El poder tiene entre sus cualidades la de generar su propia parafernalia. Podemos mencionar a los Austrias y a los Borbones en España, quienes, con su vestimenta, tenían y tienen la capacidad de imponer no solamente su imagen, sino también el poder. Los Austrias, a la cabeza de Carlos I (V del Sacro Imperio Romano Germánico), tomaron como color representativo de la monarquía ibérica el negro, gracias al palo de Campeche (México) descubierto en América. Al ser un producto importado, tenía un alto costo, convirtiéndose en un artículo de lujo que mostraba el estatus de quien lo portaba. Al llegar los Borbones al trono, cambiaron la sobriedad de los Austrias por vestimentas multicolores, en las que los rojos, azules y dorados conformaban la gama cromática de los monarcas y su corte. Por medio de la imagen demostraban su poder; esto también lo podemos observar en la Antigüedad clásica: las togas de los senadores romanos o los colores elegidos para la vestimenta de los emperadores. La imagen era fundamental para diferenciar a las autoridades del pueblo llano.
El poder tiene que ver más con lo divino que con lo humano; por ende, diferenciar a las autoridades del vulgo es fundamental en la gran mayoría de las culturas. Esto, que parece un pequeño detalle insignificante, es en realidad un pilar del poder y de su jerarquía. En el caso boliviano, los trajes con camisa y corbata eran usuales hasta la ruptura producida por Evo Morales: las corbatas desaparecieron y el traje del presidente pasó a tener características maoístas con detalles aimaras. Uno de los impactos de la vestimenta en las instituciones estatales fue la informalidad como símbolo de lo “revolucionario”, olvidando generosamente que Lenin andaba bastante bien vestido con su traje negro, camisa y corbata. La informalidad se hizo cada día más evidente, hasta extremos hilarantes, en los que el actual presidente, Luis Arce, se da el lujo de vestir pantalones vaqueros (jeans) incluso cuando va de visita al exterior, donde las autoridades locales lo reciben bien vestidas, con las Fuerzas Armadas luciendo sus mejores galas para recibir al mandatario con todos los honores que merece.
En el ámbito municipal, dos alcaldes hacen gala de su vestimenta: Jhonny Fernández, con atuendos estrafalarios de tintes populares, e Iván Arias, quien, como autoridad, viste peor que un obrero municipal, aunque aparece con traje impecable en cualquier fiesta, preste o entrada folclórica, abusando de la banda de munícipe cada vez que puede. Ambos comparten el hecho de encabezar las peores gestiones municipales de sus ciudades. Sus equipos de imagen y comunicación, al parecer, no les han informado que la vestimenta es muy importante y que resulta fundamental no solo para cimentar su poder, sino también para construir su legado, moldear la percepción que la población tiene de ellos e incluso fortalecer su credibilidad. Sin embargo, exageran en sus actos, usan onomatopeyas en discursos y rozan lo vulgar y chabacano con tal de llegar a lo popular. Accionar erróneo que repiten sin el más mínimo espíritu crítico y que es fomentado por su círculo palaciego. Uno con “superobras” como un letrero al estilo Hollywood; el otro, proclamado candidato a presidente a kilómetros de la ciudad que gobierna.
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Los ediles de oriente y occidente se han convertido en el símbolo de la decadencia, siguiendo los patrones impuestos durante dos décadas por el Movimiento al Socialismo. Son la demostración de que, en crisis como la que vivimos, la payasada no tiene la capacidad de superar a la inteligencia creadora y de que necesitan mirar al mundo para encontrar soluciones ante las dificultades y problemas del presente. Ambos municipios han retrocedido en institucionalidad y han entregado la ciudad al transporte y al comercio informal. El orden ha desaparecido, al igual que la autoridad, dejando al ciudadano en el más completo abandono.
Para nuestro consuelo, cada día que pasa es un día menos para Fernández y Arias en el sillón edil, y sus carencias no pueden ser suplidas por el carisma. Falta poco para que se marchen; podremos reconstruir nuestras ciudades. Esperemos que las próximas autoridades sean pulcras en su imagen y puedan restaurar la institucionalidad de la capital oriental y de la sede de gobierno
Jorge Roberto Márquez Meruvia
Politólogo