Partir del terruño, abandonar el suelo que nos vio nacer y alimentó nuestras esperanzas, es morir un poco. Dejar a la familia, los hijos, los hermanos, los padres y hasta a la novia y el banco donde a diario nos sentábamos para contemplar cómo el día sucumbía a los encantos de la noche y así irnos caminando las calles desordenadas y bulliciosas de nuestro centro.
Fuente: lostiempos.com
Dejarlo todo y sólo llenar las maletas de ropa y de esperanzas, de incertidumbres y de un profundo deseo de buscar días mejores. Dejarnos ir hacia esa otra historia que pronto atisbará su rostro, unas veces halagüeño, otras, verdaderamente dolorosa. Pero, en muchos casos, también retornar al país con la misma maleta de ropa y llena de esperanzas.
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A propósito de las últimas disposiciones del Gobierno de Donald Trump, en materia de inmigración, la comunidad boliviana se ha visto afectada con el anuncio de detenciones y deportaciones. Actualmente muchos compatriotas sienten temor de ir a sus trabajos y el miedo se ha apoderado de ellos. Sin embargo, los testimonios de algunos de ellos reflejan las ganas de salir adelante.
Historias de vida
Hola, soy Ely, cochabambina y vivo en el estado de Virginia desde hace 27 años, me dijo cuando hablamos por teléfono, con una voz dulce y segura. “Estuve casada hace 12 años y vivo actualmente con mis dos hijas. Voy a relatarte, a grandes rasgos, lo que tuve que pasar”.
No tengo a nadie en EEUU. Mi exesposo vino a EEUU en 1997, por entonces con una visa que la sacó sólo para él. Mientras tanto yo y mi hija vivíamos en Cochabamba.
Luego de un primer intento fallido por viajar a EEUU, después de algún tiempo, contacté a una persona para poder viajar. En ese entonces me pidió que le pagara 16 mil dólares. Acordamos todo y así comencé mi travesía con mi niña, que por entonces tenía poco más de un año. Primero llegué a Perú, luego nos trasladamos a Nicaragua, pase por Honduras, Guatemala, para llegar a México.
Hay que tener agallas
En México vivía en una casa de seguridad, no sabía que iba a pasar eso. Ahí estuve un mes y luego de varios traslados a casas de seguridad llegamos a la ciudad de Laredo, nos subieron a un van que nos trasladó hasta Texas. Llegamos a Virginia, ahí me esperaba mi exesposo. Desde ese momento comenzó mi calvario.
Me fui a vivir con él, a un sótano, donde muchas veces se inundaba, hacía frío y no teníamos qué comer, vivíamos encerradas y de vez en cuando, la persona que vivía en la casa nos traía un poco de leche y mercado.
Comencé haciendo planos que mi exesposo me los encargaba, trabajaba día y noche. Mi ex agarraba los contratos y yo hacía planos, sin embargo, yo no recibía ni un dólar de todo eso. Varias veces llegó a golpearme y no me dejaba salir a la calle, no podía conducir carro. Viví así durante 6 años. Al final una vez me encontré a una persona que trabajaba con mi exesposo y que fue a recoger un plano hasta la casa en la que vivíamos. Me pago en cheque, vi el monto y era realmente alto, contradecía lo que me decía mi ex. Hasta entonces ya había hecho casi 200 planos.
En una ocasión decidimos mudarnos a otro lugar, mi ex, yo y mi hija. Es en ese tiempo nació mi otra niña.
Tras casi 12 años trabajando remodelando casas, en una ocasión descubrí que mi ex tenía seis mujeres. Encontré textos, mensajes, cuando le reclamé, recibí una golpiza brutal que me llevó hasta el hospital. Me hicieron siete cirugías, vino la policía, lo investigaron, pero salió pagando fianza.
Ahí pedí una orden de alejamiento. Fue muy complicado, porque entré en una depresión aguda durante cuatro años, no me levantaba de la cama. Luego de esos cuatro años, comencé, por entonces mi hija ya tenía 16 años y comenzó a trabajar, eso nos sirvió de mucho para vivir.
Actualmente, ya estoy mucho mejor, trabajo como en la escuela del condado y espero pronto poder abrir mi propia empresa.
Para mi la vida es una trayectoria con subidas y bajadas, los logros se te pueden ir en un momento. Si no los aprovechas. La vida es un triunfo. De lo que estuve enferma en el suelo, me he podido levantar.
Mis hijas están conmigo, nunca han dejado de apoyarme, en realidad nunca quieren hablar de esos pasajes oscuros que viví.
La historia de Juan
Amanece con nieve en la Ciudad de Falls Church, Virginia. El invierno es crudo y los 4 o 5 grados bajo cero son sólo una pequeña desventaja que con el pasar de las horas se irá disipando al calor del trabajo.
Juan C. B. Se levanta todos los días a las cuatro de la madrugada, cargado de entusiasmo y esperanza. El bus de servicio público que lo lleva hasta su trabajo pasa a las 5:30, pero antes tiene que preparar su merienda si no quiere pasar hambre.
Juan es un cochabambino que, desde hace 8 años, trabaja en construcción. Llegó al estado de Virginia en 2017 y desde entonces su sueño americano está en pie de lucha; más ahora, que la situación se ha puesto extremadamente difícil para los inmigrantes. Juan trabaja de forma irregular, sin embargo su legalidad yace en su buena fe, en ese toque contundente que tienen los bolivianos para echar el desasosiego a un lado y “meterle duro” al trabajo. Así como Juan, existen cientos de bolivianos que tienen que enfrentar la carencia de documentación en regla. Sin la bendita tarjeta verde ni el número de Seguro Social, es imposible poder acceder a otros documentos y privilegios como una cuenta bancaria, rentar una apartamento o tener seguro de salud.
Viví 13 años en España, llegué a EEUU por amor
Vicky Torrez Godoy es cochabambina, de Totora. Vive desde hace 6 años en el estado de Maryland y su llegada al país del norte fue por amor, pues su actual esposo, también boliviano, ya vivía en el país del norte. La primera vez que vine a EEUU, fue por turismo y mi impacto el cambio. Las distancias de un destino a otro son enormes y un poco complicadas. En cambio en Europa su arquitectura y sus viviendas son más antiguas. Cuando llegué por segunda vez, decidí quedarme, pese a algunos aspectos a los que yo ya me había acostumbrado en España, por ejemplo en el tema de seguridad laboral. Aquí, cualquier rato te pueden despedir. Otra diferencia es el tema de salud, es bastante costoso, pese a tener seguro. En cuanto al trabajo, es esclavizante. Un día normal para mí es levantarme a las 5:40 de la mañana y a las 6:00 entrenó en mi casa, le doy desayuno a mi niño, lo llevó al bus del colegio y se queda de 9 a 4 de la tarde, retorno, y hago las cosas del hogar, luego entró al trabajo a las 11:00 y retornó las 7:00 de la noche, que es cuando nos vemos en casa con mi esposo, estamos juntos por unas horas y luego descansamos para iniciar al día siguiente la misma rutina.
Fuente: lostiempos.com