Si uno desconfía de los dogmas en torno a los discursos y prácticas sobre la diversidad, y en ese contexto le molesta el lenguaje inclusivo, los identificados como woke, lo acusarán de derechista.
Fuente: https://ideastextuales.com
Por Juanita Roca – Sánchez*
Por otro lado, si alguien defiende el matrimonio gay, el aborto legal o el control estatal a las empresas para que cumplan normas ambientales, los conservadores-libertarios le dirán “zurdo”. Lo mismo si usa el término “neoliberalismo” para referirse a los gobiernos de la década de los 90. Porque según se pudo escuchar a personas que se autodenominan “libertarias”, los “gobiernos que los zurdos llaman neoliberales, en realidad eran zurdos. ¡Porque la mayoría no entiende lo que es el verdadero liberalismo!”.
Es decir que los llamados “vende patria neoliberales”, Tuto y Doria Medina, para los libertarios que se dicen liberales, son “zurdos”. Siguiendo estas lógicas tan parecidas, los “progres” se refieren a Claure como un gringo capitalista que se quiere adueñar de Bolivia, mientras que otros lo llaman “zurdo”, por apoyar al Partido Demócrata en EEUU y por formar parte del Foro Económico Mundial.
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No es el objetivo de este artículo ni definir ni buscar las raíces ni la lista de dogmas libertarios, ni del “wokismo progre”. Lo que se intenta ilustrar es lo parecidas que son las manifestaciones de quienes se autodenominan de izquierda, como las de los que se identifican como libertarios, puesto que en ambos casos son notorias su poca tolerancia y el despliegue, con cierto aire de superioridad, de expresiones en torno a lo que ellos consideran que son verdades absolutas, señalando con el dedo a aquellos que no comparten sus valores éticos.
En el nombre de la “libertad”, los unos, y del “derecho a la diversidad”, los otros, ambos tienen en común odiar “la tibieza”, a los “amarillentos”, o las “medias tintas” de aquellos que no adhieren a sus dogmas. Las ideas expresadas por los que no forman parte de la fe que profesan, para ellos son “imposiciones extraviadas” de aquellos que piensan distinto y se atreven a cuestionar sus códigos doctrinarios sobre la moral y la ética maniqueísta del siglo XXI.
Cuando he tenido el atrevimiento de desafiar algunos de los manuales de respuestas tanto de algunos libertarios como de los woke no me ha ido muy bien. He recibido respuestas como las siguientes: “ya no me interesa charlar contigo”, o “no me interesa la imposición de las medias tintas”. Son precisamente estas frases liquidadoras y determinantes, las que me motivaron a escribir esta nota.
A los llamados woke, los etiquetan así porque tal parece que defienden la diversidad, siempre y cuando no se trate de opiniones diversas que cuestionan sus postulados. Los libertarios por su parte, defienden la libertad en todas sus formas, siempre y cuando no sea la de tener, el otro, opinión propia sobre lo que es y no es el liberalismo. La tradición de pensamiento liberal de siglos con sus diferentes matices, solamente ellos la entienden. Al igual que quienes dicen que los derechos en su versión siglo XXI, son verdades incuestionables.
Se nota en las redes que a los religiosos, tanto libertarios como izquierdistas, les encantan las etiquetas para insultar y descalificar con sentido de superioridad moral a todo aquel que no profesa sus postulados: “racista”, “comunista”, “facho”, “neoliberal”, “machista”, “femi´-nazi”, “misógino”, etc.
Junto con la intimidación hacia el otro, son armas comúnmente utilizadas por ambos lados. En los discursos de ambos extremos, se nota un kit de un número de dogmas indiscutibles que uno debe tener para ser aceptado en cada uno de los bandos: indigenismo, feminismo, ecologismo y socialismo es uno. El otro implica liberalismo económico, ser anti aborto y anti agenda gay. Si alguien tiene poco o mucho de ambos ingredientes, un bando le acusa de pertenecer al otro. De esta manera, entre estas corrientes, igual de maniqueas, no es casual que un Lula haya traído a un Bolsonaro (y este último hizo volver al primero), el Kirchnerismo haya derivado en un Milei, y los gringos woke hayan hecho ganar al detestable Trump.
Es una pena que la civilización occidental y su radio de influencia hayan retrocedido siglos en su búsqueda por la tolerancia de opiniones y por separar a la moral y a la religión del Estado y de la política. Parecen tiempos de la inquisición, cuando se quemaban libros “herejes”, al igual que hoy se tumban estatuas que representan a los pecadores del pasado. Porque tanto en ese pasado lejano como hoy, la moral y las doctrinas, junto con sus consecuencias opresoras, son más importantes que la razón.
*La autora integra la plataforma UNO. Publicado en el periódico Los Tiempos.