La UDP, una historia que no debemos repetir


Ni inquilinos ni dueños absolutos… bolivianos – eju.tv

Ronald Nostas Ardaya

Industrial y ex Presidente de la Confederación de



Empresarios Privados de Bolivia

Considero que, para intentar comprender las actuales circunstancias por las que atraviesa Bolivia, y responder las razones y los factores que nos llevaron a una situación tan extrema, en la que los ciudadanos necesitan hacer colas interminables para comprar gasolina o aprovisionarse de alimentos, a la inflación creciente, la desestabilización de las empresas, la inseguridad alimentaria y energética, y a la condición de nación paria, es necesario revisar nuestro propio pasado.

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En nuestra historia reciente, el antecedente más cercano a la crisis profunda que vivimos es el de la Unidad Democrática Popular (UDP), la administración gubernamental que terminó de sepultar el proceso llamado “Revolución del 52” y viabilizó el retorno de nuestro país al liberalismo económico, el fortalecimiento de las instituciones y la reestructuración de los poderes públicos.

En 1982, Hernán Siles Zuazo, uno de los fundadores del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), asumió la presidencia del país por segunda vez. En su primer mandato ya había enfrentado una crisis económica —provocada por la nacionalización de las minas y la reforma agraria— a la que respondió con el denominado Plan Eder, un programa diseñado para combatir la inflación y recortar el elevado déficit fiscal. Populista y reformista, se convirtió en un contrincante acérrimo de su antiguo jefe Víctor Paz, y fue declarado enemigo de Santa Cruz, luego de las matanzas de Terebinto. Débil y sin apoyo, rodeado de colaboradores obsecuentes, combatido ferozmente por el MNR, prisionero de los movimientos sociales y sin plan de estabilización, terminó renunciando un año antes de concluir su gestión, tras haber arrastrado al país a la peor crisis económica de su historia.

Durante su gobierno el PIB registró crecimientos negativos de -3.9%, -4% y -0,2%; las Reservas Internacionales no superaban los 250 millones de $us y el déficit fiscal, —de 15%, 19% y 25% en sus tres años—, era financiado por emisiones y préstamos del Banco Central. La inflación pasó de 124% en 1982 a un descomunal 11.750% en 1985; y el tipo de cambio, subió de 94 a 1.918.750 pesos bolivianos por dólar, en el mismo periodo.

Siles intentó seis programas de estabilización, con medidas como la fijación del dólar oficial y control del mercado paralelo, desdolarización, regulación de precios de productos de consumo, indexación de salarios y la suspensión del pago de la deuda a bancos comerciales internacionales. Estos planes no solo fracasaron, sino que empeoraron las cosas.

En el ámbito político, su gestión estuvo caracterizada por un brutal bloqueo. En su contra se aliaron en el Parlamento enemigos históricos como el MNR, la ADN y el PS-1, impidiendo cualquier iniciativa legislativa. Pese a haber llegado al gobierno con un significativo respaldo electoral, las organizaciones sociales, sobre todo la COB, precipitaron su caída y los sectores que antes lo respaldaban terminaron exigiendo su dimisión.

Tras concluir este gobierno, en las elecciones de 1985, se presentaron 18 candidaturas (hoy tenemos 24 postulantes) y aunque el Senado terminó compuesto por tres fuerzas, la Cámara de Diputados albergaba a representantes de diez partidos.  El gobierno de Víctor Paz, sucesor de la UDP logró recuperar la economía, solo después de haber firmado una alianza con el MIR que le aseguró el apoyo político suficiente para implementar las medidas de ajuste.

Es evidente que las condiciones de 1982 y 2025 son muy distintas, sin embargo, existen muchos paralelismos que pueden aplicarse en ambos procesos.

La crisis de 1982 fue originada por un modelo populista y fuertemente estatista que pervivió por 30 años, al que se sumó un periodo de dictaduras y autoritarismo que minaron la institucionalidad y normalizaron la corrupción.

El despilfarro, la falta de diversificación productiva, la imprevisión y la dependencia del modelo primario exportador, provocaron que el país no tuviera la capacidad para enfrentar la caída de los ingresos ante el descenso de los precios del estaño, que por entonces era la principal fuente de riqueza del país. Si a esto sumamos el odio político entre Siles y Paz, la proverbial ineptitud del gobierno, la desconfianza del empresariado, el irracional empoderamiento de las organizaciones sindicales y el recelo de los organismos internacionales, encontramos una crisis terminal, el colapso de la gobernabilidad, la imposibilidad de encontrar soluciones dentro del mismo modelo y una etapa de carestía, desempleo, pobreza y conflictividad extrema.

Los síntomas actuales son muy parecidos, aunque los protagonistas difieren mucho entre si, y las condiciones económicas, sociales, culturales y tecnológicas son muy distintas a las que enfrentaron los bolivianos de entonces.

El mayor temor es que las consecuencias y los efectos sean análogos y que, como bien dijo el escritor norteamericano Mark Twain “La historia no se repite, pero a menudo rima”.


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