perdido en la tiranía de lo políticamente correcto”.
La alianza entre Thiel, Sacks y Musk es una coincidencia de ideas y también una estrategia deliberada para influir en el debate público. Sus plataformas digitales, sumadas a sus conexiones políticas y su capacidad de financiarlas, han permitido que sus voces se amplifiquen de maneras que antes no eran posibles. Desde Twitter hasta Callin, estas figuras han convertido el ámbito digital en un campo de batalla ideológico, donde el antiwokismo ha encontrado un espacio fértil para propagarse.
Peter Thiel en la Convención Nacional Republicana de 2016: el inversor de grandes empresas tecnológicas ha utilizado su influencia para promover una agenda libertaria. (REUTERS/Carlo Allegri)
Elon Musk: una idea de la “Libertad de expresión”
La compra de Twitter en 2022 por parte de Elon Musk marcó un momento de inflexión no solo para la plataforma, sino también para el debate político y cultural en Estados Unidos. Musk describió su adquisición como un acto para “salvar la libertad de expresión” en un entorno que, según él, estaba dominado por narrativas progresistas que imponían lo que calificó como censura ideológica. Su objetivo declarado fue transformar la red social en un foro abierto sin más, donde todos pudieran ser escuchados. Sin embargo, su visión no estuvo exenta de controversias y desafíos.
En su primera declaración tras adquirir la plataforma, Musk afirmó que “la libertad de expresión es la base de una democracia funcional” y que, bajo su liderazgo, Twitter se convertiría en un espacio donde las ideas no fueran suprimidas por motivos ideológicos. Esta narrativa, sin embargo, no tardó en polarizar a la opinión pública. Para algunos, Musk representaba un retorno a los principios fundamentales del libre discurso; para otros, su postura era un disfraz para amplificar discursos reaccionarios y eliminar protecciones destinadas a grupos vulnerables.
La relación entre Musk y la libertad de expresión, no obstante, es más compleja de lo que parece a primera vista. Aunque prometió una desregulación radical de los contenidos en Twitter, también enfrentó críticas por presuntas acciones de censura selectiva. En particular, varios periodistas y activistas señalaron que sus cuentas fueron suspendidas tras cuestionar públicamente las decisiones del nuevo liderazgo de la empresa. Musk defendió estas medidas, calificándolas como necesarias para evitar el “caos informativo” en la plataforma y alegando que sus reglas de moderación eran claras y justas.
Además, Musk permitió el regreso de figuras controvertidas previamente vetadas de la plataforma, incluido el presidente Donald Trump, quien había sido expulsado tras el asalto al Capitolio en 2021. Esta decisión generó intensos debates sobre los límites de la libertad de expresión y si Twitter, bajo el control de Musk, se estaba convirtiendo en un espacio que favorecía algunas voces en detrimento de otras. En una entrevista con Fox News, Musk justificó estas decisiones diciendo que “Twitter no puede ser el árbitro de la verdad” y que las restricciones anteriores habían creado una percepción de parcialidad hacia las ideas progresistas.
El CEO de SpaceX, Elon Musk, participó de la asunción del presidente Donald Trump en el Capitolio, y asumió en el nuevo Departmento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), donde anunció el fin de programas pro diversidad, equidad e inclusión. (Chip Somodevilla/REUTERS)
La relación entre Musk, Thiel y Sacks ha evolucionado desde su tiempo como parte de la “PayPal Mafia” hacia una colaboración activa en la construcción de un discurso que desafía el wokismo. Musk, tras adquirir Twitter, encontró en Thiel y Sacks aliados para reforzar su narrativa contra lo que considera una hegemonía cultural restrictiva. Según The New Republic, Musk respaldó directamente el artículo de Sacks en Newsweek sobre Ucrania, en el que sugería que la Crimea ocupada desde 2014 debía ser finalmente cedida a Rusia, entre otras ideas para terminar la guerra, y calificó la resistencia a sus propuestas como obra de una “turba woke”.
