Filosofar la crisis del sistema educativo


 

Hace 132 años, el filósofo del martillo, que desafió las religiones con su afirmación provocadora de «Dios ha muerto», alertó al mundo sobre las cuatro funciones esenciales que debería cumplir el sistema educativo: aprender a ver, aprender a pensar, y aprender a hablar y escribir. Esto con el propósito de que el estudiante pueda adquirir una cultura sólida y rica para enfrentar los desafíos, los problemas y los placeres de la vida.



¿Cumplirá estas cuatro funciones el sistema educativo boliviano a estas alturas del siglo XXI y cuando se planteó y se puso en marcha un ambicioso proyecto “revolucionario”, con la Ley Avelino Siñani, que declaró entre los fines de la educación boliviana que es: descolonizadora, liberadora, revolucionaria, antiimperialista, despatriarcalizadora y transformadora de las estructuras económicas y sociales; es comunitaria, democrática, participativa y de consensos en la toma de decisiones sobre políticas educativas, reafirmando la unidad en la diversidad; es universal, porque atiende a todas y todos los habitantes del Estado Plurinacional; es única, diversa y plural. Es unitaria e integradora y promueve el desarrollo armonioso entre las regiones. Es laica, pluralista y espiritual. Es inclusiva, etc., etc.

¿Se han cumplido algunos de estos fines en la realidad, en las aulas, en la formación y en la percepción de los alumnos? ¿Los maestros están capacitados para afrontar y  llevar a cabo este proceso de transformaciones revolucionarias?

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Esta ley está vigente desde el 20 de diciembre de 2010 y a quince años es importante hacer las evaluaciones correspondientes, pero de manera crítica, abierta y pluralista, no dogmática ni contaminada por los aprestos electorales, fundamentalmente para encontrar respuestas a tantas dudas que hoy se ciernen sobre la calidad educativa y sobre la formación de los estudiantes y ¿qué clase de formación se les brindó, cuando los números son rojos, se aplazó a sus rendimientos? No asumir una posición valiente y honesta, es no reconocer la crisis en el sistema educativo, cuando la realidad está ahí presente.

Se conoció un lapidario informe sobre la calidad educativa que se refleja en algunos datos importantes:  En Matemáticas, vienen aprobando  3 de cada 100 alumnos. En Física:  2/100 aprueban y en Química, pasaron raspando tres alumnos de cada 100. Esta situación se viene arrastrando desde el 2017. Ni se diga de la capacidad de leer y escribir, ahora presionados por las tecnologías que hacen más fácil y superficial los ajetreos de la vida y las tareas escolares.

Claro, como siempre hay excusas, de forma inmediata salió aclarando el viceministro de Educación Regular, Eudal Tejerina, que reconoció que el sistema educativo atraviesa una crisis, aunque atribuyó la situación a varios factores, entre ellos la pandemia de COVID-19. Mínima actitud crítica, y claro otros factores son los responsables, pero no las autoridades ni los maestros.

La crisis del sistema educativo mereció un capítulo aparte en el libro “Filosofar la vida: manual de supervivencia”, en el que se ahonda la parte sensible y humana en la formación de los futuros hombres y mujeres, quienes deberían tener las herramientas necesarias en la escuela para afrontar los retos y riesgos que la vida les tiene preparados a la vuelta de la esquina.

Aprender a pensar es el fantasma que seguirá rondando las escuelas, colegios, institutos y universidades hasta que se encarne en los planes de estudio para la formación escolar, técnica y universitaria. ¿Los actuales planes educativos y académicos impulsan a fortalecer o castrar que el estudiante piense por sí mismo o sea un repetidor de fórmulas y conceptos? ¿Las clases de historia que se imparten en las escuelas provocan interés y aprendizaje en los chicos y chicas o son meros espacios de aburrimiento y desesperación por el bombardeo de fechas, nombres y lugares? ¿Las matemáticas son un instrumento para despertar las capacidades del estudiante o son meras cifras para repetir?

¿Cómo educar o qué valores inculcar a los estudiantes? Las respuestas nos las dio Platón (427-347) en La República: “Pues bien, deben tener sagacidad para los estudios y facilidad para aprender. Hay que buscarlos de buena memoria, infatigables y amantes de todo trabajo; inclaudicables en la verdad, la templanza, el valor, la nobleza de espíritu y demás partes integrantes de la virtud. Si educamos con esta enseñanza y estos ejercicios a hombres bien formados de cuerpo y alma, la justicia misma no tendrá reproche alguno y salvaremos la ciudad y su organización política; pero si elegimos a hombres de otra índole, produciremos el efecto contrario y cubriremos a la filosofía de un ridículo todavía mayor”.

Precisamente si quieren hacer honor a la Ley Avelino Siñani, calificada de revolucionaria y como uno de los pilares del  proceso de cambio que desde el 2006 viene impulsado el gobierno del MAS, pues les queda todavía mucho trecho que recorrer y los avances que se han registrado son muy pocos en lo que se refiere a calidad educativa.

Pero de dramas y lágrimas ya estamos hartos, así que nos permitiremos plantear algunas reflexiones en  medio de esta crisis en el sistema educativo, con la esperanza que los actores del proceso de enseñanza-aprendizaje asuman sus responsabilidades y aporten al mejoramiento de la calidad educativa: autoridades educativas, maestros y padres de familia, que tienen al frente a la sociedad, donde se irán a desenvolver esos chicos y chicas ansiosos de devorarse el mundo.

La escuela y la universidad tienen ese poder para convertir a su estudiante en un ser humano dotado de capacidades, de sensibilidades, de sentimientos, de aptitudes, de voluntades, de esfuerzos, de creatividades y de responsabilidades. Si no lo hace, es que ese sistema educativo no sirve para nada, y hay que reinventarlo y relanzarlo, pero en esa perspectiva que hoy los enormes y profundos cambios exigen a las sociedades y a los Estados.

Es decir, la escuela y la universidad deben dar respuestas a las dudas y ser instrumentos para que ese ser humano sepa qué hará una vez tenga su título bajo el brazo. El sistema educativo y universitario no deben ser meros espacios obligatorios, sino que se constituyan en fuentes de inspiración para afrontar los retos y los riesgos de la vida en todas sus dimensiones.

Seguramente se preguntará, ¿qué importancia tiene la filosofía para los problemas de los estudiantes? ¿Les ayudará en alguna medida a reflexionar y a afrontar los problemas de la vida, en sus familias, en sus círculos de amistades? ¿Se complementan las enseñanzas escolares con los afanes de la filosofía? Hay respuestas y muy sencillas.

Una de esas réplicas viene del filósofo japonés Daisaku Ikeda. “Cuando un niño crece y se inserta en la sociedad, su rendimiento académico deja de ser el criterio con el cual habrá de ser evaluado como persona. En muchos casos, el factor determinante en la opinión que se formen los demás será la amplitud de la personalidad y la riqueza de las experiencias vividas. Aunque hay ciertas diferencias entre un trabajo físico y una labor intelectual, a rasgos generales, para que una persona manifieste y vuelque sus aptitudes, debe ser físicamente sana y poseer sensibilidad mental y espiritual. El conocimiento académico no es suficiente para desarrollar el cuerpo y la mente de la manera apropiada. Para compensar esta deficiencia, los estudiantes deben tener oportunidades de incursionar en la sociedad real y nutrirse de experiencias variadas, con la mayor frecuencia posible, a través de actividades extracurriculares y de participación en la vida comunitaria. Creo que el mundo de hoy necesita un sistema educativo orientado a desarrollar al ser humano en forma integral”.


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