Barbas en remojo: Fraude electoral


 

 



Los hombres que aparecen en los titulares creen sinceramente que son ellos los que controlan el destino del mundo. Creen que pueden sacrificar la vida de los demás y consentir el engaño como herramienta para lograr sus metas personales, ganar rédito político y privilegios que, sencillamente, rayan en lo absurdo.

Cuentan las crónicas del 14 de abril de 2013 que, la República Bolivariana de Venezuela celebraba comicios para elegir presidente. Era la primera elección en la que Nicolás Maduro participaba como candidato directo, tras producirse la desaparición del líder de la revolución bolivariana ese mismo año.

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Maduro fue el vencedor con un margen inferior al 1.5% de los votos, que según reza el informe presentado por el Instituto de Altos Estudios Europeos, se habría registrado en medio de una serie de “delitos electorales”, por lo que dejaban caer serias dudas respecto de los resultados finales de la elección. Gustavo Palomares, presidente del instituto, dijo creer que estas irregularidades pudieron haber alterado el verdadero resultado de los comicios, “Yo creo que sin duda pudo haber habido una alteración importante en cuanto al resultado final”. A pesar de los reclamos y denuncias ante la comunidad internacional, el gobierno de Maduro terminaría por consolidarse.

El 20 de mayo de 2018, el país llanero volvía a las urnas nuevamente para decidir acerca de su futuro, en esa oportunidad, la estrategia de la oposición venezolana cambió radicalmente, haciendo un llamado al abstencionismo, por las recurrentes denuncias de un posible fraude electoral. La diputada Delsa Solórzano, denunciaba públicamente que: “la elección no fue convocada por el ente que debía hacerlo, no se está haciendo cuando toca, porque la entrega del mando es el año que viene (…) No tenemos partidos políticos a través de los cuales ir a participar. La mitad de los candidatos están inhabilitados. (…) El gobierno ha ido eligiendo a su oposición. Yo la llamo oposición Vichy (colaboracionistas franceses con la Alemania nazi)”. La Mesa de la Unidad Democrática (MUD) una coalición de políticos y dirigentes contrarios a las políticas de Chávez y Maduro, también había sido inhabilitada.

En aquella ocasión la abstención superó el 54% según los datos proporcionados por el Concejo Nacional Electoral de Venezuela, sin embargo, los datos recogidos por otros organismos que participaron como veedores del proceso, señalaron que el mismo habría alcanzado el 67,7%. Sin oposición, Maduro fue reelecto, en medio de una larga lista de denuncias de fraude promovido por la alianza opositora Frente Amplio, que se negaba a reconocer los resultados de aquella elección, al igual que varias democracias occidentales, estableciendo que el gobierno era ilegítimo e ilegal.

A pesar de todo y en medio de críticas, denuncias, exacerbada violencia y una serie de acciones promovidas por activistas y organismos internacionales en búsqueda de recuperar el Estado de derecho en Venezuela y arrancarla de las oprobiosas garras del totalitarismo, el 28 de julio de 2024, Nicolás Maduro consiguió cerrar el ciclo y atornillarse al poder por otros seis años, en la que Andrés Oppenheimer señala que puede ser “la madre de todos los fraudes electorales”.

Sin mostrar una sola de las actas del conteo de votos, el Consejo Nacional Electoral de Venezuela (el par del Órgano Electoral Plurinacional de Bolivia), controlado por el gobierno, sorprendió con el anunció que Maduro había ganado con el 51.2% frente al 44.2% del candidato opositor Edmundo Gonzáles Urrutia.

Venezuela parece estar destinada a repetir ciclos de procesos electorales fraudulentos, el patrón se repite con tanta regularidad, que comienza a perpetuarse la figura del dictador con la mayor naturalidad del mundo, al punto de hacer pensar que la dramática situación venezolana no despierta ya, ni siquiera la atención de los países vecinos. Una misma receta empleada por el régimen cubano desde hace 65 años, que debe hacer pensar que, no son tan importantes “quiénes van a votar” tanto, como aquellos que “cuentan los votos”.

En Bolivia, desde su creación el año 2009, el Órgano Electoral Plurinacional se ha encargado sistemáticamente de echar por tierra el prestigio obtenido por la desaparecida Corte Nacional Electoral. El momento más crítico de esta institución gubernamental se vivió en octubre de 2019. Gracias al informe de la CIDH (Corte Interamericana de Derechos Humanos), se pudo constatar que hubo “manipulación dolosa” e “irregularidades graves” que hacen imposible validar los resultados emitidos originalmente. En palabras sencillas, un fraude en toda regla.

En los últimos días, el presidente de este Órgano del Estado, Oscar Hassenteufel, en el encuentro multipartidario convocado a efectos de garantizar un proceso transparente para este 2025, desacreditó el referido informe, estableciendo que se “habla con bastante ligereza”; intentando que la ciudadanía dude y desconfíe de todos quienes de forma justificada o injustificada se dan a la tarea de hacerle recuerdo al Órgano Electoral Plurinacional, que son ellos mismos los que se encargan de destruir la confianza por parte de la ciudadanía.

El ejemplo más reciente es el de las pasadas elecciones judiciales en las que el OEP se ha sometido mansamente a la voluntad de los magistrados autoprorrogados y ante el poder legislativo, aceptando llevar adelante “elecciones judiciales parciales” únicamente en cuatro de los nueve departamentos, vulnerando además el principio de preclusión.

La coyuntura actual y los enormes problemas sociales y económicos, derivados del mal manejo político, han provocado una erosión profunda de las instituciones públicas, lo que ha debilitado enormemente la confianza en los procesos democráticos, es por esto qué: “NO resulta para nada injusto que se hable con tanta ligereza”, por el contrario, se habla de la posibilidad de un “posible fraude”, basados en la experiencia pasada y sin tener señales claras por parte de las “autoridades electorales” que permitan confiar en la transparencia del proceso. Se lo hace, además, con la firmeza y entereza de ser ciudadanos libres, despojados de cualquier interés partidario y movidos única y exclusivamente por el afán de liberar nuestro país, para no llegar a experimentar los resultados nefastos de la política castro-chavista de Cuba o Venezuela.

Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, quizá, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas, por lo que es hora de ponerse de pie.


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