“Nunca dudes de que un pequeño grupo de ciudadanos reflexivos y comprometidos puede cambiar el mundo; de hecho, es lo único que lo ha logrado” – Margaret Mead.
Cuentan las crónicas del 5 de noviembre de 1964 que, tras derrocar y exiliar al Presidente Constitucional de la República de Bolivia (Víctor Paz Estenssoro), los generales Alfredo Ovando Candia y Rene Barrientos Ortuño, constituían la Junta Militar de Gobierno, con el objetivo de convocar a elecciones. Las declaraciones oficiales del nuevo gobierno, ponían de manifiesto que era el final del ciclo marcado por las reformas nacionalistas promovidas por la Revolución Nacional (1952), inaugurando un “proceso de restauración” destinado a crear la “Segunda República”.
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Barrientos Ortuño desplegaba hábilmente sus dotes populistas, mientras que, Ovando Candia había decidido encargarse de los asuntos administrativos. Muy a pesar de la aureola divina que ostentaba Barrientos, las medidas antipopulares como: la rebaja de salarios a los mineros, la prohibición de huelgas, desconocimiento de las direcciones sindicales, entre otros, les obligó a convocar a las diversas agrupaciones políticas para conformar una “coalición nacional”.
El Movimiento Popular Cristiano (MPC), liderado por René Barrientos, lanzó la convocatoria a la que acudió en primer lugar el Partido de Izquierda Revolucionaria (PIR), con la esperanza de alejarse del ostracismo político al que había sido condenado; le siguió el Partido Demócrata Cristiano (PDC), dispuesto siempre a negociar sus principios germinales a cambio de una cuota de poder; el Partido Social Demócrata (PSD), que albergaba la esperanza de crecer y abandonar el estatus endémico de partido minoritario carente de base social con que había sido pringado; el Partido Revolucionario Auténtico (PRA), de Walter Guevara Arce, que proyectaba potenciarse frente al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) que había sido derrocado.
Finalmente, la coalición quedó conformada y se acuñó la sigla “Frente de la Revolución Boliviana” (FRB), queriendo mostrar una señal de unidad de todos los frentes y movimientos políticos e ideológicamente dispersos. El columnista de humor, Alfonso Prudencio Claure (Paulovich), graficó esta situación de la siguiente manera: “El asunto es bien claro: soy nacional, izquierdista – militarista. Esto quiere decir: social – nacionalista antimarxista pro-derechista, que no se debe confundir con nacional – socialismo o popular anti – civilista. Soy una especie de neo – socialista anti – ruso, casi titoista, pero anti – imperialista y pro – americanista sin tener nada que ver con los poristas gonzalistas y viendo más bien con simpatía los movimientos políticos que combaten al trotzquismo sin desechar al liberalismo, pero marchando juntos con los pueblos subdesarrollados que sufren atraso por causa de las dictaduras militares…”.
Un discurso populista recurrente, vacuo en lo concerniente a ideas, ideologías y propuestas para sacar a Bolivia de su atraso y dependencia total, agudizaron el descontento social que había provocado el desmoronamiento del MNR y el exilio de varios líderes políticos. Este periodo de incertidumbre y falta de cohesión social, dio como resultado una larga lista de partidos políticos y sectas nuevas, provocando un verdadero galimatías de siglas y caudillos que encabezaron estos movimientos que buscaban a como dé lugar, llegar a la presidencia.
Es bien sabido que “la historia no se repite, pero rima”, por lo que sin lugar a duda se puede afirmar que los procesos históricos se mueven casi de forma circular hasta cerrar un ciclo que, en el caso del tema en particular, tuvo su origen en el gobierno nacionalpopulista de Barrientos Ortuño, para culminar –tras un prolongado periodo de tiempo caracterizado por gobiernos militares, golpes, contra golpes, falsos redentores, secuestradores de la democracia, pérdida de libertades, muertes y desapariciones– con la profunda crisis económica, política y social de principios de la década de los años ochenta a la cabeza de Hernán Siles y la coalición de partidos de izquierda: Unión Democrática y Popular.
El populismo recurre a métodos violentos, mensajes radicales y a una complicidad equiparable a los peores regímenes del planeta (Irán, Venezuela, Cuba, Nicaragua). Valiéndose de sofismas y discursos engañosos, los populistas se muestran ante los ojos de la opinión pública como si fuesen la gran novedad, en contrasentido al contenido de sus programas, propuestas y modelos económicos presentados para superar la profunda crisis económica. Constatándose que los mismos siguen el mismo esquema estatista que ha provocado el descalabro económico. Los políticos populistas presumen ser los defensores de la democracia, aunque en la realidad, prefieren operar en pequeñas camarillas de poder que no admiten opiniones divergentes, ni mucho menos nuevos líderes.
Bolivia vive un fenómeno populista sempiterno, actualmente experimenta un fenómeno bastante similar al del periodo de la década de los años sesenta y ochenta. El punto de partida, año 2003, caída del gobierno constitucional de Gonzalo Sánchez de Lozada a través de un “golpe sindical” tal como lo denunció él en su momento. Ese año, el país sufriría la penetración de grupos populistas de izquierda, financiados por el Foro de São Paulo y la colaboración de Carlos D. Mesa (tal como declaró él en el documental “Presidencia Sitiada”), con las dramáticas consecuencias que debe atravesar en la actualidad el pueblo boliviano.
“El populismo es obligatoriamente antiliberal, ya que el liberalismo cree que la sociedad se basa en la libre asociación de ciudadanos” (Guy Sorman). Insistir en el apoyo a líderes populistas que prometen soluciones inverosímiles a la grave crisis por la que traviesa Bolivia, es un grave error. Existen varios ejemplos que pueden constatar que las medidas intervencionistas que proponen los actuales “precandidatos” populistas, no resolverán nada y que, por el contrario, aumentarán: la pobreza, el desempleo, el desabastecimiento, la inflación, la corrupción, conculcando derechos y libertades e iniciando, nuevamente el penoso círculo vicioso en el que gira la historia de Bolivia en sus 200 años.
Para finalizar y por su importancia, reitero la frase perteneciente a Margaret Mead: “Nunca dudes de que un pequeño grupo de ciudadanos reflexivos y comprometidos puede cambiar el mundo; de hecho, es lo único que lo ha logrado”. Que el desánimo y la frustración no minen nuestro espíritu y cambien nuestra manera de pensar, recuerda que: “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, sólo, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora de ponerse de pie”.