El espejismo de la alimentación saludable


La alimentación, en su aparente simpleza cotidiana, esconde un complejo entramado de factores culturales, económicos y biológicos que moldean nuestra salud de maneras profundas y a veces invisibles.

Fuente: Ideas Textuales  



 

En el centro de esta intersección, la relación entre dieta y cáncer ha sido objeto de creciente escrutinio científico, revelando que lo que comemos puede ser tanto un factor de riesgo como una herramienta para la prevención y el tratamiento de la enfermedad. Pero más allá de los estudios clínicos y las estadísticas, existe un ángulo que rara vez se aborda con la seriedad que merece. El impacto de la cultura en la forma en que nos alimentamos y, por ende, en nuestra salud.

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Desde la dieta mediterránea hasta la comida ultraprocesada de las grandes urbes, la alimentación es una manifestación de la cultura. No es casualidad que algunas poblaciones, como las japonesas o las mediterráneas, presenten menores tasas de cáncer en comparación con sociedades industrializadas con dietas dominadas por el azúcar, las grasas saturadas y la comida rápida. Sin embargo, las tradiciones alimentarias están siendo desplazadas por la globalización de la dieta occidental, con su carga de calorías vacías y alimentos diseñados más para la eficiencia económica que para el bienestar humano.

La relación entre salud y alimentación no puede analizarse sin atender al contexto sociocultural. En América Latina, por ejemplo, la comida ha sido siempre un acto comunitario, un ritual que refuerza la identidad. Sin embargo, en las últimas décadas, la comida casera ha sido desplazada por productos industrializados que prometen rapidez y conveniencia a cambio de consecuencias metabólicas alarmantes. ¿Cómo se ha llegado hasta aquí? ¿Qué papel juegan la publicidad, la urbanización y las crisis económicas en este fenómeno?

Numerosos estudios han establecido que una alimentación equilibrada puede prevenir hasta un tercio de los tumores más frecuentes. Pero prevenir el cáncer no es solo una cuestión de elegir lo que comemos. Es un dilema profundamente cultural. En sociedades donde el acceso a alimentos frescos es limitado o donde la comida rápida es la opción más barata, la salud se convierte en una cuestión de privilegio.

En este punto, la narrativa de la «dieta saludable» choca con la realidad. Si bien la ciencia ha demostrado que las células cancerosas dependen en gran medida de la glucosa, que ciertas grasas promueven la inflamación y que la restricción calórica puede mejorar la respuesta inmunológica, estos conocimientos quedan relegados si la estructura social no permite cambios reales en los hábitos de consumo. No es suficiente decirle a una comunidad que debe comer más vegetales cuando su acceso a estos es escaso y costoso.

El problema es aún más profundo en América Latina, donde los patrones de alimentación han sido influenciados por siglos de colonialismo y globalización. La introducción de alimentos ultraprocesados ha desplazado ingredientes tradicionales como el maíz, el frijol y la quinua, transformando dietas ancestrales en menús altos en sodio y grasas trans. ¿Cómo revertir esta tendencia sin caer en la trampa del elitismo nutricional?

Más allá de la responsabilidad individual, la alimentación está atravesada por estructuras de poder. Desde las grandes corporaciones que dominan la industria alimentaria hasta los gobiernos que regulan (o no) el acceso a productos saludables, las decisiones sobre nuestra dieta están condicionadas por factores que van mucho más allá del supermercado.

En este contexto, las estrategias de nutrición personalizada, como las impulsadas por investigadores del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), parecen una solución prometedora, pero ¿qué tan accesibles son para la mayor parte de la población?

El reto es doble: por un lado, educar a la sociedad sobre la relación entre dieta y salud sin reducir la conversación a consejos simplistas; por otro, exigir cambios estructurales que garanticen que las opciones saludables no sean solo un privilegio de las élites.

La relación entre alimentación y salud no puede limitarse a un discurso científico o nutricional. Es un problema político, económico y cultural que requiere una reconfiguración de nuestros sistemas de producción y distribución de alimentos. La prevención del cáncer no depende únicamente de la elección individual, sino de un sistema que facilite elecciones saludables para todos.

Es hora de entender que lo que ponemos en el plato no solo nos alimenta a nivel biológico, sino que también nos define como sociedad. Si queremos abordar el cáncer desde una perspectiva integral, debemos repensar no solo cómo comemos, sino también por qué comemos lo que comemos.

Por Mauricio Jaime Goio.


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