El retorno de lo arcaico


En la medicina moderna, el cáncer, ese enemigo íntimo que emerge desde dentro del propio cuerpo, es el desorden por excelencia.

 



Fuente: https://ideastextuales.com

Una alteración del orden celular que convierte la vida en su propia negación. Pero, como toda estructura que se repite con variaciones, la historia de la medicina nos demuestra que la respuesta a los males contemporáneos suele encontrarse en los resquicios del pasado. Tal es el caso de la resurrección de las bacterias como agentes terapéuticos en la lucha contra el cáncer, un fenómeno que nos remite a la lógica profunda de los sistemas simbólicos.

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William B. Coley, en el Nueva York de finales del siglo XIX, descubrió que las infecciones bacterianas podían inducir la regresión de tumores malignos. Sin saberlo, estaba recuperando un conocimiento ancestral. El poder transformador de la fiebre, ese mecanismo primitivo que despierta las defensas del cuerpo en un ritual de purificación biológica. La ciencia del siglo XX, con su devoción por la linealidad y el progreso, desestimó este hallazgo en favor de la radioterapia y la quimioterapia, métodos que se alineaban mejor con la narrativa de la modernidad industrial. Sin embargo, la revalorización contemporánea de la inmunoterapia sugiere que las bacterias, esas habitantes ancestrales de nuestro organismo, podrían ser las aliadas olvidadas en nuestra lucha contra el cáncer.

No es casual que el retorno de las bacterias como tratamiento coincida con un cambio en nuestra concepción del cuerpo y la enfermedad. Durante siglos, el modelo biomédico dominante fue el de la guerra. Los patógenos como invasores externos, los fármacos como armas, la curación como victoria. Hoy, sin embargo, comenzamos a entender el cuerpo como un ecosistema, un sistema de relaciones en el que la enfermedad no es una anomalía, sino una reconfiguración de equilibrios internos. En este contexto, el uso de bacterias para combatir el cáncer no es una estrategia de erradicación, sino de negociación simbólica con lo que antes considerábamos hostil.

Las bacterias, programadas genéticamente para colonizar tumores y activar respuestas inmunitarias, operan bajo una lógica distinta a la de los tratamientos tradicionales. No destruyen de manera indiscriminada, sino que interactúan con el microambiente tumoral en un juego de signos y significados que transforma el cuerpo desde dentro. Son mediadoras entre el caos celular y el orden inmunitario, entre la enfermedad y la posibilidad de curación.

Desde un punto de vista filosófico podríamos leer este retorno de las bacterias como un desplazamiento simbólico en nuestra relación con la naturaleza. En la modernidad, el conocimiento científico se estructuró sobre la oposición entre lo humano y lo no humano, entre la civilización y la barbarie, entre la salud y la enfermedad. Pero hoy, la biología sintética y la inmunoterapia nos invitan a replantear estas dicotomías. Si antes las bacterias eran consideradas enemigas, ahora son aliadas en la lucha contra uno de los males más temidos de nuestra era. Lo que parecía un vestigio del pasado se convierte en una herramienta del futuro, y en esta inversión encontramos una estructura fundamental del pensamiento humano. El eterno retorno de lo arcaico.

Como ocurre con toda transformación simbólica, la aceptación de estas terapias no será inmediata. El miedo a lo bacteriano está arraigado en nuestra cultura, en nuestra narrativa de lo puro y lo impuro. Sin embargo, la historia nos enseña que la medicina, al igual que los mitos, no avanza en línea recta, sino en espirales que nos devuelven al punto de partida con una nueva comprensión. Tal vez la clave para enfrentar el cáncer no sea una guerra, sino una reconciliación con esas formas de vida primigenias que han coexistido con nosotros desde los albores del tiempo.

Por Mauricio Jaime Goio.


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