Sacks y Thiel, por su parte, han visto en Musk una figura clave para llevar su mensaje a un público más amplio. Las discusiones de Thiel sobre el “victimismo” en The Diversity Myth y la necesidad de restaurar la meritocracia son ahora eco de muchas de las decisiones de Musk, quien ha tomado medidas para alterar el panorama de las redes sociales al priorizar la libertad de expresión como herramienta política. Este intercambio de ideas, amplificado por sus plataformas y conexiones, posiciona a estos tres empresarios como actores centrales en un movimiento que busca reconfigurar el pensamiento en Estados Unidos.
Peter Thiel y su red de influencia conservadora
A lo largo de las últimas décadas, Peter Thiel ha construido una de las redes de influencia más poderosas y controvertidas dentro del movimiento conservador estadounidense. Además de cofundador de PayPal, Palantir y uno de los primeros inversores en empresas como Facebook, Thiel ha utilizado su riqueza e intelecto para moldear una agenda política que desafía tanto el statu quo del liberalismo ideológico como los límites de la democracia misma. Su visión de un país nacionalista, cristiano y fuertemente elitista ha encontrado eco en los candidatos que ha respaldado y en las ideas que promueve desde una posición de influencia única en Silicon Valley y Washington.
Peter Thiel fue el apoyo inicialmente solitario del mundo tecnológico que recibió Donald Trump en su primera presidencia, cuando Silicon Valley era más bien demócrata. (Reuters/Shannon Stapleton)
Thiel, que abiertamente se declara libertario, sostiene una tensión fundamental en su pensamiento: aunque aboga por la libertad individual, considera que el proceso democrático está destinado a erosionar esa libertad al dar paso a políticas basadas en mayorías que, según él, sofocan la excelencia y glorifican la mediocridad. En The Diversity Myth ya delineaba estas ideas con Sacks al criticar el multiculturalismo por su presunto reemplazo del “mérito por el victimismo”.
Para Thiel, el victimismo no solo es una herramienta política, sino también una evolución deformada de los principios judeocristianos. En su visión, el progresismo ha tomado elementos fundamentales de esta tradición —como la compasión hacia los oprimidos y la justicia para los marginados— y los ha transformado en un sistema de moralidad inversa, donde la condición de víctima otorga poder y autoridad. “El victimismo moderno es una perversión del cristianismo”, escribe Thiel, argumentando que, mientras la religión enfatiza la redención y el perdón como formas de reconciliación, el multiculturalismo y las políticas identitarias utilizan la culpa colectiva como un arma para dividir a la sociedad. Este “culto secular al victimismo”, según Thiel, reemplaza los valores universales de mérito y esfuerzo por una dinámica de resentimiento, donde el sufrimiento es exaltado como virtud y las ideas de mérito y excelencia son vistas como opresivas.
Mentor de una nueva generación de conservadores
En los últimos años, Thiel ha asumido un rol de mentor político, promoviendo a figuras que encarnan su visión de unos Estados Unidos “restaurados” bajo valores tradicionales y antiprogres. Entre sus protegidos más destacados se encuentran JD Vance, autor de Hillbilly Elegy y actual vicepresidente de Estados Unidos, y Blake Masters, un político conservador con fuertes posiciones nacionalistas y cristianas. Ambos candidatos han sido respaldados económicamente por Thiel, quien no solo financió sus campañas, sino que también ayudó a articular el discurso que han llevado a sus plataformas.
