El regreso del lobo terrible y el sueño de clonar mamuts no son solo hazañas científicas, sino un espejo de nuestros deseos más antiguos: crear vida, corregir el pasado, dominar la naturaleza. De ahí la importancia de explorar las implicaciones éticas, simbólicas y comerciales de una biotecnología que juega con fuego.
Fuente: https://ideastextuales.com
En algún momento de la historia humana, el deseo de crear vida dejó de ser un mito y se convirtió en proyecto. Los sueños de alquimistas y poetas mutaron en el trabajo en laboratorios donde ya no se invoca la chispa vital con relámpagos, sino con bancos de ADN congelado, matrices computacionales y vientres sustitutos. Lo que parecía una alegoría romántica escrita por Mary Shelley en una noche de tormenta, hoy camina sobre la tierra bajo nombres dictados por el marketing: Rómulo, Remo y Khaleesi. Tres lobos terribles desextinguidos por una empresa biotecnológica que promete devolvernos el esplendor de un mundo que ya no existe.
Los afanes de Colossal Biosciences, una startup norteamericana liderada por Ben Lamm y el genetista George Church, reaviva preguntas que el siglo XXI no ha terminado de formular. ¿Qué significa resucitar una especie extinta? ¿Qué lugar ocupa la ética en un mundo donde el capital y la ingeniería genética avanzan de la mano? ¿Qué estamos construyendo mientras celebramos estos logros científicos?
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La empresa ha logrado que perros domésticos gesten embriones de lobos modificados genéticamente para replicar el ADN del Canis dirus, extinto hace más de 10.000 años. En apariencia, el experimento parece exitoso. Tres cachorros con rasgos fenotípicos antiguos, una narrativa heroica de recuperación ecológica, y un relato comercial eficazmente hilado. Pero en el fondo, el eco de Frankenstein no deja de resonar. La criatura devuelta no es exactamente la misma, y su existencia plantea más dilemas que certezas. No hay hábitat natural esperándolos, ni una manada, ni una historia biológica viva en la cual integrarse. Son ensamblajes de código genético.
Mary Shelley escribió Frankenstein o el moderno Prometeo como una advertencia envuelta en romanticismo. Jugar con la vida conlleva una responsabilidad que excede el laboratorio. La criatura de Frankenstein no es monstruosa por su fealdad, sino por el abandono de su creador. En los ensayos de Dolores Martín Moruno y Beatriz Pichel, se analiza cómo el fuego, elemento de Prometeo y metáfora de Shelley, se transforma en emblema de la modernidad. Puede crear, calentar, iluminar. Sin embargo, también quemar, destruir, consumir. Ese mismo fuego arde hoy en las tecnologías de edición genética. Lo encendemos no solo para devolver especies a la vida, sino para abrir mercados, probar algoritmos, domesticar el azar.
Lo monstruoso no es lo diferente, sino lo que rompe el equilibrio natural y se impone como conquista. El lobo terrible no regresa para correr libre por la tundra, sino para habitar reservas monitoreadas por cámaras y sensores, alimentado con carne picada y leche de laboratorio. Su aullido resuena como una nota de prensa. El espectáculo se vuelve lo más importante.
El relato se presenta como salvación. La ingeniería genética, dicen sus promotores, podría revertir los efectos de la extinción masiva que el propio ser humano ha provocado. Reintroducir especies, corregir errores, rescatar la diversidad perdida. Colossal lo plantea como un imperativo moral. Si somos la causa de la catástrofe, también debemos ser su antídoto. Pero cuando el camino a la redención se mide en rondas de inversión, acciones en bolsa y “mamufantes” listos para 2028, la sospecha se cuela por las rendijas: ¿es esta una ética de la reparación o una estrategia de mercado?
Colossal está valorada en más de 10 mil millones de dólares. Ha atraído a inversores de Hollywood, Silicon Valley y antiguos promotores de Facebook. Sus objetivos exceden la conservación. Se proyectan hacia la clonación de embriones humanos, el desarrollo de vientres sintéticos, y el diseño de superespecies resistentes al cambio climático. Lo que empieza como biotecnología termina en biocapitalismo.
No estamos, entonces, solo ante un avance científico, sino ante una transformación cultural de la vida misma. La creación ya no es un don de los dioses ni una cuestión de azar evolutivo. Es un espectáculo acerca del poder humano, programada y administrada desde centros de datos y laboratorios. El fuego ha cambiado de forma. Lo que arde hoy es nuestra noción de lo natural.
El ensayo que sostenía Shelley no ha perdido vigencia. Solo ha mutado. Ya no hablamos de cuerpos cosidos con restos de cementerio, sino de genomas reescritos con precisión matemática. Pero la pregunta no ha cambiado: ¿quién responde por lo creado? ¿Quién cuida al monstruo cuando deja de ser noticia? ¿Qué haremos con las criaturas cuando ya no justifiquen sus inversiones?
La historia de Rómulo, Remo y Khaleesi nos conmueve porque está enraizada la narrativa ancestral del retorno de lo perdido, el rescate de lo sagrado, el poder del conocimiento. Pero también nos enfrenta a una verdad incómoda Jugamos a ser dioses sin tener claro qué haremos con el paraíso que queremos restaurar.
Por Mauricio Jaime Goio.