Erick Fajardo Pozo
“Cuando el emperador se disponía a hacer el inventario de las bodegas imperiales, en la madrugada del 27 de junio de 1923, se produjo un misterioso incendio. La culpa recayó en los eunucos, la oscura burocracia que había administrado China por dinastías”, rememora Reginald Fleming Johnston, preceptor de Aisin-Gioro Puyi, en sus memorias “Crepúsculo en la Ciudad Prohibida” (Simon Wallenberg Press, 2007).
La reseña del preceptor imperial, corroborada luego por las memorias de su imperial discípulo, continúa describiendo la purga y destierro de los eunucos de la Ciudad Prohibida. La recolección del dramático evento por el último emperador de China es ampliamente reseñado en el capítulo segundo – “Infancia” – de su autobiografía.
En una gran paradoja los eunucos, emasculados para administrar el estado sin ansias propias de poder, fueron el epitome de la burocracia contumaz en la China imperial, ejecutores invisibles de la agenda de un Estado Profundo transversal a casi todas sus dinastías y – si somos cabales – transversal a la misma historia y a todas las formas del estado moderno, desde el estado republicano hasta el estado eclesial.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
La democracia americana, tan idealizada por Tocqueville y Pazos Kanki, heredó del Viejo Mundo ese síndrome ingenito. Los Kennedy, los Bush, los Clinton y los Obama son dinastías políticas; criaturas incestuosas que – igual que el Perdón Ejecutivo – son remanencias de la cultura monárquica británica en el inconsciente de los republicanos de la Nueva Inglaterra.
Esos linajes y sus lógicas dinásticas son el cáncer de su democracia y las burocracias oscuras son su metástasis. Los Pelosi, los Cheney, los Biden y otros son subrepticios senescales, un instituto aborrecible e infeccioso que por un siglo ha administrado los tributos de los americanos orientados no en el bien común sino en saciar la sed de estatus y privilegios de sus dinastías patronas y de sí mismas.
Pero en todo cuadro metastásico de estado el hartazgo de los constituyentes produce anticuerpos; los Puyi y los Johnston de cada historia. Los primeros 30 días del segundo mandato de Donald Trump han sido una auditoria a corazón abierto de una democracia americana en terapia intensiva inducida y practicada por el navegante de su administración en la era digital, Elon Musk.
Tras semanas de cirugía algorítmica Musk y su equipo de genios precoces extirparon materia cancerígena de todas las agencias y departamentos del gobierno federal. USAID, FEMA, IRS, Seguridad Social, el Pentágono y otros más fueron intervenidos y auditados con rapidez y pericia Gen-Z, hallando que miles de programas de cooperación internacional, emergencia, defensa y educación, terciarizados a fundaciones y redes de oenegés de propiedad de dinastías políticas ligadas al bipartidismo senescal, causaron una hemorragia de trillones en deuda pública a los contribuyentes americanos.
Trump y Musk se han mantenido firmes frente al contraataque de activistas-empleados de esas oenegés y activistas de las corporaciones de la información, los mayores clientes de esa burocracia senescal usurpadora.
Trump sobrevivió ya una vez en Buttler, Pensilvania a la misma maquinaria magnicida del Estado Profundo que décadas antes asesinó a JFK y Bobby Kennedy. Pero a menos de un mes de su posesión se apresta a intervenir el menos auditado de los institutos custodiados por ese mayordomazgo peligroso e impune: Fort Knox, la bóveda de la Reserva Federal.
Es exactamente el momento en que los oscuros eunucos suelen incendiar la Ciudad Prohibida; la víspera de la noche en que siniestros zelotes clericales envenenan pontífices.
“El 26 de agosto de 1978, Albino Luciani fue encontrado muerto en los locales papales del Vaticano. Elegido Papa sólo treinta y tres días antes, Luciani había elegido el nombre de Juan Pablo I y en vísperas de su muerte mostró a su secretario la lista de obispos y cardenales que debían ser destituidos inmediatamente, y entre ellos, monseñor Marcinkus, director del Banco Vaticano. La jerarquía eclesiástica aplicó la solución siciliana para sacarse de en medio a un Papa que le incomodaba”, relata Evelio Rosero en su ficción histórica “Plegaria por un Papa envenenado” (Editorial Planeta, 2014). “Estaba a punto de extirparlos, como llagas. A punto, y lo inmolaron. Ya desde mucho antes lo cercaban, pendientes de él: si procedía, lo inmolaban. Y lo inmolaron, la misma noche que se disponía a barrer de traficantes el templo de Jesús”, lamenta el autor.
Rodeados de enemigos, dentro del gobierno y dentro su mismo partido, Trump y Musk drenan el pantano, perforan la matriz del Estado Profundo. La historia dirá si ellos purgan a los eunucos de la democracia americana o si acompañaran en el destierro de la historia al ciudadano Aisin Goro Puyi y al cardenal Albino Luciani.
Consultor y analista político.