Javier Medrano
La billetera de los bolivianos se encogió. Se volvió diminuta. De alasitas. Y esto provocó que los hábitos de consumo de los bolivianos hayan cambiado de una manera drástica ante la nueva realidad económica de Bolivia.
Desde la búsqueda de descuentos, promociones o de volcarse de lleno a los mercados informales para cubrir – por lo menos hasta un 60 por ciento – la canasta familiar del mes. Pero, así y todo, las estrategias domésticas no alcanzan para optimizar el gasto. No funcionan y la frustración crece, la angustia se apodera de los padres y las familias caen en un hoyo negro de disputas, peleas y rabias encontradas ante la imposibilidad de resolver lo básico. No lo superfluo o la compra banal. ¡No! Estamos hablando de lo mínimo minimorum.
Las cuotas de colegio se atrasan. Las cuentas de la luz, el gas y el agua se acumulan y se arrastran hasta el posible corte haciendo de funámbulos de la economía. Y el servicio de internet define, directamente, si se compra más o menos pollo y arroz para las comidas familiares. ¡Internet! Y esto porque los niños deben estudiar, deben consultar, deben navegar y estar comunicados o intercomunicados con sus propios grupos de amigos. Aunque sea para provocar ocio. ¡Que es muy saludable! Ya no es ambos servicios o todos pagados puntualmente. O es uno o es otro.
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Los niños empiezan a mirar su entorno con “vacíos de vida” al dejar de participar – como siempre lo hicieron en sus cortas y medianas edades -, en escuelas de fútbol, de actividades extraescolares, de ir a cumpleaños porque no hay para el regalo del amigo o simplemente porque el combustible adicional de gasto del vehículo familiar no es viable. Se debe priorizar otras rutas como ir al trabajo y, lógicamente, recoger a los niños del colegio. Nada más. Cada litro de gasolina evita estar sentado en la fila a kilómetros de una bomba de gasolina, con la brutal incertidumbre de saber si se podrá cargar o no combustible.
Y no estamos hablando de familias de ingresos altos. Que es apenas el 3%. Sino de más del 97% de las familias de clase media, media baja cuyo calvario se ha extendido de manera insostenible a más de cien purgas antes de llegar a la cruz para ser, finalmente, crucificados. No es ni debería ser un lujo que los niños tengan actividades recreativas fuera del colegio. Es fundamental para construir tejido social, confianza, productividad, felicidad y hasta, incluso, proyectos de vida como posibles jugadores profesionales de futbol. O de participar en campeonatos barriales, comunales o de clubes. Todas estas actividades, están en quiebra.
El consumo masivo en Bolivia se ha derrumbado. La pérdida de poder adquisitivo y el incremento sostenido de los gastos ineludibles obligó a los hogares a modificar sus hábitos de compra, priorizando la adquisición de productos esenciales y reduciendo el consumo de aquellos considerados prescindibles o de menor necesidad en el día a día.
Los consumidores implementan diversas estrategias para optimizar su presupuesto y mantener cierto nivel de abastecimiento en sus hogares – no hay nada mejor que una crisis para gatillar la creatividad. En tiempos de bonanza, somos perezosos y hasta dejamos de pensar. Pero en una economía de guerra, se agudizan todos los sentidos -. Entre las tácticas más comunes se encuentran la planificación estructurada de las compras para evitar gastos innecesarios y la elección de presentaciones más económicas en términos de precio por unidad. Bajamos de categorías de marcas y optamos por las de hasta tercer nivel. Para estas ofertas de gama baja, el mercado en crisis es una oportunidad para mostrar que son una opción y no son, necesariamente, productos de baja calidad.
Hoy, cada compra es una decisión calculada: los consumidores priorizan listas, promociones y marcas confiables.
Además, entre varios estudios de mercado, los indicadores arrojan que más de un 87% de las familias intensificó el uso de promociones y descuentos con el objetivo de mejorar su capacidad de compra y hacer rendir mejor sus ingresos en un panorama desafiante.
El incremento en los costos de servicios básicos, educación y transporte, afecta de manera frontal al poder adquisitivo de las familias, llevándolos a adoptar un enfoque más racional y restrictivo en sus compras. Durante el primer trimestre del año – indican algunos estudios – 8 de cada 10 hogares adquirió menos productos por acto de compra y más de la mitad redujo sus visitas a los puntos de venta, dejando de adquirir ciertas categorías para enfocarse en lo esencial.
La ecuación es reducir al máximo la compra por impulso y maximizar al tope las compras planificadas y estratégicas. En este contexto de importante contracción del consumo masivo, las marcas deben ser aún más relevantes para el consumidor, ofreciendo beneficios reales y diferenciales que acompañen estas tendencias.
Son tiempos recios que obligan a repensar estilos de vida, a sacrificar calidad de vida y a asimilar – con mucha calma y serenidad, si se puede – que estamos en el fondo del pozo y solo la aceptación de la crisis, nos permitirá avanzar hacia algo un poco más positivo. Sin derrotismos ni rendiciones. Porque lo último que se puede perder, es la dignidad.