Haciendo propicio un Consejo de Ministros, que se trasmitió en vivo, el presidente colombiano Gustavo Petro vertió insólitas, como infundadas afirmaciones en contra de su amigo, el caminante escocés que simboliza al Whisky, atribuyéndole poderes aún más dañinos que los que genera su aliada la cocaína, cuya argüida ilegalidad se debería a un indudable acto de discriminación, del cual ella es víctima, sólo por ser de origen latinoamericano. Asimismo, aprovechó dicho espacio para abogar por la legalización de la “Diosa Blanca”, como es conocida esa droga, aduciendo que si su venta fuese comparada con la comercialización de vinos, podría desactivarse de manera efectiva el negocio del narcotráfico.
Asumiendo que la referida propuesta hubiese sido formulada por un profesional de la medicina, esta cobraría un carácter de seriedad digno de estudio. Empero, proviniendo de un exguerrillero que, bajo el alias de Aureliano, participó en el Movimiento 19 de abril (M19), una guerrilla urbana que asoló Colombia entre los años 1974 y 1990, muy próximo a las organizaciones del narcotráfico, ello le resta una enorme dosis de seriedad y legitimidad a la malhadada propuesta.
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Asimismo, asumiendo que la idea planteada hubiese sido formulada en un grado de inocente candidez, no es menos cierto que con ella el mandatario colombiano ha vuelto a poner sobre la mesa un tema de candente actualidad, como es el tema de la lucha contra el narcotráfico y la enorme influencia que esta lacra social ha significado y significa en todos los países de nuestra América Latina. En especial, desde que los empresarios agroquímicos decidieron ocupar puestos de gobierno en sus respectivas naciones, como un mandato constitutivo del Foro de São Paulo, que los organizó y convenció, de que su poder económico sería igual o mayor que el obtenido por la ardua y tediosa tarea de extracción de recursos naturales.
Curiosamente, la amenaza del narcotráfico está siendo recién advertida, después de un cuarto de siglo en que fue expuesta en organismos internacionales, como en Naciones Unidas o en la OEA y otros empero, sólo se obtuvo un silencio cómplice de los gobiernos próximos a esa actividad delictual o vagas opiniones como las de Petro, al hacer referencia a la crisis de adicción en EE.UU., cuando afirma: “mientras el fentanilo, un opioide sintético que mata a decenas de miles de personas en Estados Unidos cada año, es producido por multinacionales farmacéuticas norteamericanas, la cocaína en Colombia no representa una amenaza comparable. El fentanilo sí está matando a los estadounidenses, y eso no se hace en Colombia” ¡Vaya magnífica publicidad para la agroquímica!
Finalmente, ante la tragedia que vive Colombia con una guerra abierta entre los cárteles del ELN y disidentes de las FARC, que motivó la expulsión de miles de habitantes de la región del Catatumbo, el ahora primer presidente socialista y populista de Colombia, luego de ser abandonado por el 90% de su gabinete y estar enfrascado en una fiera batalla con sus antiguos camaradas de armas, en sus delirios psicotrópicos señaló: “Los dueños de esas estructuras rojinegras, que ya no dicen libertad o muerte, sino sangre, sangre y sangre, no son comandantes colombianos, sino los que compran la cocaína de origen mexicano, la del Cártel de Sinaloa: ese es el jefe actual del ELN” Insólitas declaraciones de un presidente, que fue conducido a ese extremo, por su disputa entre Petro y Johnny Walker.