Pocas veces en la historia del complejo oleoproteico de la soya boliviana se vio algo tan preocupante y doloroso, a la vez, como lo acontecido con este sector en 2024. La dramática caída de la exportación de la soya y sus derivados no es un tema menor, no podría serlo, tratándose del tercer rubro de mayor generación de divisas para el país luego de los minerales e hidrocarburos, en un momento cuando lo que más precisa Bolivia son dólares para seguir funcionando, de ahí que dejar de recibir casi 700 millones entre enero y noviembre del 2024 es un fuerte golpe en lo macroeconómico, una presión adicional sobre el precio de la divisa y, en el día a día, una gran pérdida para nuestros agricultores, así como para toda la cadena de valor.
El factor climático fue la principal causa para la debacle exportadora de la reina de las Exportaciones No Tradicionales, como se le dice a la soya, ya que no solo se cumplió el pronóstico que en abril del 2024 lanzara la Asociación de Productores de Oleaginosas y Trigo (ANAPO), anticipando una caída en la producción de este grano por 800.000 toneladas debido a la sequía, sino que, a estas alturas, queda comprobado que el daño fue muchísimo mayor por la baja de la productividad en un 37%, algo que se pudo moderar, de haberse permitido usar semilla genéticamente mejorada tolerante a la sequía, pero, lamentablemente, el pedido no fue atendido a tiempo.
Sin embargo, al embate del clima hay que añadir otros factores negativos para la actividad productiva soyera, como los bloqueos de caminos, por semanas; decenas de avasallamientos de predios productivos, causando zozobra en los agricultores; la anormalidad en el abastecimiento del diésel, afectando la siembra y cosecha; el encarecimiento del dólar; la caída del precio internacional de la soya y, el cherry sobre la torta, el veto a la exportación de aceites por más de 10 días, afectando negativamente no solo a la industria y a quienes tenían compromisos de venta al exterior, sino también, a las intenciones de siembra de los agricultores.
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Es difícil pronosticar lo que pueda ocurrir con el sector soyero en 2025, afectado ya desde el mismo momento de la siembra en 2024, la que se hizo con enorme dificultad y sin el éxito esperado en los últimos meses del año debido a la intermitencia en la dotación del diésel, la subida de los costos de producción y las lluvias que afectaron la cosecha, a lo que hay que sumar el factor de incertidumbre que resulta un verdadero pecado capital en función de las expectativas de inversión, producción y exportación, ya que, de por sí, el 2025 es un año eleccionario que viene fuertemente cargado de imprevisibilidad, mucho más, con las peleas intestinas al interior del partido de gobierno que, ojalá, no deriven en nuevos e insufribles bloqueos que no hacen, sino, castigar al inversionista que apuesta por el país; al productor agrícola que arriesga su capital; al industrial que sigue confiando en Bolivia; al transportista que vive día a día de tal actividad y al exportador que saca la cara por nosotros en el extranjero, recayendo el perjuicio, en definitiva, sobre todos en el país.
Pero, no hay que perder la esperanza, siempre se puede aprender de lo malo para hacer las cosas mejor, a partir de ahí…
Frente a la delicada situación de la economía, se aguarda del Gobierno un verdadero golpe de timón en sus políticas públicas, que implique jugársela por un sector que resulta altamente estratégico para Bolivia, tanto desde el punto de vista de la seguridad alimentaria (por la autosuficiencia y menor inflación) y la soberanía alimentaria (mayor ingreso de dólares por agroexportación y menor dependencia externa), para lo que se debe garantizar la seguridad jurídica y facilitar la labor productiva; p. ej., si no se puede atender con una normal entrega de diésel desde el Estado a precio subvencionado, lo menos que se esperaría es que no se cobre ningún tributo en absoluto para importar y comercializar diésel extranjero, y que se elimine de la lista de sustancias controladas al diésel, la gasolina y el etanol, por los graves problemas que ocasiona a los productores del agro, desde entorpecimientos en su traslado, hasta onerosas exacciones que no hacen, sino, desanimar al privado a que importe combustible para ayudar de esta forma a desahogar dicha responsabilidad del Estado.
A pesar de todo, como siempre se dice que “Santa Cruz no se rinde ante la crisis”, nuestros abnegados productores -pequeños, medianos y grandes, nacionales y extranjeros- enfrentando toda vicisitud con la fe puesta en Dios, y en su titánico esfuerzo, aguardan generar 2,5 millones de toneladas de soya en la cosecha de verano, siempre que el clima ayude y las autoridades garanticen el suministro de diésel, no solo para recoger el fruto de su siembra, sino para encarar la campaña de invierno; entonces, el Modelo de Desarrollo Cruceño proveerá una vez más alimentos para los bolivianos y generará las ingentes divisas que precisa el país para seguir funcionando…