El caso de Vance es emblemático. Según reportes de The New Republic, Thiel donó 1 millón de dólares al comité de acción política Protect Ohio Values, dedicado a impulsar la candidatura de Vance al Senado cuando pocos lo conocían. Este financiamiento fue decisivo para transformar a Vance, quien alguna vez fue un crítico de Donald Trump, en una figura clave del movimiento conservador moderno. En una entrevista, Vance adoptó la narrativa promovida por Thiel al afirmar que “Estados Unidos debe anteponer los intereses de su pueblo antes que las agendas globalistas”, una declaración que encapsula el nacionalismo trumpista que Thiel promueve. Actualmente, con Donald Trump ejerciendo su segundo mandato como presidente de Estados Unidos, el apoyo estratégico y financiero de Thiel volvió a ser importante en ese regreso político.
Por su parte, Masters, otro protegido de Thiel, también se benefició de su respaldo financiero. Thiel invirtió millones en su campaña al Senado por Arizona, consolidándolo como una figura que articula las preocupaciones del ala más reaccionaria del Partido Republicano. Al igual que Vance, Masters ha adoptado un discurso que combina críticas al multiculturalismo, defensa de los valores cristianos tradicionales y oposición frontal al wokismo. Según The New Republic, Masters llegó a describir a Thiel como su “mentor intelectual”, alguien que no solo le enseñó a pensar estratégicamente sobre política, sino que también le inculcó la importancia de defender los valores occidentales frente al “declive woke”.
La “élite antiestablishment”
La visión de Thiel sobre el multiculturalismo y el wokismo, que ya era evidente en The Diversity Myth, se ha intensificado con los años. En su libro, Thiel argumenta que las políticas multiculturales no fomentan una verdadera diversidad, sino que funcionan como un instrumento para desmantelar los valores occidentales. Este discurso, que décadas atrás estaba confinado al ámbito académico, ha cobrado nueva relevancia en el entorno político actual, donde Thiel lo ha adaptado para atacar a las élites progresistas desde lo que él llama una “perspectiva antiestablishment”.
Peter Thiel ha apoyado financieramente a figuras conservadoras como el vicepresidente JD Vance y Blake Masters, ambos alineados con su visión política.
Aunque Thiel es parte de la élite económica y tecnológica, se ubica como un outsider en la esfera política. Esta aparente contradicción es una de las claves de su atractivo dentro del movimiento conservador. Desde su respaldo a Donald Trump en 2016 y 2024 hasta su financiamiento de PACs alineados con figuras como Ron DeSantis, Thiel ha construido una narrativa donde se presenta como un líder que desafía las estructuras tradicionales para proteger los valores esenciales de la civilización occidental.
Se presenta, además, como algo más que un crítico: “Es fácil burlarse de las ciudades woke y del caos que representan, pero necesitamos más que eso. Necesitamos una visión clara de lo que queremos construir”. Este llamado a una “agenda positiva” refleja su intento de posicionarse no solo como un opositor al progresismo, sino como un arquitecto de una nueva derecha intelectual y pragmática.
El alcance de Thiel no se limita a sus protegidos más visibles. Según The New Republic, Thiel ha invertido millones en una amplia red de organizaciones conservadoras y candidatos alineados con sus valores. Desde 2020, ha financiado iniciativas que van desde la promoción de “bancos antiwoke” hasta proyectos más experimentales, como plataformas de medios digitales diseñadas para competir con gigantes tecnológicos que, según él, están sesgados hacia la izquierda.
Además, su influencia se extiende al ámbito intelectual, donde ha apoyado a pensadores que promueven ideas afines a las suyas. Thiel ha citado a menudo a Curtis Yarvin, también conocido como “Mencius Moldbug”, un bloguero que aboga por un sistema político más autoritario inspirado en los modelos del liderazgo corporativo. Aunque estas ideas han sido rechazadas por gran parte del espectro político, encuentran eco en los círculos más exclusivos del movimiento antiwoke que Thiel impulsa.
