Tras la reciente incursión de un buque militar venezolano en una plataforma petrolera de Guyana, el gobierno de los EE.UU. ha advertido al régimen de Maduro de posibles consecuencias, indicando que dicha acción constituye una inaceptable y clara violación del territorio marítimo internacionalmente reconocido de Guyana. La Organización de Estados Americanos se sumó a dicha advertencia, calificando el hecho, como “actos de intimidación del chavismo”.
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La Guyana Esequiba, o “Zona de Reclamación” para los venezolanos, comprende un área de 159.500 Km2, (casi el territorio del Uruguay) que la República Cooperativa de Guyana considera como parte integrante de su territorio y cuya soberanía es reclamada por Venezuela a nivel internacional. Por su antigüedad, este litigio es semejante al de las Islas Malvinas. Se origina en 1777, con la jurisdicción española de la Capitanía General de Venezuela, donde el límite de los territorios españoles y holandeses era el rio Esequibo. En 1814 Gran Bretaña toma posesión de los territorios holandeses y en 1831 los denomina Guayana Británica, comenzando así un proceso activo de colonización hacia el Oeste. En 1844, los avances de los colonos británicos al Oeste del rio Esequibo provocaron el inicio de los reclamos de Venezuela.
Cuando en 1966 se concede la independencia de Guyana, todos los reclamos anteriores son asumidos por el nuevo Estado, firmándose en Ginebra, en ese mismo año, el acuerdo para que una comisión mixta llegue a la resolución final y pacífica del conflicto. El 18 de junio de 1970 (gobierno de Rafael Caldera) se firmó en Trinidad el Protocolo de Puerto España, que tendría una vigencia de doce años. Este periodo se venció en 1982 (gobierno de Jaime Lusinchi) sin que se tenga hasta ahora ninguna solución. Actualmente el asunto de la Guayana Esequiba duerme el sueño de los justos, en la Secretaría General de las Naciones Unidas.
Esta escueta reseña histórica expresa los argumentos válidos que confieren a Venezuela un derecho justo y suficiente sobre el territorio reclamado. Si bien las negociaciones para su recuperación siempre estuvieron marcadas por un razonable afán de concluirlas pacíficamente no fueron pocas las ocasiones donde se estuvo a punto de llegar a cruentos enfrentamientos. Tal es el caso de 1968, donde hacendados y campesinos amerindios, liderados por dos hermanos de origen norteamericano, se rebelaron contra las autoridades al frente de un movimiento independentista, que contaba con el encubierto apoyo venezolano. Algunos policías guyaneses fueron muertos y heridos inicialmente en la toma de un puesto policial. La Fuerza de Defensa de Guyana concurrió rápidamente para reprimir a los sublevados, quienes huyeron a Venezuela sin oponer resistencia.
Ahora bien, un común denominador que caracteriza a los dictadores, sean estos militares o paramilitares, es su vocación expansionista, especialmente cuando se trata de enfervorizar a sus pueblos, despertando en ellos sentimientos nacionalistas que sean utilizados como “piedra de toque” para la unidad de sus naciones y la recuperación de una popularidad perdida. Es allí donde la similitud del caso venezolano – guyanés con el de las islas Malvinas se hace más patético. Recordemos como Leopoldo Fortunato Galtieri, un autócrata que llevó a la Argentina a uno de sus más dramáticos desenlaces bélicos, solo por mantener el régimen dictatorial que ya había tocado fondo. Una situación similar podría llevar a Maduro a invadir la Guyana, azuzado por la dictadura cubana y el solapado respaldo militar de Rusia, creando un nuevo foco de convulsión en el continente, dirigido a desviar la atención de norteamericanos e ingleses de su participación en el conflicto ucraniano. Algo similar a lo que ocurrió cuando Hussein ocupó Kuwait o Galtieri, en lo que ahora sería la guerra de las Malvinas Venezolanas.