Ucrania, lejos de ser la víctima que muchos imaginaban, se ha convertido en un desafío vivo para el presidente ruso. Anne Applebaum, en un artículo reciente para The Atlantic, hace un retrato del conflicto
Militares ucranianos disparan un obús en un lugar de la región de Donetsk (EFE/ Markiian Lyseiko)
Fuente: infobae.com
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El 24 de febrero de 2022, el mundo despertó al rugido de la guerra. En la pantalla, las imágenes de explosiones y tanques rusos avanzando hacia Ucrania eran el prólogo de una historia que muchos, incluso los más optimistas, veían como inevitable: el colapso inminente de un pequeño país ante el poderío militar de Rusia. Sin embargo, tres años después, el panorama es otro. Ucrania, lejos de sucumbir, ha demostrado una resistencia formidable, y Vladimir Putin, el artífice de la invasión, se enfrenta ahora a una realidad mucho más humillante de lo que jamás habría imaginado.
Anne Applebaum, en un artículo reciente para The Atlantic, hace un retrato del conflicto en sus primeros compases y señala algo crucial: “Putin no solo se enfrenta a un ejército ucraniano que lucha con valentía, sino a un pueblo entero que se ha levantado, no solo con las armas, sino con un compromiso que desafía las expectativas”. En su visión, el verdadero poder de Ucrania radica en la unidad de su gente, que no solo ha defendido su tierra, sino que ha creado una estructura de resistencia que trasciende las fronteras del conflicto bélico.
Zelensky, al que Donald Trump descalificaba, afirmando que “no tiene cartas”, representa precisamente esa fuerza invisible que no se mide en dinero ni en poder militar. Como recoge Applebaum, Trump criticaba la situación de Zelensky, pero también revelaba, sin querer, la verdadera naturaleza del conflicto: “Zelensky no tiene cartas. Y te cansas de eso”. El mandatario, con su visión reduccionista, veía a Ucrania solo a través de la lógica del dinero y el poder duro, como si los únicos “jugadores” fueran los que pudieran mover piezas en un tablero de ajedrez mundial gobernado por intereses económicos. Sin embargo, Zelensky ha demostrado tener cartas que van mucho más allá de las que Putin jamás podría entender: liderazgo, legitimidad y un mensaje que ha encendido el espíritu de un país entero.
Applebaum, al recordar sus vivencias en los primeros días del conflicto, narra cómo el optimismo sobre una rápida derrota rusa se desmoronó con el tiempo. “Cuando llegué a Kiev semanas después del inicio de la invasión, vi algo completamente inesperado: un pueblo que no se rendía, sino que se reorganizaba. Los soldados, las periodistas, las cocineras… todos estaban luchando, no solo con las armas, sino también con el coraje de quienes no aceptan la derrota”. Este fenómeno no es casualidad, sino el resultado de una transformación profunda en la sociedad ucraniana. Un país que, de ser visto por muchos como un objetivo fácil de conquista, pasó a convertirse en un símbolo mundial de resistencia.
Un soldado ucraniano de la 2a. brigada mecanizada se prepara para lanzar el dron Poseidon H10 de alcance medio, en el frente de batalla, cerca de Bajmút, en la región de Donetsk, Ucrania (AP Foto/Efrem Lukatsky)
Los números lo confirman. En 2022, las pequeñas fábricas ucranianas comenzaron a fabricar drones improvisados con materiales de desecho. Hoy, Ucrania produce 1,5 millones de drones al año, y según informes de expertos, este número seguirá creciendo. La capacidad de adaptación de su industria bélica es un reflejo de la determinación de un pueblo entero. Mientras tanto, Rusia, aún sin poder completar su avance, se enfrenta a una escasez de recursos y a una economía que se está desmoronando bajo el peso de la guerra.
El análisis de Applebaum recalca que la verdadera victoria de Putin pasará no por sus éxitos militares, sino por lograr que el mundo se canse de la guerra: “La única manera en que Putin puede ganar ahora es convenciendo a los aliados de Ucrania de que ya no vale la pena seguir luchando. Necesita hacer que los demás se cansen, se aburran de la guerra”. En ese punto, la guerra se convierte en un juego de desgaste psicológico, en el que Putin confía en que la fatiga y el cinismo prevalecerán sobre la razón y la solidaridad internacional.
Applebaum también hace eco de esta estrategia al explicar cómo Rusia ha invertido en campañas de desinformación para sembrar dudas en las mentes de los europeos y estadounidenses. Se refiere, por ejemplo, a cómo el gobierno ruso ha financiado influencers y movimientos políticos en EEUU y Europa, buscando fracturar la unidad de los aliados de Ucrania: “Es por eso que Putin compró influencers en Tennessee, y apoyó a la extrema derecha pro-rusa en las elecciones alemanas. No puede ganar en el campo de batalla, pero sí en las mentes de sus enemigos”, afirma la periodista.
Sin embargo, la conclusión de Applebaum, que resuena con la urgencia del momento, es clara: Ucrania debe seguir resistiendo y el mundo no debe dejarse engañar por la desinformación y la fatiga. No puede permitirse la rendición ni la traición. Tres años después, el conflicto sigue siendo el mismo, y Putin aún busca destruir la soberanía ucraniana y minar el orden internacional que ha mantenido la paz en Europa durante más de ocho décadas.
Un soldado recorre Toretsk, un sitio parcialmente ocupado donde se sostienen fuertes batallas con las tropas rusas en la región de Donetsk, Ucrania (Iryna Rybakova/ 93ra Brigada Mecanizada de Ucrania vía AP)
Como concluye Applebaum, citando el verdadero reto de esta guerra: “El conflicto solo terminará cuando Putin renuncie a sus objetivos. No aceptemos ningún acuerdo de paz que le permita seguir persiguiendo esos fines”.
Así, tres años después, las cartas no están en las manos de los que tienen dinero o poder militar. Las cartas están en las manos de quienes, con un coraje inquebrantable, siguen luchando por lo que creen. Ucrania, lejos de ser la víctima que muchos imaginaban, se ha convertido en un desafío vivo para Putin y para todos los que aún apuestan por la estabilidad y la paz en Europa. Y es una guerra que no ha terminado.