Zozobra, especulación, agio; las palabras parecen agotarse en el discurso oficial. Lo que refleja cada uno de estos conceptos, no es más que un estado de incertidumbre que embarga a los bolivianos, pero para líneas oficiales, se presenta como un fenómeno externo, una especie de tormenta generada por fuerzas oscuras y malintencionadas. Reducir la crítica situación económica del país a la “especulación”, culpando a empresarios, comerciantes e intermediarios por la subida de precios, demuestra que el emisor supone que la audiencia es ingenua o adormilada; me animo a afirmar que no lo somos, me incluyo como un boliviano más, que encuentra solo excusas como explicaciones.
La zozobra no aparece de la nada. No es un acto espontáneo ni el producto exclusivo de la desinformación. Es el resultado de decisiones políticas erráticas, falta de transparencia y una economía que no logra ofrecer seguridad a sus ciudadanos. Cuando las familias bolivianas van a un mercado y encuentran que los precios cambian semana tras semana, o simplemente deja de encontrar productos en anaqueles, no es porque alguien sembró la angustia en sus mentes, sino porque las señales económicas son alarmantes.
La especulación, aunque moralmente cuestionable, no es la raíz del problema, sino una consecuencia de las condiciones estructurales. Los especuladores prosperan en escenarios donde hay vaguedad, escasez y falta de confianza en las instituciones. Atacar la especulación sin corregir estas causas subyacentes es como cortar las ramas de un árbol sin tocar el tronco, el problema seguirá creciendo.
Sin embargo, el gobierno parece obsesionado con encontrar culpables externos. “Zozobra inducida”, “especulación planificada” y “desinformación intencionada” son frases que se repiten constantemente en los discursos oficiales. ¡Qué falta de creatividad! Este enfoque no solo es desesperado, sino profundamente revelador. Apuntar a culpables externos muestra a un gobierno que no solo evade su responsabilidad, sino que también exhibe una preocupante debilidad. Un gobierno fuerte no necesita buscar enemigos para justificar sus fracasos.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
Culpar a otros pone en evidencia la incapacidad del gobierno para tener aliados, que no se consiguen con control, amedrentamiento y desprecio. Cualquiera que discrepe es un enemigo, y eso les quita la posibilidad de “dejarse ayudar”. Quizás en el fondo no se busque soluciones para todos los bolivianos porque hay intereses personales, donde no hay espacio para aliados, eso es lo que deberíamos estar preguntándonos, ¿quién se beneficia del status quo?.
El origen de esta crisis no se encuentra en agentes externos ni en conspiraciones imaginarias. Es el resultado de años de políticas económicas mal diseñadas, basadas en un modelo extractivista que mostró sus límites hace tiempo. Bolivia ha dependido excesivamente de los ingresos por hidrocarburos y materias primas, sin invertir lo suficiente en diversificar su economía ni en fortalecer su aparato productivo. Cuando el contexto internacional dejó de ser favorable, el modelo colapsó, no fue “de repente”.
A esta debilidad estructural se suma la gestión deficiente de los recursos públicos, una carga insostenible para el Estado acompañada de una negación absoluta por el ajuste. El problema no es solo económico, sino político, eso está claro, más aún, cuando sus acciones se limitan a buscar culpables, alimentando una percepción de desesperación que mina su legitimidad y la poca o nula de confianza de la ciudadanía.
No se puede tapar el sol con un dedo, y mucho menos cuando ese dedo está ocupado señalando a culpables externos. La solución pasa por asumir responsabilidades, construir confianza, y, sobre todo, hablar con la verdad. La zozobra no se combate negándola; se enfrenta con liderazgo, claridad y la voluntad de rectificar. Y mientras esto no ocurra, la sombra de la incertidumbre seguirá proyectándose sobre el futuro del país; encontrar al culpable será una anécdota.