El Corredor Bioceánico y el nuevo mapa del poder continental


La construcción del Corredor Bioceánico vial no solo conecta puertos y mercancías: es una declaración de autonomía estratégica, un intento por redibujar las rutas del comercio y el poder desde el sur. Este megaproyecto vial, que une Brasil, Paraguay, Argentina y Chile, encierra un giro geopolítico que puede cambiar la historia del Cono Sur.

Fuente:  https://ideastextuales.com



 

En un rincón del mundo acostumbrado a discursos sobre integración que mueren en las cumbres, el Corredor Bioceánico Vial se está constituyendo en una realidad. No meras promesas, sino kilómetros de asfalto y concreto que cruzan el corazón del Cono Sur. Más de 2.400 kilómetros de rutas, puentes y nodos logísticos conectarán el Atlántico con el Pacífico, desde Porto Alegre hasta los puertos de Antofagasta, Iquique y Mejillones. Y lo harán por tierra firme desde el sur, por decisión de cuatro países que, por una vez, han logrado coordinar política, logística y estrategia.

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El corredor nace de una urgencia. La de romper con el cerco que impone una infraestructura centrada en el norte y pensar la integración no como un ideal retórico, sino como una red física de tránsito, comercio y poder. El mapa ya no se dibuja en Washington ni en alguna oficina de algún organismo internacional. Se traza con topadoras en el Chaco paraguayo, en las provincias salteñas, en las serranías chilenas.

Este megaproyecto, concebido en la Declaración de Asunción de 2015, tiene como objetivo crear una alternativa real al Canal de Panamá. Según estimaciones oficiales, el corredor podría reducir hasta un 25% los costos logísticos para exportadores agrícolas como Paraguay, uno de los grandes exportadores de soja. Para Brasil, significa abrir una ventana directa a Asia sin depender de los largos trayectos hacia el norte. Para Chile, un relanzamiento de sus puertos del norte como plataforma logística continental. La promesa es concreta: menos tiempos, menos costos, más control.

Pero también hay una promesa geopolítica que va más allá del devenir cotidiano.  Construir una Sudamérica interconectada y menos dependiente de los dictados globales. El corredor pone en juego no solo mercancías, sino autonomía. Y lo hace en un contexto en que actores extra regionales como China ya han tomado nota. Han comenzado a invertir en rutas alternativas como el tren bioceánico Perú-Brasil y el mega puerto de Chancay, apuntando a los mismos objetivos.

El otro rostro de esta historia es Bolivia. Ausente. Excluida o autoexcluida, según cómo se lo mire. En cualquier caso, fuera del tablero. La decisión de marginar al país mediterráneo se explica tanto por sus errores diplomáticos como por sus realidades internas. Una Cancillería débil, una política exterior errática, y una red de bloqueos y conflictos que ha minado su confiabilidad como socio logístico. Evo Morales apostó en su momento por una ruta alternativa hacia Perú, pero los tiempos han cambiado. El gas ya no llena las arcas, y la geografía, por sí sola, ya no garantiza protagonismo.

La lección es clara. En el nuevo mapa sudamericano, no bastan los discursos de soberanía. Se necesita conectividad, diplomacia proactiva y capacidad técnica. La reciente visita de Lula a Bolivia y sus gestos hacia una posible reinserción son, por ahora, buenas intenciones. Pero mientras los otros cuatro países afinan grúas, pasos aduaneros y cadenas de valor, Bolivia sigue entrampada en su laberinto interno.

Los desafíos no son menores. Armonizar normativas aduaneras, sanitarias y migratorias; desarrollar infraestructura complementaria como puertos secos y centros logísticos; asegurar seguridad en zonas fronterizas. Todo ello implica coordinación, visión de largo plazo y voluntad política sostenida. Y, sobre todo, implica entender que el desarrollo no pasa solo por crecer hacia adentro, sino por conectarse hacia afuera.

Si logra consolidarse, el Corredor Bioceánico no será solo una vía de transporte. Será un símbolo. Una evidencia tangible de que Sudamérica puede pensarse a sí misma desde sus propios intereses, articular regiones marginadas, y proyectarse al mundo sin pedir permiso. Será, en definitiva, una carretera hacia la soberanía.

Por Mauricio Jaime Goio.


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