Invertir en cerebros


La ciencia describe el cerebro humano como extraordinario porque es grande, compacto y más complejo que el del resto de las especies. Pesa alrededor de un kilo y medio y ocupa sólo el 2% del total de nuestro cuerpo, pero consume el 20% de su energía. Ese órgano y nuestras manos nos han permitido alcanzar prosperidad y niveles de seguridad.

Otras especies podrán volar, ver en la oscuridad o vivir en las profundidades del océano, pero no tienen un cerebro que haya inventado equipos para hacer todo lo que esas especies hacen de forma natural. El cerebro humano ha creado obras maestras de la literatura, de la filosofía, el arte; ha inventado el arado, la rueda, la brújula, la imprenta, la máquina de vapor, el telégrafo, el avión y el internet.



A lo largo de los últimos seis millones de años, el cerebro ha triplicado su tamaño, aunque su mayor transformación tuvo lugar entre los 200.000 y 800.000 años atrás, mucho antes de la aparición del homo sapiens, coinciden científicos.

La especie humana tenemos la misma edad cerebral. Hemos salido todos de África y hasta hace 200 años casi no había tanta desigualdad entre nosotros. Entonces, ¿en qué momento una sociedad comenzó a ser más próspera que otra? En el momento que decidió invertir más en los cerebros de sus hijos.

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Esa inversión dio nacimiento a los creadores de conocimientos; y de los creadores de conocimientos nacieron los creadores de riqueza. Es decir, las sociedades que además de invertir en productores de alimentos, vestimenta y otras cosas para sobrevivir lo hicieron en los productores de conocimientos, a través de la educación, dieron el salto cualitativo.

En consecuencia, no es rico el país que tiene recursos naturales, sino el que tiene suficientes cerebros con conocimientos para transformar esos recursos naturales en tecnología o en productos con valor agregado. Una de las causas del subdesarrollo de Bolivia es la poca inversión en los cerebros de sus hijos e hijas.

Para este 2025, el gobierno central destinó más de 30.000 millones de bolivianos a la educación, el 10% del presupuesto total. Pero los resultados son pobres. Un estudio del Observatorio Plurinacional de la Calidad Educativa (OPCE), titulado Análisis del diagnóstico preliminar de secundaria 2023, reveló datos preocupantes.

Apenas tres de cada 100 estudiantes de secundaria aprobaron matemáticas y química; dos de cada 100, física; tres de cada 10, lenguaje; y siete de cada 10, educación integral de la sexualidad. Con estos datos estamos condenados al subdesarrollo. No hay ningún estudio que revele el aporte de las universidades públicas al conocimiento. La mala comprensión de la autonomía impide la transparencia y la fiscalización social.

La inversión en los cerebros no tiene que comenzar en la escuela, sino en el vientre de las madres y en los hogares. Una madre que gesta en condiciones de seguridad alimentaria, equilibrio psicosocial y óptimas condiciones de salud cuenta con más probabilidades de tener hijos con mayor coeficiente de inteligencia. Un hogar estable, cuyos integrantes, padre y madre, tienen ingresos garantizados cuentan con más posibilidades para invertir en la educación de sus hijos e hijas.

Entonces, no basta invertir en los cerebros, sino también en crear, como sociedad, condiciones sociales y económicas para generar fuentes de trabajo. La creación de fuentes laborales corresponde al ciudadano que por instinto de sobrevivencia emprende actividades económicas que requieren del concurso de otras personas. La ambición por generar riqueza genera fuentes de trabajo bajo normas de convivencia previamente acordadas. A esto se llama seguridad jurídica.

La seguridad jurídica se traduce en confianza, un bien intangible que traza las relaciones interpersonales para que unos se preocupen por otros. La sociedad cuya gente inspira confianza elige gobernantes que se dedican a crear condiciones reales para que la gente por sí misma genere su riqueza.

Para lograr esas condiciones, es fundamental el funcionamiento de las instituciones que, por cierto, son el reflejo de los recursos humanos que los administran. Si los recursos humanos son miserables, las instituciones también. Los recursos humanos se complementan cuando hay elementos de cohesión social.

Estos elementos señalan el sentido de existencia de un país. Esos elementos, en el caso de los bolivianos, radican en nuestro territorio, nuestra historia, nuestros 200 años de convivencia, nuestros símbolos, nuestros sueños comunes y hasta nuestro deseo de clasificar al Mundial de Fútbol de 2030. Es el faro que nos dice por dónde es el camino. La atalaya desde donde miramos el rumbo.

Durante 200 años hemos coexistido entre elementos de cohesión y de división. Hemos interpretado nuestro pasado con dolor como si fuera a resolver nuestro futuro. No estoy diciendo que no revisemos el ayer, hay que hacerlo para no volver a cometer los mismos errores, pero no para quedarnos en el pasado. Por ejemplo, desfilando por el mar cada 23 de marzo no vamos a recuperarlo nunca. En cambio, si vamos a mirar el futuro con creadores de conocimientos y riqueza, tendremos más posibilidades de volver a las costas del Pacífico.

Si vamos a seguir renegando de nuestra diversidad que comenzó hace más de 500 años, vamos a seguir estacionados en el pasado. En cambio, si vamos a convertir nuestra diversidad en una fortaleza, generaremos un mayor flujo de intercambio de conocimientos, cultura, costumbres y genes. La diversidad enriquece, no empobrece.

La diversidad engendra pluralismo y el pluralismo exige pensar más. Y la gente que piensa exige mejor educación porque sabe que la persona educada es más libre. Una mente libre es innovadora. Una mente innovadora crea riqueza.

Esta es la visión de país que debe generar el sentido de existencia de nuestra Bolivia en el año de nuestro Bicentenario.

Andrés Gómez es periodista y abogado.


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