La magia ha sido un elemento recurrente en la cultura occidental, operando como un puente entre lo sobrenatural y lo humano, lo inexplicable y lo racional. Desde los mitos fundamentales griegos hasta la literatura medieval, la magia ha representado tanto el misterio de lo desconocido como el poder de la imaginación.
Tal es su impacto en la cultura, que su presencia ha sido una constante en el arte. En algunas ocasiones simbolizando el dominio de la voluntad sobre la naturaleza y la fragilidad del conocimiento ante el destino. En otros, recuperando el arquetipo del mago como guía y guardián del equilibrio entre el bien y el mal. La literatura ha utilizado la magia como una herramienta narrativa para explorar las tensiones entre lo posible y lo imposible, entre la fe y la ciencia, desafiando la rigidez de un mundo que se supone racional.
En el cine, la magia ha evolucionado como un símbolo de lo maravilloso y lo extraordinario, pero también como un espejo de los anhelos humanos. Sigue siendo una herramienta para desafiar los límites de la percepción y la lógica, una vía para recuperar lo mítico en un mundo donde lo racional parece reinar. En este sentido, la cultura occidental ha moldeado la magia como un lenguaje de resistencia y asombro, un refugio donde lo extraordinario aún tiene cabida.
Más allá del arte y la academia, en pleno siglo XXI, cuando el conocimiento científico ha desentrañado los misterios del universo, la magia sigue presente en nuestra vida cotidiana. No es la magia de los cuentos de hadas ni la de los aquelarres nocturnos que imaginaban los inquisidores, sino una forma de resistencia cultural, de desafío a lo racionalmente establecido. En el fondo, la magia es un síntoma de la fascinación humana por lo inexplicable y de su necesidad de dar sentido a lo desconocido.
Voltaire, con su mordaz ironía, desnudó la magia como una construcción de la ignorancia y la superstición. En su Filosofía de la Historia, se ríe de aquellos que, en todas las épocas, han buscado controlar el destino a través de sortilegios y pactos con lo invisible. Para él, la magia no es más que un síntoma de la necesidad humana de explicar lo inexplicable. Pero también entendió que esta creencia no era inocente. Su existencia había sido usada como un instrumento de control social. En la Edad Media y la Modernidad temprana, la brujería sirvió como excusa para ejecutar a miles de mujeres, condenadas no por sus actos, sino por su independencia, su conocimiento de las hierbas o simplemente por ser diferentes.
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Hoy la magia persiste, aunque con nuevos disfraces. En las calles de Ciudad de México, La Paz o Buenos Aires, los mercados esotéricos ofrecen amarres de amor, protecciones contra la envidia y rituales para desbloquear caminos. La santería, el vudú y la brujería wiccana han encontrado su espacio en la era digital, con influencers espirituales que prometen el acceso a un conocimiento oculto. Lo que antes se susurraba en la oscuridad de una choza ahora se difunde por TikTok con tutoriales de hechizos y limpiezas energéticas.
Pero la magia también sigue siendo peligrosa. En Papúa Nueva Guinea, en Tanzania o en algunas comunidades rurales de India, las acusaciones de brujería siguen costando vidas. Las Naciones Unidashan alertado sobre los linchamientos y asesinatos de mujeres señaladas de practicar magia negra. En el fondo, la historia no ha cambiado tanto. La bruja sigue siendo el chivo expiatorio perfecto para sociedades en crisis, una forma de proyectar miedos colectivos en un individuo vulnerable.
Lo paradójico es que la magia, esa misma que ha sido motivo de persecución, también es una herramienta de emancipación. En los últimos años, la figura de la bruja ha sido resignificada por movimientos feministas que la reivindican como símbolo de resistencia. Ya no es la anciana encorvada con verrugas y un caldero burbujeante, sino la mujer que desafía las normas, que se niega a ser domesticada por el sistema. Jules Michelet, en el siglo XIX, ya había trazado este camino cuando describió a la bruja como una curandera, una guardiana de saberes ancestrales. Hoy, su imagen se ha convertido en un emblema de lucha.
En última instancia, la persistencia de la magia nos habla de algo más profundo. El deseo humano de controlar su destino, de encontrar significados más allá de la razón. Quizás por eso nos sigue fascinando. Porque, a pesar de todo lo que sabemos, seguimos queriendo creer en lo maravilloso. En lo que escapa a la lógica. En lo imposible.
Por Mauricio Jaime Goio.