La incógnita de la unidad


A seis de meses de las elecciones generales, de nuevo, todo vuelve a pasar por la unidad en el campo de la oposición. Con las encuestas anunciando el fin de ciclo del proceso de cambio y la predisposición mayoritaria del electorado en abrir una nueva etapa en el país, en un contexto de crisis múltiple, es palpable la necesidad de una alternativa con base amplia. La extrema polarización política, la fragilidad electoral y la carencia de partidos organizados exigen la articulación de una candidatura conjunta del bloque opositor. Sobre este carril, esta semana me adherí a la carta Nuestra propuesta para una alternativa democrática unitaria dirigida a los líderes opositores.

La carta suscrita por más de 130 ciudadanos de diferentes orígenes y tradiciones políticas, busca contribuir al acuerdo unitario de Mesa, Quiroga, Doria Medina, Camacho, Ballivián y Cuéllar, reconociendo las dificultades que conlleva construir un bloque de unidad en un escenario atomizado, pero asumiendo que estamos ante una elección crucial. Por eso, además de ser propositiva, expresa nuestra preocupación por las incógnitas que todavía no se despejan en la unidad opositora. El desafío es mayúsculo, primero consolidar la unidad, para luego transformarla en alternativa de cambio político.



Transcurridos dos meses del acuerdo unitario conocido el 14 de diciembre de 2024, el cual expresa claramente dos compromisos, contar con una candidatura única y construir un programa de gobierno, no se vislumbran avances sobre estos propósitos; por el contrario, cada vez son más las señales de debilitamiento de la unidad. Por ello, ante la posibilidad del reduccionismo a un simple procedimiento de elección del candidato, es vital clarificar el sentido y finalidad de la unidad.

Si bien ha crecido la idea de que es posible desalojar al MAS en las urnas, conviene asumir que el masismo no está totalmente derrotado, pese a su descalabro interno y la dura herencia de un país en ruinas.

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Entendemos que la construcción de una alternativa democrática pasa por cohesionar las diferentes fuerzas de agrupaciones políticas y organizaciones de la sociedad civil, tener procedimientos idóneos y transparentes para elegir al candidato, un programa de mínimos que exprese valores comunes y proponga soluciones a las crisis económica, social, institucional, política y ambiental, además de una coordinación capaz de conducir un proyecto común. En síntesis, la unidad para conectar con los ciudadanos requiere contenido, organización, propuesta, método y renovación.

Sin hoja de ruta es difícil llegar a buen puerto. Las primarias sin árbitro creíble corren el riesgo de diluirse en reproches y culpas, porque los precandidatos no deberían hacer de juez y parte. Particularmente creo que aquí reside el asunto medular para comprender el verdadero alcance de la unidad propuesta por los líderes opositores. La mayor incógnita que debe ser despejada cuanto antes, es si el proyecto común está supeditado a la elección del candidato o si el candidato debe ser el resultado de un proyecto conjunto. Hasta ahora no está claro. Después de cuatro elecciones en que los proyectos opositores no trascendieron más de una legislatura, es imprescindible la autocorrección de los errores para no caer, nuevamente, en proyectos endebles, efímeros y personalistas.

Adicionalmente, creo que el cambio está en marcha, la gente votará en agosto, pero las acciones cuentan desde ahora. Las democracias no se cambian o resetean a sí mismas, debe haber voluntad para ello y por eso me resulta incomprensible que la unidad opositora no plantee una propuesta conjunta para salvaguardar las elecciones en la cumbre convocada por el Órgano Electoral.

Sin caer en el tremendismo habitual que evoca a la última oportunidad, dar por sentado que las elecciones gozan de garantías sería un equívoco inaceptable. Asumiendo la realidad, en este campo considero que dos son las acciones: exigir a las autoridades el cumplimiento inexcusable del principio de preclusión y organizar el mayor despliegue para el control electoral.

La unidad debe ser para mirar al futuro, sin suprimir otros espacios o ideas alternativas que surgen del sentido propio de la democracia, la diversidad de opiniones. Debe tener la capacidad de influir en el debate público y de ofrecer un programa realista y asimilable en los diferentes territorios del país.

El candidato elegido debe representar la ilusión del cambio ante los discursos existenciales de evitar el mal mayor, porque el desafío no solo es cohesionar a quienes hemos resistido al proyecto autoritario, sino, de llegar a un espectro político de centro relativamente amplio pero desintegrado, que es donde se definirá si el proyecto unitario tiene vocación de poder y la energía suficiente para asumir la bandera del cambio.


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