¿Es posible que, en pleno siglo XXI, estemos retrocediendo hacia políticas económicas que la historia ya ha demostrado ineficaces? Las recientes tarifas arancelarias impuestas por Donald Trump, que alcanzan hasta un 60% para productos chinos y un 25% para importaciones de México y Canadá, nos obligan a cuestionar seriamente el rumbo que se está tomando en materia de comercio internacional.
Estas medidas proteccionistas no solo encarecen productos esenciales para los consumidores estadounidenses, sino que también amenazan con desatar una guerra comercial a nivel global. La historia nos ha enseñado que el proteccionismo siempre conduce a represalias comerciales, disminución del comercio internacional y, en última instancia, a una reducción del bienestar económico.
Adam Smith, en su obra «La riqueza de las naciones», argumentaba que «la máxima de todo jefe de familia prudente es nunca intentar hacer en casa lo que le costará más hacer que comprar». Esta sabiduría clásica subraya la importancia de la ventaja comparativa y el libre comercio, principios que han demostrado fomentar la eficiencia económica y la prosperidad.
Empíricamente, estudios han demostrado que los aranceles elevados pueden tener efectos adversos significativos. Por ejemplo, un informe de la Tax Foundation señala que los aranceles propuestos podrían reducir el PIB de Estados Unidos en un 0,8% y eliminar aproximadamente 684.000 empleos. Además, los consumidores estadounidenses podrían enfrentar una disminución de su poder adquisitivo entre 46.000 y 78.000 millones de dólares al año.
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El libre mercado, por otro lado, promueve la competencia, la innovación y la eficiencia. Al eliminar barreras comerciales, las naciones pueden especializarse en la producción de bienes y servicios en los que tienen una ventaja comparativa, lo que resulta en precios más bajos y una mayor variedad de productos para los consumidores.
Paradójicamente, el eslogan de Trump, «Make America Great Again», ignora la verdadera razón por la cual Estados Unidos se convirtió en una potencia mundial: el libre comercio y la inmigración. Desde sus inicios, el país ha prosperado gracias a la llegada de millones de inmigrantes que, con su esfuerzo y espíritu emprendedor, contribuyeron al crecimiento económico. Incluso los antepasados de Trump llegaron a Estados Unidos buscando mejores oportunidades en un sistema basado en la libertad económica, no en el proteccionismo. Los aranceles y las barreras comerciales no fueron lo que hizo grande a Estados Unidos; fue la apertura de mercados, la competencia y la movilidad de capital y talento lo que permitió su auge.
En lugar de imponer aranceles que distorsionan el mercado y perjudican tanto a productores como a consumidores, deberíamos abogar por políticas que fomenten el libre comercio y la cooperación internacional. Como señaló el economista Frédéric Bastiat, «si los bienes no cruzan las fronteras, los soldados lo harán». El comercio libre y justo no solo es un motor de prosperidad económica, sino también un pilar fundamental para la paz y la estabilidad global.
En conclusión, las tarifas arancelarias actuales representan un paso atrás en el progreso económico y social. Es urgente que, como sociedad, reconozcamos los beneficios del libre mercado y trabajemos hacia un futuro donde la cooperación y el intercambio voluntario sean la norma, en lugar de la excepción.
Roberto Ortiz Ortiz
MBA con experiencia corporativa en banca y telecomunicaciones