Lic Ruben Suárez
El machismo ha sido una barrera histórica para la igualdad y el libre entendimiento entre naciones. Esta ideología, enraizada en tradiciones ancestrales, ha consolidado la supremacía masculina en distintos aspectos de la vida política, social y religiosa
A lo largo de la historia, la figura del hombre ha sido venerada como símbolo de autoridad y responsabilidad, relegando a la mujer a un papel secundario.
Religiones como el cristianismo, el judaísmo han consolidado esta preponderancia masculina. La Biblia, libro fundamental del cristianismo, establece en numerosos pasajes la sumisión de la mujer al hombre. En 1 Corintios 11:3 se menciona: «Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer». Este tipo de afirmaciones han influido en sociedades enteras, perpetuando estructuras de dominación patriarcal.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
Ideologías políticas extremas, como el nazismo y el fascismo, también promovieron la inferioridad femenina, restringiendo el papel de la mujer a la maternidad y la vida doméstica.
El sionismo, por su parte, ha sido criticado por su falta de equidad de género en ciertos sectores de la sociedad israelí. A pesar de los avances en derechos humanos, hoy en día persisten líderes mundiales que, con sus discursos y políticas, refuerzan estas divisiones. Ejemplos como Javier Milei en Argentina, Nayib Bukele en El Salvador, Donald Trump en Estados Unidos y Evo Morales en Bolivia han generado controversia por declaraciones y medidas que han debilitado la lucha por la igualdad de género.
Las constituciones de muchos países establecen la igualdad entre hombres y mujeres, pero en la práctica estas normas suelen ser incumplidas. Por ejemplo, la Constitución de Argentina en su artículo 16 establece que «todos sus habitantes son iguales ante la ley».
La de Estados Unidos, aunque no menciona explícitamente la igualdad de género, ha sido complementada con la Enmienda XIX, que reconoció el derecho al voto femenino. La Constitución de Bolivia, en su artículo 8, promueve la equidad de género, pero las acciones políticas han reflejado contradicciones con este principio.
Es de resaltar que en algunos países se ha logrado que la mujer ascienda a los primeros lugares y que permanezca en ellos de manera constante. Ejemplos notables incluyen a Julia Arévalo en Uruguay, la primera mujer senadora del Partido Comunista; Dilma Rousseff en Brasil; Cristina Kirchner en Argentina; Carolina Cosse en Uruguay; Claudia Sheinbaum en México; Xiomara Castro en Honduras; Michelle Bachelet en Chile; Vigdís Finnbogadóttir en Islandia, la primera mujer elegida democráticamente como presidenta en el mundo; y Sanna
Marin en Finlandia, quien lideró su país como primera ministra con un gobierno mayoritariamente femenino.
Es por ello que debemos indudablemente darle más protagonismo a quienes constituyen la mayoría de la población mundial. Todo aquel que no entienda esto está errado respecto al acontecer del siglo XXI, que debe ser una era de empoderamiento y respeto por la mujer, eliminando el machismo y el patriarcado tal como sigue existiendo en algunas regiones hasta el día de hoy.
Es responsabilidad de la comunidad internacional, las Naciones Unidas y las organizaciones defensoras de derechos humanos hacer respetar estos principios de igualdad.
La participación activa de la mujer en la política, la economía y la sociedad no solo es un derecho, sino una necesidad para construir un mundo más justo y equitativo. Solo erradicando el machismo desde sus bases podrá alcanzarse una verdadera equidad y un entendimiento global basado en el respeto mutuo