Los fantasmas de Dresde


En la noche helada del 13 de febrero de 1945, Dresde fue consumida por una tormenta de fuego que sepultó su esplendor cultural y la vida de un número indeterminado de personas bajo escombros incandescentes.

Fuente: https://ideastextuales.com



Ocho décadas después, el eco de las bombas aliadas debiera seguir reverberando, no solo en las ruinas reconstruidas, sino en nuestra conciencia moral colectiva. Aunque no sea así y un manto de prejuicios y justificaciones barrieran esta culpa bajo el tapete de la invisibilidad. ¿Acaso la moralidad de la acción humana va a depender de las condiciones históricas? ¿No debemos medir todas las atrocidades con la misma vara, independientemente de quién las cometa?

La Segunda Guerra Mundial dejó un saldo brutal de crímenes inimaginables. La maquinaria nazi perpetró un genocidio que marcó un límite en la historia humana. Sin embargo, reconocer esa abominación no debe cegarnos ante otros actos de barbarie. El bombardeo de Dresde, ejecutado cuando la derrota alemana era inminente, expone las sombras de quienes, desde el lado de los vencedores, justificaron lo injustificable.

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El primer ministro británico Winston Churchill, pese a su papel crucial en la lucha contra Hitler, expresó dudas sobre el ataque, subrayando la necesidad de replantear la destrucción indiscriminada. Pero la historia, escrita por los vencedores, a menudo ha pasado por alto las voces de las víctimas civiles de esta barbarie, relegándolas a una nota al pie. Como sociedad, debemos resistir esa tentación.

Dresde era un objetivo militar, pero su devastación absoluta plantea interrogantes incómodos. La ciudad, apodada la “Florencia del Elba”, no era solo un nudo ferroviario o un centro industrial. Era un símbolo de la herencia cultural europea. La destrucción de sus museos, iglesias y vidas humanas nos obliga a preguntarnos si todo en la guerra es justificable. La respuesta debe ser un rotundo no.

Un compromiso moral con los derechos humanos significa condenar las atrocidades sin importar quién las perpetre. Gregory Stanton, presidente de Genocide Watch, incluyó el bombardeo de Dresde en su lista de crímenes de guerra, junto con Hiroshima y Nagasaki. Este artículo no busca igualar horrores, sino insistir en que la dignidad humana no tiene color político ni está sujeta a contextos históricos.

Los testimonios de sobrevivientes como Nora Lang, quien perdió su fe al ver su ciudad en llamas, nos recuerdan que las víctimas no deben ser medidas con una balanza selectiva. La guerra, en su vorágine, anula rostros y nombres, pero nuestra responsabilidad es devolverles su humanidad.

Dresde, como tantas otras atrocidades que marcan el relato de la historia, obligadamente son un recordatorio de que los derechos fundamentales deben ser universales. La reconstrucción de la ciudad simbolizó una advertencia y una esperanza. En tiempos de nuevas guerras, desde Gaza hasta Ucrania, el compromiso moral de no justificar atrocidades bajo ningún pretexto se vuelve urgente. Los derechos humanos son la base de la convivencia humana. Visto así, debemos defenderlos sin excepciones, sin excusas y sin importar de qué lado de la historia nos encontremos.

Por Mauricio Jaime Goio.


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