El Movimiento al Socialismo (MAS) llegó al poder en Bolivia en 2006 con la promesa de refundar el país e incluir a comunidades indígenas y campesinas, históricamente marginadas. Tras casi dos décadas, su legado muestra avances en inclusión social, pero también profundas crisis política y económica. Hoy, con el dólar paralelo disparado a más de 12 bolivianos, una inflación de alimentos del 15,4% en 2024 y filas interminables por combustible, el país se encuentra en una encrucijada crítica: persistir con un modelo agotado o hallar una alternativa que ofrezca estabilidad y desarrollo sostenible.
La crisis actual no surgió de la noche a la mañana. Es el resultado de un proceso acumulado durante años, donde las decisiones del MAS han sido un factor determinante. El partido ascendió al poder en 2006 como respuesta a la debacle económica de 1999 – 2004, un periodo de recesión regional que golpeó duramente a Bolivia, un país dependiente de exportaciones de materias primas y capital extranjero. La crisis económica de Brasil, uno de sus principales socios comerciales, agravó la situación, pero el verdadero detonante fue institucional: una élite política que monopolizaba el poder, excluyendo a las mayorías y erosionando la legitimidad de los partidos tradicionales. Este contexto de crisis y descontento generó una oportunidad histórica para el MAS, que capitalizó el rechazo a la clase política tradicional.
El apoyo abrumador que recibió el MAS en las elecciones presidenciales de 2005, en el referéndum revocatorio de 2008 y en las elecciones presidenciales de 2009 no solo reflejaba el respaldo a Evo Morales, sino también el rechazo a los partidos tradicionales. Con este capital político, el MAS emprendió un proceso de refundación que, lejos de fortalecer las instituciones, consolidó un poder centralizado. La nueva Constitución aprobada en 2009 otorgó un control sin precedentes al Ejecutivo, debilitando la independencia del poder judicial y del legislativo.
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El neoestatismo del MAS prometió transformar Bolivia con la nacionalización de sectores estratégicos, como los hidrocarburos, pero sus resultados fueron mixtos. La falta de indemnizaciones justas provocó demandas por más de mil millones de dólares, mientras los ingresos récord del gas (2006 -2014) se destinaron a gasto público y subsidios, como el dólar fijo y los combustibles. Estas medidas redujeron la pobreza del 38% al 17%, pero sin bases sostenibles. El gobierno no exploró nuevos yacimientos ni desarrolló infraestructura exportadora, limitándose a aprovechar lo heredado. Hoy, con reservas internacionales por debajo de 2.000 millones de dólares y un déficit fiscal crónico, Bolivia enfrenta una crisis profunda y el riesgo de colapso económico.
La justicia, otro pilar de la supuesta refundación, también decepcionó. El MAS impulsó elecciones judiciales para democratizar el sistema, pero estas se convirtieron en un filtro para favorecer a leales al partido. Lejos de mejorar la imparcialidad, los nuevos magistrados priorizaron compromisos políticos sobre la calidad técnica, dilapidando recursos en un proceso electoral judicial que perpetuó la corrupción y la desconfianza ciudadana.
En educación, la Ley 070 Avelino Siñani y Elizardo Pérez derogó la ley 1551 de reforma educativa basada en el conocimiento universal y adoptó un enfoque centrado en los saberes y cosmovisiones del «pluriculturalismo, despatriarcalización y comunitario». Este cambio llevó a la creación de un sistema educativo desconectado de la realidad. El resultado: estudiantes sin competencias básicas, como comprensión lectora o pensamiento crítico, y un país rezagado en ciencias y tecnología, con materias como matemática y física relegadas a un segundo plano.
La refundación del sector regulador también dejó mucho que desear. Las superintendencias especializadas fueron reemplazadas por Autoridades de Regulación, cuyo objetivo principal no fue regular, sino eliminar información previa que permitiera comparaciones con el gobierno del MAS. Este cambio no fue meramente nominal; el trabajo de estos nuevos organismos consistió en debilitar empresas privadas que competían con las ineficientes empresas públicas.
Bajo Luis Arce, exministro de Economía y actual presidente, se invirtieron millones en proyectos industriales que resultaron en fracasos, lo que empeoró las pérdidas del Estado. La crisis económica actual se agrava. Desde 2023, el dólar paralelo ha aumentado un 71,4%, y en 2024, la inflación cerró en 9,97%, una de las más altas en los últimos 16 años. Sin embargo, todo esto ocurrió sin ajuste en la política económica del gobierno respecto al tipo de cambio y la subvención del dólar, solo por efectos especulativos. En el futuro, ya sea este gobierno o el próximo, se podrían hacer ajustes, pero el impacto será doble: uno por la especulación y otro por los ajustes mismos.
Aun así, el MAS podría volver a ganar las elecciones. Muchos ciudadanos recuerdan la bonanza económica durante el gobierno de Morales, con alimentos y combustibles accesibles, pero ignoran que fue un fenómeno pasajero, impulsado por altos precios internacionales y reservas preexistentes, no por una estrategia sostenible. Mientras tanto, la oposición sigue fragmentada y liderada por las mismas figuras de siempre, acompañadas de antiguos políticos oportunistas que no logran presentar una alternativa convincente. Si el MAS regresa al poder, podría recurrir a medidas improvisadas o, en el peor de los casos, adoptar un socialismo radical al estilo de Cuba o Venezuela, arrastrando a Bolivia hacia una mayor pobreza y aislamiento internacional.
En conclusión, el MAS prometió refundar Bolivia y logró hasta cierto punto avances simbólicos y sociales, como la visibilización de los excluidos y la reducción de la pobreza por la redistribución de la renta del gas. Sin embargo, su legado está empañado por contradicciones: centralización autoritaria, dependencia extractiva, corrupción y una gestión cortoplacista que han llevado al país al borde del abismo. Bolivia enfrenta hoy una disyuntiva crucial: aferrarse a un modelo en declive o construir un futuro que equilibre justicia social con desarrollo sostenible. El MAS tuvo la oportunidad de transformar el país, pero su incapacidad para adaptarse podría marcar su final.
Por: Miguel Angel Amonzabel Gonzales
Investigador y analista socioeconómico