Acontecimiento ‘fresquito’, así como seguramente estuvo el ‘fruto prohibido’ del ‘Edén paceño’, cuya semilla fue derramada por fuerzas divinas en ese espacio público y que, por si eso fuera poco, yace a la intemperie (al aire libre y sin techumbre alguna, según la Real Academia Española): la paisajística y biodiversa meseta de Achumani, que además de su riqueza en fauna, cautiva por su flora con queñuas, puya raimondis, yaretas y las suculentas tunas.
Allí, el pasado miércoles 15 de enero, se suscitó un hecho repudiable desde todo punto de vista -y más allá de las ulteriores explicaciones y disculpas de uno de los ‘amos y señores de los pencos’-, cuando dos hombres, uno identificado como médico, agredieron verbalmente a una mujer, de nombre Emilia, provocando así el sollozo incesante de su pequeño hijo, sólo por hurtar unas cuantas tunas de ese sitio público, del que sus 4.000 metros sobre el nivel del mar debieron ser minúsculos comparados con la intolerancia y el egoísmo del par de señores que entonces se comportaron como unos perfectos ‘hortelanos’.
La escena desafortunada que fue advertida y grabada acertadamente por una o un internauta, fue viralizada inmediatamente, desencadenando un rechazo mayoritario, casi unánime, de la población boliviana y fuera del país; y el oportunismo de algunas autoridades y de los denominados ‘influencers’ para colgarse del desencuentro que padecieron la modesta señora y su niño.
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Sin embargo, y a pesar de que en el fondo pudo tratarse de un caso más de los muchos de discriminación racial, lo que se puede rescatar como positivo de este evento, es una especie de revalorización casi inmediata de la tuna, reflejada en su venta instantánea en Cochabamba y otros centros poblados; de la organización de eventos como el “Tuna-Fest”, el simbólico anuncio de recolección de tunas en la meseta, además de la generación de un sinfín de “memes” (imagen, video o texto, por lo general distorsionado con fines caricaturescos, que se difunde principalmente a través de internet) en repudio contra los dos señores y de apoyo a la señora recolectora ocasional.
También hay que reconocer la salida al paso del señor, para dar su versión de los hechos y, tras una serie de intentos por en cierta forma justificar su accionar en aquel altercado, manifestar una disculpa, que fue aceptada por doña Emilia.
Para no alimentar los malestares y el repudio, uno puede quedarse con la idea de que lo ocurrido durante la primera quincena del novísimo año 2025, fue una suerte de pacto entre la modesta Emilia y las tunas de los pencos de aquel vergel, para atraer por algún buen tiempo la visita asidua de propios y extraños, en su estadía por el altiplano boliviano, entre montañas y valles pintorescos.
Y qué. Se puede evocar aquí al ¡¿Jakuna matata?!, de la simpática dupla, Timón y Pumba que busca animar al pequeño Simba, en el rey León -ahora que está de moda la película de Mufasa-; es decir, ¿’todo está bien’ o ‘no te preocupes, sé feliz’?, más allá del referido acontecimiento, pues sí: ¡A aprender para no hacerse aprehender por algo así, y mirar siempre hacia adelante! Porque, aunque también hay indicios de que podría no haber sido un hecho sin repercusiones desproporcionadas, la opinión pública te mata, o, ‘la-tuna mata-ta’.
Daniel Zubieta Olivera, el autor es comunicador social y escritor
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