El “neorrealismo volátil” de Trump


Emilio Martínez Cardona

La llegada del segundo período de gobierno de Donald Trump ha inducido un giro muchas veces sorprendente, o quizás un sismo, en la doctrina de relaciones internacionales para Estados Unidos, sus aliados y enemigos.



El presidente del bronceado naranja ha movido los supuestos y consensos básicos establecidos durante décadas, y todo indica que no le importan tanto las prioridades ideológicas (como podían esperar buena parte de sus simpatizantes) sino un neorrealismo basado en los intereses geopolíticos, las rutas de navegación y el control de las “tierras raras” que son estratégicas para la nueva economía digital.

Si tuviéramos que bautizarla, podríamos definir esta doctrina emergente como un “neorrealismo volátil”, donde se combinan los intereses materiales, alejados de cualquier idealismo democrático a la manera wilsoniana, con las fluctuaciones de la personalidad presidencial, que suele desatar batallas discursivas que, mayormente, sólo tienen existencia en el plano de lo perceptual y cognitivo, para luego resolverse en negociaciones más bien sencillas, a las que se podría haber arribado mediante un poco de diplomacia privada.

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En el nuevo planeta “trump-formado”, o al menos en su imaginario, interesa sobre todo el dominio en los nodos de navegación marítima, de forma que la Ruta de la Seda quede inconclusa o circunscrita a ciertas regiones, lo que no está mal. Pero interesa además (con ecos de Mackinder y Haushofer) la acumulación de una masa territorial junto al Ártico que sea comparable a la de Rusia: de ahí las extrañas declaraciones sobre Canadá y Groenlandia, con el agregado que en el segundo caso esto se mezcla con la búsqueda de las “tierras raras” (que también se exigen a la admirable Ucrania).

En definitiva, el mundo conceptual de Trump se asemejaría más bien al del primer Roosevelt (Teddy), unilateralista y expansionista. No parece que se contemple demasiada consideración hacia los aliados (a excepción de Israel) y las supuestas afinidades ideológicas no serán de gran utilidad: los nuevos aranceles trumpistas golpearán fuerte a las exportaciones de acero y aluminio de la Argentina de Milei. Así las cosas, se envía un delegado a conversar con Maduro, aunque esto suene a reconocimiento tácito, y se manifiesta la intención de “tener relaciones” con Corea del Norte.

El pragmatismo rapaz se ha sentado en la Casa Blanca, enmarcado en lo que podemos llamar la “teoría de los tres depredadores”, definible en una frase hipotética: “allá Rusia con su esfera de influencia y China con la propia, pero el depredador mayor seremos nosotros, por encima de marcos multilaterales y del derecho internacional”. Bienvenidos al darwinismo de la pos-globalización.

 


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