David Sacks y la narrativa del caos
En junio de 2022, San Francisco se convirtió en el epicentro de un enfrentamiento ideológico que marcó un antes y un después en el debate sobre el wokismo en Estados Unidos. La destitución de Chesa Boudin, el fiscal progresista de la ciudad, no solo fue vista como una derrota para las políticas de justicia social, sino como una victoria de un movimiento emergente que buscaba combatir lo que percibían como el caos y la inseguridad generados por estas iniciativas. Al frente de esta cruzada se encontraba David Sacks, empresario de Silicon Valley y también cofundador de PayPal, quien no solo fue uno de los mayores financiadores de la campaña para remover a Boudin, sino también uno de los principales promotores de la narrativa que justificaba la destitución.
David Sacks, ex CEO de Yammer y coautor de «The Diversity Myth» con Peter Thiel, habló en la Convención Nacional Republicana (RNC) de 2024. (REUTERS/Mike Segar)
Sacks, un crítico abierto de las políticas de reducción del encarcelamiento y de reforma policial, se convirtió en una figura central al atribuir a Boudin la responsabilidad por el aumento de la criminalidad y el deterioro social en San Francisco. En sus apariciones públicas y en entrevistas, Sacks no escatimó calificativos: llamó al fiscal “el fiscal asesino” (The Killer D.A.) y argumentó que sus políticas eran responsables de la muerte de ciudadanos inocentes. En una entrevista con Megyn Kelly, Sacks declaró que San Francisco había caído en “el caos y la anarquía”, una situación que vinculó directamente con el auge de fiscales progresistas como Boudin, respaldados, según él, por figuras como George Soros. “Estos fiscales tienen una agenda progresista de reducción del encarcelamiento que está destruyendo nuestras ciudades”, afirmó Sacks.
El rol de Sacks en la campaña fue decisivo. Según The New Republic, en 2021 casi un tercio de todas las donaciones a favor de la destitución de Boudin provinieron directamente de Sacks, lo cual lo convirtió en el principal financiador del movimiento. Pero su influencia no se limitó al ámbito financiero; Sacks también participó activamente en la construcción de la narrativa pública que justificaba la revocatoria. Retó públicamente a Boudin a un debate —escribió en las redes sociales que aceptaría si el fiscal tenía “los huevos” para enfrentarlo— y posteriormente lo acusó de haber cancelado una supuesta aparición conjunta en el podcast All-In, el programa que Sacks co-presenta con otros influyentes empresarios de Silicon Valley.
La batalla cultural según Sacks
Para Sacks, San Francisco no era solo una ciudad con problemas estructurales, sino un símbolo del presunto fracaso de las políticas progresistas en general. En sus declaraciones, describió a la ciudad como un lugar donde la criminalidad, el consumo de drogas y la gran cantidad de personas sin hogar se habían desbordado debido a lo que llamó un “liderazgo indulgente y desconectado”. Sacks utilizó estas imágenes de decadencia para argumentar que el progresismo había llevado a las ciudades estadounidenses a una crisis de gobierno, donde las prioridades políticas se centraban en el idealismo en lugar de las soluciones prácticas.
Sin embargo, la narrativa impulsada por Sacks ha sido cuestionada por expertos y medios, que han señalado que, si bien San Francisco enfrentó un aumento en la criminalidad, la tasa de delitos violentos en 2021 (466 por cada 100.000 residentes) estaba muy por debajo de su pico histórico de 1992 (1.115 por cada 100.000). Según The New Republic, este enfoque en las cifras fue deliberadamente parcial, diseñado para amplificar los temores públicos y justificar la remoción de Boudin como un paso necesario para “recuperar el control” de la ciudad.
El activismo de Sacks no se limitó a su papel en la revocatoria de Boudin. En 2021, lanzó Callin, una plataforma de podcasts que rápidamente se convirtió en un espacio para voces antiwoke. Desarrollada como una combinación de transmisión en vivo y contenido grabado, Callin fue concebida como un lugar donde periodistas, comentaristas y figuras políticas de todas las ideologías pudieran debatir sin restricciones. Sin embargo, como señala The New Republic, la plataforma adquirió un tono definido por posturas posizquierdistas, libertarias y conservadoras, y se alineó en gran medida con los valores que Sacks promovía.
La plataforma Callin, de David Sacks, se convirtió en un espacio clave para difundir ideas antiwoke y consolidar una narrativa conservadora. (REUTERS/Beck Diefenbach)
Entre los nombres destacados que han utilizado Callin se encuentran Glenn Greenwald, Jimmy Dore, Michael Tracey y Briahna Joy Gray, figuras conocidas por su postura crítica hacia el progresismo dominante. Muchos de ellos han adoptado discursos similares a los de Sacks sobre el impacto del wokismo en la sociedad. Para Sacks, la plataforma representa un contrapeso a lo que percibe como un sesgo liberal en los principales medios de comunicación y en otras plataformas digitales.
Sacks también utilizó Callin para lanzar su programa Purple Pills, donde exploraba su perspectiva sobre temas relacionados con el progresismo urbano y el impacto de las políticas progresistas en ciudades como San Francisco. En un episodio, Sacks invitó a Michael Shellenberger, un conocido opositor a las políticas progresistas en California, para discutir “por qué los progresistas arruinan las ciudades”. Este tipo de contenido refleja la agenda de Sacks y ha ayudado a que Callin se posicione como un espacio para el discurso político antiwoke.
El enfoque de Sacks hacia la política urbana y su creación de Callin subrayan un patrón recurrente en su carrera: la fusión de su experiencia empresarial con su activismo político. Al igual que sus colegas de la “PayPal Mafia”, utiliza su influencia económica y mediática para moldear el debate público y avanzar sus ideas políticas. En el caso de la revocatoria de Boudin, esta estrategia le permitió pasar de ser un empresario tecnológico a una figura clave en la política urbana de San Francisco.
Y dejó claro que esa intervención no fue un caso aislado. En su aparición en Tucker Carlson Tonight tras la destitución de Boudin, declaró que la misma estrategia podría replicarse en otras ciudades del país: “El fracaso del progresismo no es exclusivo de San Francisco. Esta agenda de excarcelación y caos debe enfrentarse en todo Estados Unidos”, dijo.
Impacto en el panorama político estadounidense
El movimiento impulsado por Elon Musk, Peter Thiel y David Sacks no se limita a algunas críticas aisladas al progresismo. Su discurso antiwoke ha evolucionado hasta convertirse en una narrativa estructurada y ha articulado estrategias complementarias que abarcan desde el financiamiento político hasta la creación de plataformas digitales, pasando por la difusión de mensajes dirigidos a deslegitimar el modelo progresista en su conjunto.
Mientras Musk y Thiel actúan en el ámbito tecnológico, David Sacks ha desempeñado un papel clave en el frente político. A la vez, Sacks también ha utilizado su plataforma Callin para amplificar voces críticas del progresismo, creando un espacio digital que conecta con las narrativas promovidas por ellos. Thiel respaldó tanto a Donald Trump en 2016 como en su regreso a la Casa Blanca en 2024 y ha utilizado su red de influencia para reforzar la narrativa de que Estados Unidos necesita una corrección radical en su curso político (“no se trata solo de rechazar el wokismo, sino de restaurar el orden en una civilización que se ha desviado”, dijo) y Musk, desde su posición en el recién creado Department of Government Efficiency (DOGE), parece haber adoptado esta visión como parte de su agenda. Las políticas del DOGE incluyen la eliminación de programas que promueven la diversidad, la equidad y la inclusión, medidas que Musk describió como “una carga innecesaria para la eficiencia gubernamental”.
Sacks, Thiel y Musk no solo comparten un diagnóstico del supuesto fracaso progresista, sino también una estrategia activa para combatirlo. Su impacto trasciende las ciudades, las plataformas y las elecciones; el discurso antiwoke que promueven se está convirtiendo en una narrativa dominante en amplios sectores de la sociedad estadounidense.